“Hagan un lugar, hagan un lugar. Los homosexuales por las calles de Uruguay”. El canto resistía a cada paso por la avenida entre las bocinas de los autos y los ómnibus, las miradas y los agravios. Algunos taparon sus caras, taparon sus ojos, taparon su cuerpo; pero estaban ahí para no tener que taparse nunca más. Un centenar de personas dio esa noche un primer paso que se repetiría por 30 años.
Un año antes, cuando se conmemoraba el Día del Orgullo –en recuerdo a los disturbios de Stonewall en Estados Unidos–, un puñado de personas se habían concentrado en la Plaza Libertad. Para 1993 decidieron marchar.
Una carta firmada por el Movimiento de Integración Homosexual y Homosexuales Unidos llegó a la Policía. Allí se pedía permiso para concretar “la primera marcha y concentración uruguaya sobre la lucha contra el SIDA y el respeto a los derechos de los homosexuales”. La movilización saldría el 28 de junio de 1993 a la hora 20.00, desde El Gaucho hasta la Plaza Libertad.
“Se autoriza utilizar la Av. 18 de Julio exclusivamente desde el Obelisco hasta el callejón de la Universidad”, respondió la Policía en el comunicado firmado el 17 de junio del mismo año modificando el recorrido.
Con una presencia arrolladora, Karina Pankievich lideraba por la mitad de la avenida. El cabello enrulado y rubio, una pollera corta, medias hasta los muslos y un tapado que se había mandado a hacer con un estampado animal. “Tipo Cruella de Vil”, recuerda ahora en conversación con El Observador.
“Íbamos como festejando, pero festejando que podíamos por primera vez caminar, tomar una avenida y decir acá estamos y queremos que se nos respeten nuestros derechos”.
Un grupo de personas se juntó en el Obelisco agitando globos rosados, celestes y también preservativos inflados. Algunas llevaban carteles que habían pintado a escondidas. Entre la gente, Pankievich habló con Canal 4. La luz de la calle apenas le iluminaba la cara.
“Es la primera marcha que se está realizando en Uruguay para lograr felicidad, para lograr democracia y para llegar a que la gente nos acepte como seres humanos. Y que nos den los derechos que necesitamos. Ser homosexual no es un delito. ¿Cómo te puedo decir? No es que estemos agrediendo a la gente, sino que simplemente estamos queriendo demostrar lo que somos”, dijo.
Pero esa noche la sensación que primaba era el temor. “Esa noche teníamos una sensación que no era ni de alegría ni de felicidad, era más bien de miedo. Si bien estábamos en el 93 todavía había represión. Por eso era que la mayoría de las personas iban camufladas, los gays iban con caras tapadas, éramos tres o cuatro mujeres trans que íbamos a cara descubierta porque el resto de la gente se camuflaba como mezclándose, como para decir 'yo acompaño pero no soy ni gay, ni lesbiana'. ¿Qué va a pasar después cuando terminemos de leer la proclama? ¿Nos estará esperando la policía o no?", recuerda la presidenta de la Asociación Trans del Uruguay (ATRU).
La del 93 se conoció como la Marcha del Orgullo Homosexual. “La palabra homosexual se consideraba como la capitalizadora de una cantidad de sentidos que hoy los tenemos completamente desagregados”, explica el doctor en Ciencias Sociales e investigador Diego Sempol.
Sempol destaca que en el contexto de la primera marcha por la diversidad la violencia policial seguía siendo un problema para la comunidad LGBTIQ+. Y en especial para la población trans.
Otro gran tema en ese momento era el VIH. La pandemia había llegado en 1983 al Uruguay con el primer caso y durante una década se había construido una falsa equivalencia con la homosexualidad. “Esto seguía siendo una teoría muy fuerte en el 93. Entonces la gente que marchó en el 93 planteaba ‘el miedo enferma, la solidaridad protege’”.
La consigna fue "por el libre ejercicio de la sexualidad" y en la explanada de la Universidad de la República los manifestantes leyeron la proclama: 20 poemas de amor y una careta desesperada.
El sistema político dice no a la libre sexualidad porque sería reconocer la importancia del placer sexual como un todo independiente de la reproducción, con lo que perdería la oportunidad de dirigir el sistema de vida tal cual está organizado: en base a la familia, la patria y la política partidaria.
Sempol destaca que en ese momento no había una legislación que amparara la visibilidad de la comunidad. "Poner el cuerpo en la marcha del 93 podía que te despidieran y en formas de violencia muy importantes. Vamos a ver que la primera línea está ocupada por personas travestis que no tenían problemas con la visibilidad y después tenemos muchos varones y mujeres tapados, que caminan por la vereda como apoyando, pero no del todo involucrados en la protesta".
Cuando terminó la marcha, Pankievich le habló a la gente que seguía la transmisión desde su casa en una noche fría de junio. “La gente que está acompañando en estos momentos sabe que es con lucha que se consiguen las cosas. Pero para la gente que se quedó en sus hogares, no vaya a pensar que esta marcha la hacemos por libertinaje. No. Simplemente queremos que nos acepten como seres humanos, con sentimientos y con los derechos que todo ser humano se merece”.
