Leonardo Carreño

Aprendizajes, logros y desafíos

Qué debería solucionarse antes del número 20.000

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05 de junio de 2021 a las 05:00

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No faltaron las crisis y los momentos dramáticos. En ese sentido, 2002 y 2020, por razones distintas, fueron años especialmente dolorosos. Pero si hubiera que sintetizar en una frase qué pasó en Uruguay desde que se publicó el primer número de El Observador en 1991 hasta ahora, no sería tan difícil escribirla: el país mejoró en todos los planos, y los partidos políticos que se sucedieron en el gobierno se reparten los méritos. Desde luego, cabe preguntarse si mejoramos a la velocidad necesaria, y también detenernos a pensar en las cuentas pendientes.

Empecemos por repasar algunos de los avances verificados en estas casi tres décadas. Hemos recorrido mucho camino en la modernización de la economía. El capitalismo uruguayo, hoy, funciona sobre bases más sanas que a comienzos de los noventa. Uruguay incorporó lecciones básicas sobre cómo sostener los equilibrios macroeconómicos elementales (inflación y tipo de cambio). Especialmente durante el primer lustro de la década del noventa, el país también aceleró su apertura comercial, otro requisito básico del dinamismo económico. Asimismo, gracias a la profesionalización de la DGI y la instauración del IRPF se modernizó sensiblemente la política tributaria. Por cierto, los éxitos obtenidos en estas políticas públicas no hubieran sido posible si no se hubieran fortalecido, en términos de su capacidad técnica para gestionar la economía, instituciones como el Ministerio de Economía y Finanzas y el Banco Central del Uruguay.

Durante este lapso el país hizo un enorme esfuerzo para reformular su tradicionalmente ambicioso y generoso Estado de bienestar. Las reformas de la educación y de la seguridad social, en el segundo lustro de los noventa, la de la salud diez años después, son puntos muy altos en este sentido. Aquí también se ha verificado un proceso de desarrollo institucional intenso. Aunque mirándose de reojo, cada una por su lado, prosperaron las AFAP y se potenció el BPS. La creación del Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente y de la Agencia Nacional de Vivienda, en distintos momentos, dejan de manifiesto la persistencia de la misma preocupación, cualquiera sea el partido de gobierno. El continuo desarrollo de Mevir, que hace poco cumplió medio siglo, y las transformaciones del Banco Hipotecario, son testimonios adicionales del esfuerzo realizado por garantizar el acceso a la vivienda.

El desarrollo institucional no se verificó solamente en la dimensión social. Un hito muy importante fue la reforma constitucional aprobada en 1996, que instaló el balotaje, obligó a los partidos a tener un único candidato a la Presidencia, y separó las elecciones nacionales de las departamentales. Más tarde, esta vez por ley, se le dio un fuerte impulso al tercer nivel de gobierno. No podemos olvidar, tampoco, cuánto se fortalecieron, en tres décadas, algunos entes autónomos. En particular, el país acompañó el desarrollo de las tecnologías de la información y de las energías renovables. Uruguay, durante estos años, empezó a hacer justicia con el papel de la mujer, y formó parte del pequeño grupo de países que se atrevió a legislar sobre nuevos derechos, como el matrimonio igualitario.
No hay que dejar de mencionar que, durante estas décadas, se verificó un sostenido fortalecimiento del sistema académico y de la producción científica. Se crearon nuevas facultades, públicas y privadas. El sistema universitario se volvió más complejo y afortunadamente, en todo sentido, más plural. Asistimos al notable desarrollo de la ingeniería en sistemas, de las ciencias de la vida, y a una nueva fase en la formación de los economistas profesionales, caracterizada por el desarrollo de posgrados dentro y fuera del país. Fueron años de intenso desarrollo de programas para la formación en ciencia política y ciencias de la comunicación. Pedeciba, Instituto Pasteur y ANII son mojones decisivos en esta historia.

No me propongo negar que en todos y cada uno de estas dimensiones se pudo haber avanzado más rápido y mejor. Pero me parece mucho más constructivo celebrar lo hecho que lamentar los ritmos. Eso sí: queda mucho por hacer. Tenemos el “primer piso” del capitalismo uruguayo construido sobre cimientos sólidos. Hay que construir el “segundo piso”, apuntando a asentar la dinámica de la economía en la innovación, la ciencia y la tecnología, como explicó brillantemente Ricardo Pascale hace muy poco. Pese al esfuerzo realizado, la fractura social persiste. Dos datos conmueven: el crecimiento sistemático del número de personas privadas de libertad y el de los jóvenes que no terminan enseñanza secundaria. El stock científico aumentó, pero precisamos hacer, como sociedad, un esfuerzo mucho mayor (deberíamos ser capaces de fabricar nuestras propias vacunas). Debemos trabajar para vincular mucho más estrechamente ciencia, empresa y Estado. El nivel de formación de nuestros universitarios mejoró. Pero sigue faltando masa crítica en temas fundamentales, desde gestión pública a medioambiente.

Párrafo aparte merecen las cuentas pendientes en materia de desarrollo institucional. Mucho antes de que El Observador celebre sus 20 mil números, debemos haber sido capaces de reformar profundamente el segundo nivel de gobierno. Habrá que fortalecer los controles cruzados también a nivel nacional, empoderando, por ejemplo, al Tribunal de Cuentas y a la Jutep. Hay que desarrollar la asesoría parlamentaria, para darles mejores herramientas de trabajo a nuestros representantes. Sigue pendiente hallar la fórmula para incrementar la participación política de la mujer. La cuestión de cómo darle la máxima transparencia al financiamiento de las campañas electorales, como en todos lados, tiene importancia creciente.

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