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Autor in fabula

A lo largo de 50 años, Umberto Eco se convirtió en uno de los intelectuales más decisivos de los últimos tiempos en teoría y literatura, logrando ser tan prolífico como crítico
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21 de febrero de 2016 a las 05:00
"Es más fácil encontrar mentiras en internet que en una agencia como Reuters", había sentenciado en entrevistas hace poco menos de un año, con motivo del lanzamiento de su último libro, Número Cero. No todas las enseñanzas de Umberto Eco lograron calar hondo, pero la noticia de su muerte, cuando emergió en internet el pasado viernes de noche, parecía justamente adoptar la forma de mentiras. De rumores.

Quizá fue porque sí se había logrado incorporar algo de su suspicacia crítica. O quizá porque siempre es difícil despertar de la quimera de que el hombre no es inmortal, y de que hasta los más grandes mueren. Sin embargo, cuando las noticias se multiplicaban en Twitter (aquella plataforma que tanto había analizado), refrendadas por las grandes publicaciones de Italia, las sospechas se aclaraban. El eco se apagaba. Y el "lector modelo" de esas noticias no tenía otra interpretación posible.

Entre los obituarios más apresurados y los análisis más especializados de sus aportes surgieron notas que pretendían encapsular toda la carrera académica y creativa de Eco en unos pocos párrafos. O, al menos, los que fueran humanamente soportables. Con medio siglo de actividad y un despliegue prolífico de ensayos, análisis, conceptos y ficciones, la tarea pronto se revelaba como imposible. Eco era, en sí mismo, un bosque insondable.

Para él, la escritura se presentaba como una necesidad. "Para sobrevivir tengo que contar historias", dijo en algún momento, gestando una de sus frases más célebres, cuyos orígenes se vuelven difíciles de rastrear entre incontables listados de citas memorables.

Según le comentó al periodista Stephen Moss, de The Guardian, el "impulso narrativo" siempre lo acompañó. "Escribía cuentos e inicios de novelas a la edad de 10 o 12 años. Después satisfice mi gusto por la narrativa escribiendo ensayos".

El péndulo de Eco

Aunque luego se lo conocería por la ficción El nombre de la rosa, su primera incursión intelectual fue en el mundo de la filosofía, con una tesis doctoral titulada El problema estético en Tomás de Aquino que fue publicada en 1956, al finalizar su pasaje como estudiante en la Universidad de Torino.

La filosofía y cultura medieval fueron sus primeros intereses, que luego aprendieron a convivir con una preocupación por el estudio semiótico de la cultural popular y contemporánea.

De esa forma, se sucedieron libros como Obra abierta (1962), Apocalípticos e integrados (1964), La estructura ausente (1968), Tratado de Semiótica general (1975) y Lector in fabula (1979), que marcaron un antes y un después en la semiología y las teorías de la comunicación.
A lo largo de más de cuarenta libros de no-ficción en sus cinco décadas de desarrollo intelectual, la voracidad de Eco y su afán de crítica se volcaron en todo tipo de manifestación del ser humano, desde la más popular hasta la más sofisticada. En aquella mente, provocadora e irreverente, ninguna institución quedaba en pie. Ninguna palabra ni actitud se salvaba de su lupa.

En 1980 la inmersión en la ficción literaria se hizo definitivo con el éxito de El nombre de la rosa, que antecedió a otras seis novelas, predominantemente históricas.

Entre su dedicación a la escritura y la reflexión intelectual, su primera profesión de docente nunca fue abandonada, así como el análisis acérrimo de los acontecimientos políticos de su país.

Con un hogar en Milán de 35 mil libros, un whisky en la mano y un pequeño puro sin encender siempre en la boca, Eco logró convertirse en la viva imagen de la intelectualidad italiana, más allá de lo internacional de sus aportes y de su omnipresencia en las universidades de todo el mundo.

"Mis mejores ideas me vienen cuando nado", comentaba a Xavi Ayén, de El Tiempo. "Ya sea en el mar o en la piscina. Hay escritores profesionales, como mi amigo Vargas Llosa, que se marcan un horario estricto. Yo sería incapaz de hacer una cosa así, tan metódica. Soy italiano".

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