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Sergio Blanco estrenó obra sobre covid-19: "Los teatros pueden, quieren y deben estar abiertos"

Mientras en Uruguay todavía no hay fecha para la reapertura de teatros, el dramaturgo uruguayo participó del prestigioso Festival Grec en España
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27 de julio de 2020 a las 05:01

El dramaturgo Sergio Blanco dice que los teatros "pueden, quieren y deben estar abiertos", también cuenta que está feliz, aunque no con la plenitud que quisiera. Es que el dramaturgo uruguayo estrenó una obra después de meses de confinamiento y abstinencia teatral, pero sabe que gran parte del sector al que pertenece sigue sufriendo la imposibilidad de trabajar y expresar. 

Blanco, que a lo largo de sus creaciones se para desde la autoficción, cruzando y confundiendo relatos verídicos con los ficticios, decidió trabajar también sobre la noción de alterficción. Bajo esa idea, el uruguayo necesitó de la experiencia de un otro. Fue así que creó Covid 451, una pieza teatral ideada para ser interpretada por cinco trabajadores de salud.

Junto a un médico, una enfermera, un camillero, una limpiadora y una asistente social, Blanco se subió al escenario del teatro Lliure de Barcelona y estrenó este texto escrito y dirigido por él. Además de ser alusivo a la situación que atraviesa el mundo a raíz de la pandemia y contar sobre su supuesta internación en un hospital español, el dramaturgo decidió otorgarle al tema un guiño esperanzador a través de la alusión al libro Farenheit 451. Porque para Blanco, lo duro del momento tiene intrínseca la esperanza de que va a llegar un nuevo sol. (Rad Bradbury escribe: "La noche se desliza rápidamente hacia una oscuridad próxima, pero también hacia un nuevo sol". Y el uruguayo cita esta idea en su texto).

Luego de estrenar Covid 451, Blanco desarrolló su conferencia Memento mori, donde la muerte es planteada como el acontecimiento que conecta a las personas de forma más íntima con la vida. Y en un teatro donde el aforo de 700 localidades se redujo a un 30% dadas las medidas sanitarias, el público llenó la sala todas las funciones. Pocos días después de la adrenalina de volver a pisar un teatro, el director uruguayo habló con El Observador.

Horas antes del estreno de Covid 451 aún no se sabía si el Grec se iba a realizar, ¿cómo lo viviste?

Fue tenso. Hasta dos horas antes del lunes no teníamos la habilitación para estrenar. Barcelona está viviendo un rebrote muy grande; la semana pasada empezó un semiconfinamiento. Pero los teatros están respetando de manera extraordinaria los protocolos. En este momento estoy en un aeropuerto y me siento más inseguro acá o en un shopping a cómo me sentí trabajando en el teatro, lo cual demuestra que hay que abrir los teatros. Los teatros no solo pueden, quieren y deben estar abiertos, sino que saben estarlo. Hay que dejar de infantilizarnos. Cuando los protocolos son respetados no hay absolutamente ningún problema.

En Europa, ¿la reactivación de los teatros fue ágil?

No sé si fue lento o ágil. Sé que se fue responsable y severo con los protocolos, pero entendiendo que había urgencia. Hay que saber que un teatro implica cientos de personas trabajando y tener un teatro cerrado implica gente sin trabajar. Hay una comprensión de que no podés impedirle a un sector –que ya de por sí tiene una situación muy frágil– trabajar cuando está presentando protocolos serios. Por otro lado, se entendió que necesitamos los teatros, porque los humanos necesitamos las ficciones. En estos momentos de angustia, estrés y de situaciones inéditas es cuando más necesitamos de ese espejo oscuro, que es el teatro en donde de alguna manera dialogamos con la naturaleza humana y nuestros miedos.

Considerando que sos un gran defensor del teatro sobre el cine por el valor de la experiencia en vivo, ¿qué te pareció que durante el confinamiento que la experiencia teatral se haya limitado a lo virtual?

El teatro solo sucede en el teatro, en ese espacio donde la escena y la sala se dan cita y crean una convivio, como dice (Jorge) Dubatti. Ese vínculo es a escala humana. Claro que se puede registrar, ver y estudiar de otra forma, pero el teatro siempre necesita del cuerpo presente. Durante el mes y medio de confinamiento no habilité ninguno de mis textos o puestas en escena para que circularan en plataformas virtuales. No estoy juzgando a las personas que trabajaron sobre las plataformas virtuales. Para mí el teatro es el espacio de contagio espiritual, por eso necesito de esa presencia de cuerpos y en mí no funciona de forma virtual.