Pero hubo dos marchas: una por la calle y otra por la vereda. Andrea Obregón caminó sobre esta última. Se había enterado que la primera Marcha del Orgullo Homosexual era esa noche. Y fue. Pero no se animó a bajar el cordón de la vereda. “Dábamos gracias en ese entonces que estuviera tan oscura la zona del Obelisco, porque no nos podían ver”, recuerda.
Al año siguiente decidió bajar a la calle. Tenía 19 años, llevaba la cara cubierta por un pañuelo y un par de lentes oscuros. Sobre su pecho tenía un cartel: No soy musulmana, no soy iraquí, soy una lesbiana de este país.
“En ese entonces tenía 19 años y mi familia, el núcleo más cercano, que era mi madre y mi hermano, sabían; pero el resto no. Tenía que cuidar de mi trabajo, mi lugar de estudio, estaba terminando el liceo. Pero era tan fuerte ese orgullo de salir a la calle a pelear. Era tal cual: orgullo. Es intransferible. Es bien difícil transmitirle a otra persona lo que se siente en el pecho, esa cosa de inmensidad”, cuenta ahora a El Observador.
Se le fue "hinchando el pecho" y decidió cruzar el cordón de la vereda. “Llega un punto en que uno se cansa de que te juzguen, de tener que esconderse, de tener que mentir".
No tenía modelos ni referentes para la idea que se había construido sobre quién quería ser. "Nos teníamos que imaginar lo que queríamos conseguir porque no lo teníamos. Era algo totalmente utópico, una fantasía. Lo fuimos descubriendo, peleando y transitando, con un montón de aciertos y equivocaciones”.
La marcha era para Andrea, y para muchas otras, un lugar de encuentro y reconocimiento. “Cada vez que veo a dos chicas por la rambla de la mano o demostrándose afecto, besándose, abrazadas. ¡Ah! Sigo flasheando. ¿Cómo pasó esto? Yo no tenía ni idea cómo podía ser otra lesbiana porque no había ningún modelo. Era de las que pensaba que la únicas lesbianas en todo el planeta éramos yo, Sandra Mihanovich y Celeste Carballo. No había nadie en ese entonces que dijera 'sí, yo soy'. Es brutal imaginarse eso”.
“Si no hubiera sido por un montón de heterosexuales que nos quitaron la etiqueta de enfermos y enfermas, el cambio no hubiera sido posible”, señala.
Fernando Frontán volvió a Uruguay en 1994 y se incorporó a Homosexuales Unidos cuando estaban terminando de organizar la segunda marcha. “Cómo habrá sido todo el impacto emocional que Homosexuales Unidos, después de la marcha (de 1993), tuvo que hacer un trabajo con un psicólogo social para poder empezar a elaborar todo lo que había provocado ese acto de visibilidad, aun con las caras tapadas. Y el temor a lo que pudiera suceder en la segunda marcha".
Tomaban media calzada de 18 de Julio y enfrentaban las reacciones de mucha gente. "No era nada racional lo que gritaban. Era el odio instalado en la sociedad, el rechazo, la adverción, la fobia que le generaba. Era el sentir mayoritario y te bocinaban. Los ómnibus abrían las ventanillas, la gente nos gritaba ordinarieces, y nosotros con las banderitas. ¡Parejas legales, para homosexuales!, ¡No a la discriminación, no a la discriminación!, Lesbiana, yo soy lesbianas porque me gusta y me da la gana. Esas eran nuestras vocecitas tenues ante la opresión. Había que tener huevos para hacer eso", recuerda.
Frontán, activista por los derechos LGBTIQ+, considera que esos primeros pasos fueron fundamentales para el movimiento. “Veníamos del armario, ¿y qué significaba para todos nosotros? El golpe, el rechazo, escuchar el chiste impune en todos lados, escuchar los discursos de odio extremo que se expresaban en el ámbito religioso, en el ámbito social, en el ámbito deportivo, en los asados".
Él fue el que llevó por primera vez la bandera de la diversidad. Una bandera chiquita con los colores del arcoíris. En 1996 el movimiento de Uruguay ya tenía contacto internacional, y habían acordado en una bandera en común. Pero en Uruguay no había de ese tipo de banderas.
"Había un puesto en Río de Negro y 18 de Julio que vendía banderas de todo tipo y estaba la bandera del cooperativismo, que tiene siete colores. Compramos una bandera de esas, la descosimos, le sacamos un color y dejamos los seis colores de la diversidad”, recuerda. Frontán quiere ahora encontrarla para donarla como archivo histórico.
En esa cuarta marcha fue la primera vez que tuvieron un camión bocina y una canción insignia: Solo se vive una vez, de Azúcar Moreno. Frontán recuerda que nadie les quería alquilar un camión para la marcha, hasta que una militante social les dijo que lo haría su marido. Pero cuando se enteró que sería camión que abriría la marcha al ritmo del dúo español tuvieron que convencerlo. Finalmente aceptó encabezar la movilización a cambio de dos cajas de vino.
