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¿Qué mundo nos quedará cuando pase el coronavirus? Esto opinan los expertos

Entre regímenes vigilados al extremo y sociedades encerradas y digitalizadas, la pandemia abre numerosas incógnitas sobre el mundo en el que vamos a empezar a vivir dentro de pocos años
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29 de marzo de 2020 a las 10:10

Las cosas van a cambiar. A corto o largo plazo, la pandemia de covid-19 que puso al mundo en cuarentena y al borde de una crisis socioeconómica va a dejar la factura sobre la mesa. Y ese papel, manchado con las toses de medio millón de infectados, va a tener algunas cosas anotadas. 

Para empezar, va a dejar en evidencia todo lo que hicimos mal, empezando por la reticencia a encerrarnos hasta llegar a la falta de previsión de los sistemas de salud que colapsaron ante la catarata de enfermos. También va a dejar unas cuantas lecciones aprendidas sobre cooperación y empatía internacional, algunas puntualizaciones sobre la economía que tendremos que ajustar –o reparar– y una certeza punzante de que el mundo no está preparado para afrontar una pandemia de este tipo. No, al menos, en las condiciones que tenemos en 2020. Ya lo dice el filósofo y teórico israelí Yuval Noah Harari en una columna publicada por el Financial Times: estamos viviendo la crisis global más importante de nuestra generación. 

Cuando el efecto del coronavirus cese –y esperemos, sea cuanto antes–, entre los daños físicos, políticos y económicos quedarán flotando un par de preguntas de las que tendremos que hacernos cargo. Una de ellas posiblemente sea sobre el legado que nos dejará esta pandemia, el legado como humanidad. Y la otra es hasta qué punto esta situación nos reconfigurará como sociedad desde la óptica antropológica. En caso, claro, de que no lo haya hecho ya.

En estos días no han sido pocos los teóricos, filósofos y especialistas en la experiencia humana que se han volcado a contarnos lo que podría o no suceder. Dos de ellos, quizá los más leídos y vendidos en la actualidad, son el mencionado Harari, autor de best-sellers como Homo Deus. De animales a dioses, y el sucoreano Byung-Chul Han, autor de La sociedad del cansancio y varios títulos más. 

En la columna del Financial Times mencionada antes, Harari escribe lo siguiente: “Las decisiones que se tomen en las semanas siguientes probablemente le darán forma al mundo en años venideros. Moldearán no solo nuestros sistemas de salud, sino también la economía, la política y la cultura. Debemos actuar rápido y de manera decisiva. Debemos considerar, además, las consecuencias de nuestros actos. Cuando elegimos entre alternativas, debemos preguntarnos cómo lidiar con la amenaza más próxima, pero también en qué tipo de mundo queremos vivir cuando la tormenta pase. Sí, la tormenta pasará, la humanidad sobrevivirá y la mayoría de nosotros estaremos vivos, pero estaremos habitando un mundo completamente diferente”.

Más adelante, el experto sentencia que hay dos modelos que se oponen y entre los que habrá que decidir. Dos modelos con los que, aunque no nos hayamos dado cuenta, ya estamos coqueteando en Uruguay. 

“En tiempos de crisis, enfrentamos dos elecciones importantes. La primera es entre la vigilancia totalitarista y el empoderamiento ciudadano. La segunda es entre el aislamiento nacionalista y la solidaridad mundial”.

El filósofo surcoreano, en tanto, ha preferido decantarse por un análisis que ataca de raíz la cooperación internacional y a cómo Oriente y Occidente, según sus códigos históricos y políticos, han trabajado la pandemia. En un artículo titulado Coronavirus. La emergencia viral y el mundo del mañana, que se publicó en español en El País de Madrid, Byung se enfoca en las diferentes posturas frente a la extrema vigilancia digital –la manera en la que China está logrando bajar los niveles de contagio y frenar las muertes– y enuncia lo siguiente: “En China no hay ningún momento de la vida cotidiana que no esté sometido a observación. Se controla cada clic, cada compra, cada contacto, cada actividad en las redes sociales. A quien cruza con el semáforo en rojo, a quien tiene trato con críticos del régimen o a quien pone comentarios críticos en las redes sociales le quitan puntos. (…) En China es posible esta vigilancia social porque se produce un irrestricto intercambio de datos entre los proveedores de internet y de telefonía móvil y las autoridades. Prácticamente no existe la protección de datos. En el vocabulario de los chinos no aparece el término ‘esfera privada’. (…) Toda la infraestructura para la vigilancia digital ha resultado ser ahora sumamente eficaz para contener la epidemia”.

