Diego Battiste

Autocrítica se escribe con C (de Pianc)

Los más perjudicados por el andar cansino de un partido que necesita estar en el clímax de su actividad son los potenciales precandidatos del FA

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25 de junio de 2021 a las 21:49

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Cuando se anuncia autocrítica, se dilata durante año y medio y se desdibuja en comisiones y futuras autocríticas, lo que podía ser una señal potente de transparencia y compromiso se transforma en una promesa no cumplida y eventualmente en una seria debilidad institucional. El Frente Amplio anunció esta semana la creación de una comisión para analizar qué se hizo durante sus gobiernos en las empresas públicas. El objetivo es combatir el “falso relato” que ese partido considera que está haciendo el actual gobierno, a partir de una serie de auditorías e informes que fueron promesa de campaña del presidente y que se están procesando, con resultados que plantean interrogantes sobre mala gestión e incluso denuncias ante la Justicia. 

Mucho antes de crear esta comisión, el FA había planteado por voluntad propia que debía realizar un proceso de autocrítica, luego de 15 años en el gobierno. La propuesta, que hasta el momento nunca se concretó colectivamente pero ha tenido algunas expresiones individuales, podría sumar muchos puntos y buena imagen, pero termina minimizada a la luz de una comisión que sale a la guerra por un tema específico.

Esta comisión es una movida reactiva del partido más votado de Uruguay en las últimas elecciones. La autocrítica, bien procesada y bien comunicada en tiempo y forma, podría haber sido una movida pro activa. La diferencia es grande. En el primer caso el partido se abroquela y se defiende, aunque se aclaró que la idea no es solamente contestarle al gobierno y sus denuncias, sino también mostrar todo lo bueno que se hizo entre 2005 y 2020. En el segundo caso, el partido se expone con transparencia para mostrar su balance. Las reacciones que generan ambas movidas pueden ser muy diferentes.

No ayuda tampoco que el trabajo de esta comisión haya sido descrito como una “iniciativa por la verdad”. La verdad, en Uruguay, está asociada con otro tipo de búsquedas mucho más removedoras y fundamentales que lo que pasó en uno, dos o tres gobiernos, y justamente el Frente Amplio ha sido uno de sus principales impulsores. 

La autocrítica busca, sobre todo, entender las razones de la derrota y buscar los caminos para tapar esos agujeros, incluyendo uno que ya tiene posibles tapones, pero que no termina de procesarse: la renovación. Año y medio es mucho tiempo en la vida de un partido y más si busca reinventarse en tiempos más inciertos que la incertidumbre que ya caracteriza a la política. Es cierto que en medio estuvo y está la pandemia, que no permite reuniones presenciales multitudinarias como las que suele realizar el FA. Igual de cierto es que hubo tiempo de sobra para reuniones virtuales en las que se podría haber comenzado a tejer este camino de balances.

Es posible que los militantes más fieles, el corazón del Frente como se les dice, no reclamen a gritos una autocrítica. Pero el partido de Mujica, de Astori, de Cosse, de Orsi, de Miranda y de Sendic, necesita de muchísimos más votos que los militantes “de toda la vida”. Y esos uruguayos son aquellos a quienes un balance a tiempo, honesto y equilibrado, le caería muy bien.

En buena parte esta es la base de cualquier esperanza del FA de volver al gobierno en 2025. Lo que planteó la pandemia, además de muertos y muchos problemas de todo tipo y color, es una nueva dinámica política. El actual líder de los blancos, Luis Lacalle Pou, no tiene herederos aparentes para un próximo gobierno, pero sí tiene detrás una coalición que a pesar de ser tan variopinta y disímil, ha logrado mantenerse relativamente alineada, en buena parte gracias a esta emergencias que vivimos. Una conclusión apresurada podría hacernos pensar que la pandemia terminará perjudicando al actual presidente y sus aspiraciones de que el FA no vuelva al poder; los números de aprobación por ahora no muestran eso. 