¿Cómo sobrellevaste todo ese tiempo de cuarentena?

Tenía pendiente hace mucho tiempo poder leer San Agustín en Latín y San Pablo en griego. Los había estudiado mucho pero nunca leído en sus lenguas originales. Pero lo padecí muchísimo, extrañé mucho.

Después de todo ese extrañamiento, ¿qué se sintió volver al escenario en el marco de un festival y con el estreno de una obra?

Volver a estar con la gente, ver entrar al público y restablecer ese vínculo. Sentí una emoción profunda y el sentido de la responsabilidad de estar allí. Fue una de las primeras obras en estrenar en Europa. Implicó un gesto político el defender la apertura de un teatro y mantener en pie un festival.

Por otro lado, sentí una felicidad que no fue plena. Porque mi felicidad es plena cuando otros también son felices y yo sé que en este momento el colectivo al cual pertenezco está padeciendo mucho el no poder ni trabajar ni decir todo lo que tenemos para decir.

¿Cómo fue interpretar Covid 451 junto a personas ajenas al mundo de la actuación?

En ellos cinco encontré que había una urgencia por contar. El arte tiene esa capacidad de que nos sana en la medida en que podemos transformar una experiencia desgarradora en belleza, en algo que de pronto entra en el campo de la ficción. Fue un gran aprendizaje para mí. Para ellos fue muy emocionante descubrir el mundo del teatro y entender que hay un trayecto entre la vida y la ficción que te lleva del dolor al regocijo. Porque si bien el espectáculo toca temas complejos como la enfermedad, el contagio, el cuerpo, la pandemia y la soledad, al mismo tiempo es una obra que apuesta mucho a la hospitalidad que tenemos los seres humanos con el cuerpo del otro. Por eso es un gran homenaje al hospital en el sentido casi que etimológico del término. Lo que nos puede salvar como especie es la empatía con el otro.

Más allá de las crisis, de las nuevas manifestaciones artísticas que han surgido e incluso luego de varias pestes en la historia de la humanidad, el teatro sigue vivo. ¿Toda la polvareda que levantó la covid-19 tampoco podrá derribarlo?

El teatro y la peste tienen un vínculo desde sus inicios. La primera gran tragedia antigua, Edipo rey, empieza hablando de una. La peste también atraviesa todo el teatro del medioevo y aparece en todo el renacimiento. Aparece en las comedias del arte y las prohibiciones de determinadas interpretaciones. Luego la encontramos en el siglo XIX con teatros que fueron cerrando por la peste y en el XX es abordada por grandes dramaturgos como (Samuel) Beckett y (Eugène) Ionesco. El teatro va a ser mucho más fuerte que la pandemia y que cualquier virus.

Pero también es importante ser muy reactivos y proteger, porque es un lugar de una gran potencia, es una de las manifestaciones artísticas más antiguas de la humanidad, pero también es muy frágil. Porque está hecha por seres humanos que están de ambos lados y no hay nada más frágil que el ser humano. 

En un contexto como el actual, ¿qué sentido cobra hablar de celebrar la muerte como lo hacés en Memento mori?

Es cuando más tenemos que abordar la muerte. Esta es una conferencia autoficcional donde mezclo el discurso académico con otro más artístico apoyado en la emoción. El resultado es una conferencia de una hora diez de discursos que terminan fundiéndose. Se aborda la muerte desde su sentido más bello y reconciliador con lo que es la existencia. Sin lugar a dudas que también es algo doloroso y tiene una zona muy desgarradora y tenebrosa, pero hay otras de desprendimiento, misterio, liberación y separación de la materia con otras cosas que quizás tiene el cuerpo y no sabemos.

Memento mori es recordar que todos vamos a morir y que esa finitud, que es la fragilidad de la vida que se consume, es la que le termina dando un sentido a nuestra vida. El saber que todo va a perecer y que un día no vamos a estar más es lo que tiene que darnos la fuerza de vivir. Creo que la muerte no nos termina, quizá nos comienza. Una de las interrogantes más bellas que hago en la conferencia es: “¿Imagina la oruga que su fin es la mariposa?”.

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