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Bares montevideanos: entre lo clásico y lo gourmet

Montevideo tiene una larga tradición de cafés, boliches y bares de copas que poblaron esquinas de cada barrio: lugares históricos que ocuparon un rol social que ninguna institución logró luego acaparar. En este reportaje visitamos tres bares que tomaron caminos distintos para perpetuar su existencia
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26 de marzo de 2019 a las 05:00

[Por Agustina Amorós]

Los bares históricos de Montevideo forman parte del acervo cultural de la ciudad. El mostrador y el hábito de los parroquianos, esa mezcla genuina entre espacio de debate y club social. El paso del tiempo, la realidad actual y el cambio sociocultural de los últimos años terminaron de inhibir el destino de algunos que no lograron sobrevivir. Otros, en cambio, continúan latiendo: habilitados por la historia o en constante cambio, aún trabajan para mantener viva la barra. En este reportaje hacemos un recorrido por tres bares montevideanos que lograron perseverarse activos. Bar los Beatles, con más de medio siglo de historia, reabrió en noviembre de 2018 con una renovada propuesta de tragos que pretende innovar respetando su pasado. Café Brasilero, el legendario café de Ciudad Vieja: elegido por Galeano y Benedetti, una reliquia histórica y un consolidado atractivo turístico. Bar Las Flores, acorralado entre nuevas propuestas gourmet, enaltece al barrio con su añeja tradición.

El sonido ambiente demuestra el contraste en cada uno: el rock inglés que inunda a buen volumen el bar Los Beatles se contrapone con el murmullo descontracturado en Las Flores, que a su vez difiere con el silencio respetuoso que se oye entre las conversaciones del Café Brasilero.

We can work it out

La situación del bar Los Beatles, ubicado en Pérez Castellano y Cerrito, es similar a la de muchos bares de la ciudad que sorteaban su continuidad en busca de nuevos dueños dispuestos a tomar el mostrador. El lugar, con más de medio siglo de historia, surgió llamándose “Los celestes del 50”, en homenaje a los campeones del Mundial de Brasil, hasta que en 1964 un incendio los obligó a volver a empezar y su entonces dueño, Serafín Fraga (en pleno apogeo de la banda inglesa), lo rebautizó bar Los Beatles.

Con el paso del tiempo las paredes del bar comenzaron a convertirse en una especie de “altar” en tributo a la banda. Luego de varios años, Serafín tuvo que dejar el bar y lo delegó a uno de sus hijos, José Luis, que, con ayuda de su esposa Rosa Manukian, lo mantuvo abierto. Sobre el 2000 una enfermedad lo obligó a dejar de trabajar y Rosa tomó el mostrador y se hizo cargo del lugar. Durante 18 años el bar fue atendido enteramente por una mujer hasta que en 2017 decidió ponerlo en alquiler para dedicarse al cuidado de su esposo. Pasó más de un año sin encontrar nuevos dueños, hasta que se acercaron Andrés Silveira y Sebastián Cella, dos bartenders profesionales que, inmediatamente, cayeron enamorados del lugar. “Durante 12 años viví muy cerca del bar. Al pasar se veían muchos parroquianos, pescadores, era un lugar muy pintoresco. Rosa era una mujer mayor llevando adelante un mostrador en la Aduana”, narra Silveira, haciendo notar lo revolucionario del dato.

Andrés y Sebastián venían pensando en la idea de un bar propio y ni bien se encontraron con el lugar, la sinergia fue inmediata. El único requisito que pidieron los dueños fue que se mantuviera el nombre del lugar y todos coincidieron unánimemente. “Cambiar el nombre hubiese sido un sacrilegio”, dice Andrés, por lo que buscaron una frase que resumiera conceptualmente la nueva propuesta, sin irrumpir la tradición. Así fue como llegaron a “Bar Los Beatles: la gintonería del Puerto”, que logra combinar lo originario con lo innovador. Esa convivencia de lo viejo y lo nuevo se replicó en todas las decisiones que tomó el bar. “Nos propusimos no cambiar la esencia del lugar. Lo acondicionamos, limpiamos décadas de nicotina acumulada, y mientras reformábamos una parte de una pared para mejorarla, una vecina entró a pedirnos un pedacito de la piedra para llevársela de recuerdo. Ahí tomamos real dimensión de lo que significa el bar para el barrio. Tratamos de respetar la historia y revitalizarlo con nuestra impronta, sin invadir”, explica Andrés. La propuesta actual lleva como estandarte la coctelería. “En la carta tenemos una parte dedicada al gin, que es la estrella indiscutida, y otra que mantiene la esencia uruguaya de antaño: grapa con limón, medio y medio… rinde tributo a los parroquianos”, dice.

