Eduardo Espina

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Apocalipsis líquido

Pocas veces se ha visto a una urbe como Houston quedar arruinada por el agua
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30 de agosto de 2017 a las 15:23
"Houston es un pantano", solía decir el multimillonario Howard Hughes, uno de los ciudadanos ilustres oriundos de la urbe situada al borde del golfo de México, quien murió a bordo del avión que lo trasladaba de Acapulco a Houston, donde iba a ser tratado en el hospital Metodista debido a su mal estado de salud.

Con una población que entre la parte metropolitana y los suburbios supera los nueve millones de habitantes, Houston es la cuarta ciudad en tamaño de la Unión Americana, luego de Nueva York, Los Angeles y Chicago. Desde su fundación en 1837 siempre se dijo que el principal temor de sus habitantes son los huracanes, capaces de descargar varias toneladas de agua.

Es decir, por ser, como afirmaba Hughes, un pantano al lado del inmenso golfo, siempre corre peligro de inundarse y de dejar a su gente bajo las aguas, tal como acaba de ocurrir. Hacía tiempo que un huracán en gran escala no pegaba tan fuerte, pero el que ahora vino, llamado Harvey, ha dejado a la pujante y multiétnica ciudad noqueada.

De esta catástrofe no saldrá tan fácil, y hay oficiales que dicen que nunca volverá a ser la misma. Primero deberán bajar las aguas debido a las inundaciones provocadas por el fenómeno meteorológico, y recién luego comenzar a hacer el conteo de los destrozos y de los muertos.

En Houston, donde está el mejor hospital para tratamiento de cáncer del mundo, tan feroz fue la tormenta que un hospital debió cerrar sus puertas cuando más lo necesitaban, debido a la inundación que convirtió a la muy extendida ciudad en una especie de Venecia fúnebre y sin góndolas.

Los dos aeropuertos de Houston se vieron obligados a dejar de operar y pasajeros que habían llegado o estaban a punto de despegar de ellos debieron ser evacuados en helicópteros, pues los caminos de acceso a las terminales quedaron anegados.

Pocas veces, en tiempos modernos, se ha visto a una urbe de tales dimensiones quedar arruinada por la presencia destructora del agua. Para la anécdota queda el hecho no tan menor de que pocos, casi nadie, fue capaz de pronosticar el fenómeno con la magnitud destructora que terminó teniendo, signo ominoso para anunciar que el clima del planeta es hoy más impredecible que nunca.

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