En estos días hablé con un politólogo que expresó esta incertidumbre con una reflexión dura: “Los 6.000 muertos o los que tengamos por Covid-19 son un drama real y político, pero si el año que viene Uruguay levanta su economía, el olvido llega rápido”. Traducido a esto de la autocrítica, si el FA no se apura en su intento por pasar raya sobre lo que hizo bien o mal -y no necesariamente ilegalmente- tal vez tenga la misma “suerte” que el partido de gobierno y todo termine en el olvido. Si no lo hace, sin embargo, se arriesga a perder una gran oportunidad de convencer a sus posibles futuros votantes de que le den de nuevo la oportunidad de demostrar que lo hace mejor que este gobierno de coalición.

Entre los frenteamplistas que han hecho alguna autocrítica está una de las dos figuras históricas que le quedan al partido; Danilo Astori salió fuerte a reconocer que lo de la regasificadora “fue un error importante” y que “no tenía realidad futura, porque estaba transformada profundamente la matriz energética a favor de la energía eléctrica y no del gas natural. En una autocrítica del FA, el cambio de la matriz energética sería uno de los puntos más sólidos a la hora de defender a sus gobiernos.

Astori habló dos o tres días después de que Raúl Sendic, el vocero que menos le conviene al FA, recorriera los medios para denunciar que el informe sobre Gas Sayago era desprolijo. Entre los errores destacó que se había asentado un gasto que parecía ser por lecciones de piano, pero que en realidad se trataba del pago de la cuota anual a una asociación llamada Pianc. Por piano o Pianc se gastaron unos 100 dólares, una cifra tan ínfima que resulta ridícula frente a los 213 millones de dólares que el oficialismo presentó ante la Justicia como pérdidas a raíz de esta regasificadora que no fue. 

El hecho de que haya sido Sendic el frenteamplista que salió a hacer esta gira de medios, muestra si no la debilidad de su partido, al menos la desorganización que lo afecta. Cada dirigente puede expresarse libremente, pero el FA tiene herramientas para sugerirle al único ex vicepresidente que renunció en Uruguay desde la vuelta a la democracia, que no es momento de buscar protagonismo.

Los más perjudicados por esa lentitud de procedimiento y ese andar cansino de un partido que necesita estar en el clímax de su actividad, son los potenciales precandidatos del FA. Carolina Cosse y Yamandú Orsi, al frente de las intendencias más populosas del país, ya están en la carrera electoral hacia las internas, más allá de que la primera apenas habla del tema y el segundo no niega su interés en que se lo ubique entre los futuros candidatos. Ambos, con diferente estilo, han sabido oponer y negociar con el gobierno, en cuotas bien balanceadas.

El FA se acostumbró a ganar con sus pesos pesados, Tabaré Vázquez y José Mujica, y olvidó en estos 15 años que era hora de apalancar figuras de peso para asegurarse futuros gobiernos. Por estos días hay más de un dirigente que admite que, sobre todo en el último período de Vázquez, el gobierno se comió al partido. Es decir, el partido perdió fuerza como referente y se dedicó a remar en apoyo del gobierno; en el camino cometió errores graves, como apoyar tácitamente a Sendic en un camino sin regreso que terminó con su renuncia a la vicepresidencia, pero mucho tiempo después de que se conociera su mentira con respecto a un título académico y algunas irregularidades como presidente de Ancap. Hoy, esos mismos dirigentes reconocen que fue un error grave.

El discurso tradicional de la izquierda en defensa de las empresas públicas, esta vez no encuentra oposición en un presidente que durante la campaña se comprometió a no tocarlas, algo que parecía necesario considerando la posición tradicional del Herrerismo sobre el tema y en particular la del expresidente Luis Lacalle Herrera, que terminó en un referéndum en el que los votantes rechazaron los artículos de la ley de privatización de estas empresas.

Ninguno de los partidos que fue gobierno desde 1984 a la fecha realizó nunca un proceso de autocrítica sobre lo que hizo mientras estaba en el poder. A ninguno se le reclamó algo así, tampoco. Pero los tiempos cambian, las “guerras sucias” a las que hace referencia el FA no son nuevas, aunque sí más encarnizadas, y los uruguayos esperamos más transparencia y más agilidad. El FA entiende este nuevo juego y por eso ofreció una autocrítica, que además de dar un mensaje contundente hacia afuera serviría para alinear su interna. Pero se permite el lujo de un año y medio de oposición sin procesar primero sus cuentas pendientes. Es hora de mucho más que una comisión para enfrentar una “embestida” por la gestión que esta vez afecta a la izquierda.


 

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