Pero el filósofo oriental también se sumerge en otros planos. Habla de cómo el discurso ha situado al coronavirus en el rol del “principal enemigo” a vencer, un término que los gobiernos de Francia y Alemania, por ejemplo, han utilizado al momento de dirigirse a sus ciudadanos. Y esto aparece en un momento en que, a diferencia de otras épocas, como la Guerra Fría, no hay un enemigo claro y “universal”. Byung asegura que ni siquiera el terrorismo islámico llegó a ocupar ese estadio definitivo. 

Remata su texto con la respuesta a la gran pregunta que por estos días ronda en la cabeza de varios pensadores: ¿qué sucederá con el capitalismo, ese régimen socioeconómico que nos domina, en un escenario como este? El surcoreano no duda: dice que el virus no lo derrotará. Un virus no puede hacer la revolución que les toca a las personas. 

Interpretaciones y futuros

Javier Mazza, licenciado en filosofía, profesor de antropología y coordinador docente del departamento de Humanidades de la Universidad Católica, ha estado siguiendo de cerca los discursos de Harari y Byung. De hecho, hace pocos días pasó por Subrayado, el noticiero de canal 10, y analizó algunos de sus postulados en televisión. 

Mazza tiene claro que cualquier cosa que se diga en estos momentos puede cambiar de un día para el otro y lo advierte. La pandemia no sigue patrones ni reglas y los sistemas políticos y económicos avanzan un día a la vez, por lo que no se puede hacer conjeturas a la ligera. Sin embargo, cree que hay ciertas reflexiones que pueden empezar a delinearse. En ese sentido, cree que el capitalismo, al contrario de lo que opina Byung, sí sentirá el cimbronazo del virus.

“A largo plazo esto revisará nuestro sistema de ordenamiento económico y social. Esta pandemia, y lo que nos obliga a hacer para protegernos, que es encerrarnos e implementar el aislamiento social, le pega muy duro al mundo capitalista. Si viviéramos en otro tipo de ordenamiento social, las consecuencias serían menores. En un sistema en el cual el mundo se mueve por el intercambio entre las personas y el intercambio de bienes y servicios, esto es como si te mordieran la yugular”. 

¿Qué puede suceder, entonces? Para Mazza el resultado puede ir desde reflexiones y críticas sobre cómo funciona hoy este sistema, hasta un punto en el que aparezca un nuevo Karl Marx o Adam Smith, individuos que replanteen desde la teoría un nuevo orden socioeconómico. “Lo que quiero decir es que, si surgiese, no me llamaría la atención. Es lo esperable”, apunta.

Mazza se detiene especialmente en el debate que plantea Harari al enfrentar la vigilancia totalitaria y el empoderamiento ciudadano. Y repasa, como Byung, la manera en la que China se está deshaciendo del virus de una manera casi calcada al Gran Hermano de Orwell. 

“China puso todas las herramientas de su autoritarismo al servicio de la prevención del coronavirus. Les pusieron pulseras biométricas a los ciudadanos, los siguieron por GPS y les están tomando el pulso a piacere del gobierno. La vigilancia extrema, ese sueño distópico a lo 1984, hoy está a un paso de distancia y lo que faltan son o las ganas o la excusa para implementarlo. Esta es la excusa. O más bien la oportunidad. Harari explica que, bajo el entendido de que se está protegiendo tu salud y la de la población, que además es cierto, te podés encontrar con que el gobierno elige resignar tus libertades individuales. Y capaz lo permitís de buena fe. De alguna manera, en las conferencias de Presidencia ha aparecido el tema: la cuarentena obligatoria. Y el presidente explicó que con ella estamos pidiendo la solución autoritaria. Harari, además, expone que del otro lado de la balanza está el empoderamiento ciudadano. Esto es: ciudadanos responsables, que se ponen las pilas y que se dan cuenta de que la cooperación mutua es la manera de zafar. Sin recurrir al autoritarismo o totalitarismo”.

Nicolás Guigou, doctor en antropología social y profesor de la Universidad de la República, también ha repasado detenidamente lo que se ha escrito sobre este y otros problemas en estos días. A él, toda esta situación y sus eventuales consecuencias le recuerdan al 11 de setiembre y el cambio radical que se dio en los aeropuertos a partir del atentado ocurrido en Nueva York ese día de 2001. Como recuerda, en los aviones antes del 11-S todo era “jarana”. Cuando pasó, todo se transformó en un sistema de control extremo.