Cerramos la conversación charlando sobre el público del bar, y hago un paneo mientras lo escucho hablar: a nuestra derecha, una pareja de turistas lee un mapa en una de las mesas; atrás, un grupo de parroquianos discuten compenetrados sobre fútbol, más allá, un hombre toma una cerveza en soledad, mientras veo entrar a un grupo de mujeres que se detienen a tomar fotos a las paredes colmadas de imágenes de Los Beatles. “Es un crisol de gente alucinante: entre parroquianos, turistas, gente joven”, dice el bartender. Es cierto, el bar resulta ecléctico, diverso y —felizmente— bien concurrido.

El legendario

El Café Brasilero, ubicado en Ituzaingó y 25 de Mayo, es una cita obligada tanto para turistas como para locales. Aunque, no estuvo abierto ininterrumpidamente, lleva 142 años de vida desde su creación. El umbral de entrada tiene incrustado en el piso el año de su apertura: 1877, y los fundadores originarios fueron los señores Correa y Pimentel.

Atravesar la puerta, adentrarse al edificio (que es patrimonio arquitectónico) y caminar hasta el mostrador que se ubica en el fondo, implica un recorrido por paredes atiborradas de recuerdos: cuadros, recortes de diarios, fotografías. Gran parte del mobiliario, de estilo art nouveau, es original de la época. Nos recibe Dimitri Silva, el encargado del lugar y uno de los empleados que acompaña el café desde los comienzos de esta “nueva etapa”, dice, en referencia a la apertura del local en manos de su actual dueño, Santiago Gómez Oribe.

La riqueza del café radica en su historia, con un poderoso antecedente de personalidades de la cultura que adoptaron este rincón como su lugar: Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Idea Vilariño, Juan Carlos Onetti. Mientras conversamos un grupo de turistas ocupa la entrada para fotografiar una de las mesas con vista a la calle, aquella en la que solía sentarse Eduardo Galeano. “Los clientes nos preguntan mucho por él, tuve el placer y el orgullo de haberlo atendido y conocido aquí. Una excelente persona y cliente. Gran parte de los extranjeros nos piden que les contemos sobre los inicios del café y eso es parte también de nuestro servicio, llenarnos de esa información para transmitírsela a la gente, y hacer que disfruten de su visita con una cuota de magia e historia”, resume Silva.

En la carta el protagonista es el café, mezcla de la casa, y lo acompañan propuestas para el desayuno, almuerzo y merienda, pretendiendo acaparar a ejecutivos y turistas. La oferta incluye un Café Galeano (con amaretto, licor de dulce de leche y crema batida) que rinde homenaje al escritor.

De antaño

El clásico bar Las Flores, erguido desde hace más de 70 años en bulevar España y Blanes, convive entre un circuito de propuestas más actuales, que apuntan a los jóvenes y a la noche. El bar de copas, al que originariamente una mampara quebraba en dos, tenía su “salón familiar” con la parte de almacén, y otro sector para parroquianos, reservado exclusivamente a los hombres y los tragos. Se sabe que lo fundaron españoles y que existía desde antes de 1950, pero fue en la década de 1970 que lo compró Guillermo Rego Bermúdez, un español que había venido a América en busca de mejores oportunidades. “Mi padre llegó a Uruguay en el año 1958, con 17 años y trabajó toda su vida en bares. Primero tuvo uno en la zona del Palacio Legislativo, que sabía que no le iba a rendir económicamente, por lo que en cuanto pudo se vino para acá”, narra Néstor, su hijo, que hoy se hace cargo del bar. La historia de él con el bar se remonta al momento en que su madre comenzaba el trabajo de parto detrás del mostrador y continúa hasta hoy que, desde que falleció su padre en junio del año pasado, se encarga del bar junto con su hermano Alejandro. “Debería tener mis 46 años reconocidos de trabajo”, bromea ante la realidad de que, literalmente, su vida cabe dentro del bar. “Yo siempre digo que mi padre fue un adelantado para su época. En 1974 puso un horno de pizza que, si bien existían pizzerías cerca, en ese momento había otras zonas que estaban más florecientes. No era como ahora”, dice en referencia al movimiento frenético que acercó mucho público a la zona de Parque Rodó y Cordón en los últimos años. “Nosotros hemos intentado mantenernos bajo nuestra línea. Estas son modas que tarde o temprano se van y nosotros queremos seguir con el espíritu del bar, el lugar en el que mi padre trabajó prácticamente toda su vida”.

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