Ángel Ruocco

Ángel Ruocco

La Fonda del Ángel

¡Viva la sopa!

La guerra de caricatura entre Mafalda y Guille esconde la rica historia de un plato universal que se originó con el hombre mismo y cuyo nombre proviene de una rodaja de pan empapada en caldo.
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29 de junio de 2012 a las 00:00

En el tema de la sopa hay dos corrientes de pensamiento. Por un lado la encabezada por Mafalda (hija putativa del genial Quino), que no puede evitar un sonoro ¡puaag! de rechazo ante la visión de un humeante plato de sopa y por el otro la de su hermanito Guille, que clama por ¡zopita, zopita! Confieso que en esta materia soy, como se dice en España, un chaquetero. Porque en mi lejana niñez, era “mafaldiano” y ahora, como muchos veteranos y también los millones que pasan hambre en el mundo, soy un “guillista” convencido.

Este plato es antiquísimo. Unos cuantos miles de años atrás, los miembros de la única raza ahora existente, la del homo sapiens, fabricaban ya toscas vasijas de barro cocido en las que hervían en agua los vegetales silvestres recogidos por las mujeres y trozos de carne de los animales cazados por los hombres de la horda.

Luego, en las siguientes etapas del itinerario humano, desde las civilizaciones mesopotámicas, egipcia, griega y romana, las sopas fueron un componente importante de la dieta y en la Edad Media la sopa era un elemento básico tanto en las mesas de los señores feudales como en las de los campesinos y de los pobres en general.

Según el famoso chef francés Alain Ducasse, la sopa pertenece a la mitología de la cocina. “La sopera caliente y olorosa que posamos con precaución en el centro de la mesa, símbolo de la felicidad que procura la convivencia, refleja todos un mundo de perfumes, de recuerdos y de gestos asociados a la ternura materna o de nuestras abuelas”, dice Ducasse. Asimismo, el célebre cocinero gascón califica a la sopa de plato universal, indispensable durante mucho tiempo para la vida humana –a menudo era la única comida para un labrador pobre- y que de a poco ha ido abandonando su estatus de alimento elemental para acceder a un rango social netamente más alto después de haber vivido mil y una vidas.

Cada civilización, cada país, cada región, cada época tiene o ha tenido sus sopas características. Pueden ser calientes o frías, con pocos o muchos ingredientes, cremosas o caldosas, robustas o casi etéreas, suaves o picantes, con cereales, legumbres, verduras, frutos, carnes de todo tipo, mariscos, arroz, fideos y lo que venga…Desde la bullabesa francesa al gazpacho español, del minestrone italiano al bortsch ruso-polaco, de la aalsuppe alemana a un caldo de puchero uruguayo, de un caldillo de congrio chileno-peruano a los nidos de golondrina chinos, así como muchísimas más sopas del más variado tipo son infaltables en las mesas de todo el mundo.

Pueden ser también una rústica sopa de ajos de Castilla-La Mancha o un cacciucco de Livorno, que incluye toda una variedad de pescados de poco valor, o un muy modesto hervido como el mencionado por Dámaso Antonio Larrañaga en su Diario del Viaje de Montevideo a Paysandú en 1815, pero también una refinada Crema Dubarry, una sopa-crema de coliflor que lleva el nombre de la amante de Luis XV, o el no menos sofisticado Consommé a la Sevigné.

Sobre el origen del nombre hay varias versiones. Según algunos deriva del gótico suppa (que significa rebanada de pan empapada) y de ahí su nombre español y portugués, así como el francés soupe, el alemán suppe, el inglés soup y el italiano zuppa (aunque lo que es para nosotros una sopa en italiano a veces se llama minestra). Para otros viene del neerlandés sope.

En lo que todos están de acuerdo es que originalmente con el nombre de sopa se designaba a una rodaja de pan empapada con algún tipo de caldo. En las mesas de los señores feudales de la Edad Media las rebanadas de pan hacían las veces de platos sobre los que se colocaban trozos de carne u otras comidas. Esas rodajas de pan mojadas por los jugos de los alimentos de los señores y un poco de caldo eran después el alimento de los siervos.

Antes de ello, en la antigua Roma, las bollite, sopas con harinas, cereales enteros o legumbres era el alimento de la plebe. Pero fue en el Renacimiento, quizás a impulso de los cocineros florentinos que Catalina de Médicis llevó a la corte de su marido, el rey de Francia, que la sopa tomó las características actuales y se convirtió incluso en un plato refinado.

La cuestión es que rústicas o sofisticadas, las sopas son ricas y constituyen un alimento insustituible. Por eso estoy con Guille. ¡Viva la sopa!

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