“Cuando ocurre algo así, quedan determinados elementos instalados a posteriori, que tienen como objetivo evitar que ese acontecimiento se repita, pero que también generan un estilo de vida, una manera de transitar y de habitar”, explica. Para Guigou, las medidas de aislamiento decretadas e incorporadas en el mundo pueden llegar a generar un cambio tan radical como el de los aeropuertos. Y, claro, ese cambio pasará a afectar todas las esferas de la vida humana, no solo el momento antes de embarcarse en un avión.

“Este aislamiento, aunque genera una cantidad de trastornos económicos evidentes, también marca una tendencia social en la que la presencia física es cada vez menos relevante. De hecho, el mundo va hacia el trabajo desterritorializado, hacia el encierro. El mundo del futuro es el mundo de sujetos encerrados en sus casas que interactúan a través de plataformas y redes. Y no solo en términos de tiempo libre, sino en términos reales. Hay condiciones materiales, en esta fase del capitalismo virtual, para que dentro de cien años hasta las operaciones quirúrgicas puedan ser remotas”, dice. 

Lo que aclara inmediatamente es que este nuevo mundo, este capitalismo virtual en el que las empresas ganan millones de dólares con cada una de nuestras interacciones o la big data que generamos al estar todo el tiempo en casa no es un producto original de la pandemia. Es simplemente algo que la proliferación del virus y sus consecuencias llegan para apuntalar y poner en práctica con mayor rapidez. 
“Estos acontecimientos intensifican revoluciones comunicacionales que ya venían en camino. En países de punta, como Japón, este proceso fóbico de no estar cerca ya se estaba viviendo desde hace tiempo. En estos momentos experimentamos una mutación cultural en la que incluso la forma de conocer y de comprender están siendo afectadas. El coronavirus reafirma un modelo que estaba en marcha. Afianza una revolución que se estaba dando en la sociedad y que nos afecta a todos”.

Vivir en (la nueva) sociedad

Está claro que, con este panorama, la sociedad tiene algunos desafíos que afrontar. Para empezar, Guigou establece por ejemplo que el “otro” pasó de ser el vecino, el amigo, el familiar o un desconocido, a ser reducido a un potencial vector de contagio, o lo que es igual: un potencial peligro.

“El coronavirus pone al otro como riesgo. Ahora toda persona es un enemigo en potencia. Eso va generando una construcción social a futuro en donde la relación humano-máquina pasa a ser más confiable que la relación humano-humano. Y eso hace que los vínculos sociales empiecen a aflojarse y a desdoblarse. Estamos viviendo una época de mucho desdoblamiento. No sabés qué esperar de los demás desde el punto de vista ético moral. ¿Cómo hacemos que una sociedad prospere cuando todos los sujetos son dudosos?”, se pregunta.

Mazza, por su parte, se desplaza hacia otra área que, en estos momentos, también afronta una crisis de confianza: la política. 

“Se piensa que hablar de política es hablar de la clase política, de los partidos y sus integrantes. Pero la política somos nosotros, somos los ciudadanos quienes la hacemos, es nuestra organización para tejer redes de colaboración que nos proporcionen seguridad y salvaguarda de nuestras libertades. Tener esa distancia, ese descreimiento o falta de confianza con la política en este momento es peligroso. Lo mismo que la distancia o el descreimiento para con las fuentes de información y la propagación de fake news, noticias basura y cadenas de Whatsapp. Al pensar qué cosas aprendemos del coronavirus, una debería ser que las soluciones a nivel colectivo no van a aparecer sin acciones responsables a nivel individual. Ahora es el momento en el que todos tenemos que hacer algo para que, por ejemplo, dejen de difundirse las noticias falsas y la información irresponsable. ¿Por dónde empezar? Por tus grupos de Whatsapp”.

En estos días de cacerolas, aplausos y cantarolas desde el balcón, muchos se han decantado por hacer llamados a la unión entre ciudadanos. Pareciera que un impulso primigenio nos advirtiera que, en estos momentos, lo peor que podemos hacer es dividirnos. Y eso mismo es lo que apunta, a modo de conclusión, Mazza. Explica que llegó la hora de convertir el espectro político, el verdadero espectro político, en una masa uniforme que se mueva unida y en pos de resolver los problemas que se nos vienen encima. 

“Es el momento de entender que a nivel político nos toca seguir adelante el rumbo que están marcando los que están en el gobierno, que están ahí porque los pusimos nosotros. La organización política tiene que estrecharse”, asegura. Y luego advierte: “En el momento en que eso se nos quiebre, vamos a estar en problemas”.

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