Ese año la pancarta decía los médicos tienen las manos manchadas de sangre por el uso del AZT. Según Frontán, en las primeras marchas se decidió postergar la agenda de derechos por lo "primario": los medicamentos para las personas con VIH. "Se nos morían nuestros amigos en ese silencio frío de una sociedad indiferente. Eran los tiempos de los discursos de la peste rosa. La fiesta no estaba invitada todavía a nuestra marcha”.
En esa misma movilización tomó el micrófono –un micrófono que se abría en cada marcha– para hablarle a los de la vereda, los que todavía no se animaban a marchar. "Muchos homosexuales están en la vereda de enfrente, otros en algún balcón ocultos, otros quizás yéndose de nosotros. Nosotros tendremos frío el cuerpo en esta noche de invierno pero tenemos muy caliente el corazón, muy calientes las manos y la boca ardiendo en fuego porque le decimos sí a la libertad de elección en la sexualidad".
“Eran tiempos lindos, yo no quiero que nadie más los viva. Estamos en un momento donde las conquistas llegaron pero ahora hay como un reflotar a nivel mundial, y en Uruguay se escuchan algunas voces en esas líneas, de los discursos de odio. Y los discursos de odio pueden opacar, cerrar, perder, los derechos conquistados. Y entonces no. Cuidado, a estar despiertos. La marcha hoy en día tiene eso. La comisión organizadora recogió este tema porque la consigna de este año tiene que ver con eso: no perdamos lo conquistado, avancemos adelante”.
Karina Pankievich, habla de forma pausada y clara. “Esto que estamos haciendo hoy lo estamos haciendo no en beneficio propio, sino de las nuevas generaciones que vienen detrás”, dijo aquella noche de 1993.
“No sé por qué lo dije en aquella época. En esta época me siento una visionaria, porque cómo con la juventud que yo tenía hace 30 años atrás no estaba pidiendo los derechos para nosotras las que estábamos ahí, sino para las generaciones que vinieran”, dice ahora.
El año pasado le pidieron que se sacara una foto con una niña trans. Esa fue la representación de un sueño cumplido. "Cumplí el deseo de que esas niñeces y adolescencias tuvieran el apoyo que a nosotros no nos dieron nuestra familias que nos expulsaban de nuestros hogares y no teníamos más remedio que irnos a la calle y ejercer el trabajo sexual, no pudimos estudiar, nos negaron todos los derechos”.
Pasaron 30 años. Esta noche la Marcha de la Diversidad será multitudinaria, colorida y festiva. Los carros alegóricos, el glitter y el baile serán parte de una movilización que colmará la Avenida Libertador por tercer año consecutivo.
Para Frontán, compararlas es un error en el que caen los activistas jóvenes. "No hubiéramos dado el paso 100, si antes no hubiéramos dado el uno, el dos, el tres, el 25 o el 47. La marcha del 93 es un reflejo de lo que sucedía en esa época y para esa época era tremendamente revolucionaria, sediciosa, impactante. Porque no había un rincón del país donde no se hablará de este tema (...) Antes lo políticamente correcto era homofobia, ahora políticamente correcto empezaba a hacer la no discriminación. ¿Eso por qué? Hicimos cosas porque eso sucediera".
Faltan 24 horas para una nueva Marcha de la Diversidad cuando Karina Pankievich atiende el teléfono y está nerviosa. Pero todo cambiará, dice, cuando se pare al frente de la multitud. “Arrancamos, empieza la música, ves aquel mar de gente y me viene una sensación de ‘pudimos, resistimos, fuimos resilientes, logramos lo que queríamos’. Que no fuera solamente una marcha de mujeres trans, lesbianas y de gays, sino de toda la gente”.
Pero la sensación de celebración todavía no es completa. "La palabra no es alegre, porque marchar reclamando derechos que todavía no tenemos no es para felicidad. Espero que no pasen 30 años para que la población LGBTIQ+ pueda marchar divirtiéndose, pasándola bien, disfrutando de esa marcha sin tener que leer una proclama en el cual tengamos que seguir pidiendo que se cumplan los derechos que todavía no se cumplen, más allá de que están estipulados en la ley trans”.
Andrea Obregón, por su parte, se emociona. Se emociona cuando ve a dos jóvenes de la mano en las calles de Montevideo. La emociona ver a gente de su generación reivindicándose. “Te diría que paso llorando desde el comienzo al final. Básicamente te lo podría traducir así”, dice entre risas.
“Hoy la marcha comparada con esa del 93 es bien diferente. Estamos hablando de 30 años, 30 años en una sociedad no hay nada, es la mismísima nada si te lo pones a pensar en un contexto histórico. Tiene que ver con la sociedad, con todo lo que se ha ido trabajando y consiguiendo a nivel de leyes. Es producto de mucho, de mucho, de mucho trabajo de un montón de compañeras y compañeros que han estado y siguen estando. Hoy es una fiesta, la de la década de los noventas también era una fiesta, diferente”, sostiene.
Igual que hace tres décadas Karina Pankievich va a caminar al frente de la marcha. Solo que esta vez serán cientos de miles los que estarán detrás. "Quiero estos treinta años, porque pienso que es la última marcha que voy a hacer. Terminarla de pie como hice la primera".
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