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Bronfman: “Toda intervención es una interrupción de sus planes y una frustración de su verdadero potencial”

En un mundo hiper-estimulado, la experta habla sobre cómo el gran motor del desarrollo infantil lo traen los niños de fábrica
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21 de agosto de 2020 a las 05:03

Por Carolina Anastasiadis

Primero leyó “Moverse en libertad”, un texto obligatorio en la nueva formación que realizaba tras graduarse como musicoterapeuta. Le dio curiosidad. Acababa de ser madre y en la carrera que había estudiado le habían transmitido que el adulto debía ser una persona activa en el juego con el niño, a través de la “intervención sonora”. Con ese libro se acercó a Emmi Pikler, una pediatra formada en Viena, quien ejerció en Budapest en 1930. Esta señora, entendía que el niño era un ser activo y competente, con iniciativas propias y promovió en las familias la importancia del desarrollo motor autónomo y de la actividad auto inducida por el pequeño.

Al leerla, primero se resistió, hasta que la entendió al ver crecer a su hijo.  A partir de ahí, Melina Bronfman, quien también es doula, empezó a conversar con padres y a promover las ideas piklerianas. El tema es que sus indicaciones carecían de “autoridad”, al lado de las palabras de los pediatras. Viajó a Budapest, se formó en el Instituto Pikler y allí conoció una nueva mirada sobre el desarrollo fisiológico de los niños, aprendió “a observar para poder distinguir lo verdadero de lo falso, lo auténtico de lo artificial, lo espontáneo de lo impuesto; en el desarrollo de cada persona y en la vida”.

Ha venido muchas veces a Montevideo a brindar talleres sobre juego libre y crianza. En un mundo hiper-estimulado, en el cual los papás, a veces, nos sentimos con toda la responsabilidad de ser los impulsores del buen desarrollo de nuestros pequeños, conversamos con ella para Mamás Reales, y descubrimos que el gran motor del desarrollo infantil…lo traen ellos de fábrica.

¿Qué cosas de la teoría pikleriana podemos aplicar en casa? 

  1. No forzar posturas del bebé. Si no lo hace, no hacérselo.
  2. Buscar siempre la interacción. Hacer las cosas juntos, que no sea el adulto la persona activa y el niño el pasivo; sino con diálogo, con contacto visual, con un relato por parte del adulto de lo que hace y hará con el niño.
  3. Medidas anticipatorias. El niño debe estar al tanto de lo que (le) sucederá. De esta manera podrá prepararse emocional y físicamente, aun si lo que ocurrirá no sea agradable.

Brindás talleres sobre el “juego libre”. ¿Por qué importa el “juego libre”, que los adultos no intervengamos? ¿Qué sucede en esas instancias?

El juego libre permite al niño desplegar sus ideas, conocerse a través de esta puesta en acción, conocer su entorno físico y vincular y a quienes participan de él. Si bien los juegos no suelen ser compartidos (y esto es muy importante aclararlo porque las actividades que planteo con padres e hijos no está diseñada para que los niños socialicen entre sí,  aunque ello eventualmente ocurra), suele generarse una atmósfera de tranquilidad y confianza en la que el adulto rara vez se ve en la obligación de intervenir.  En estas instancias, es interesante para el adulto poder comprobar que su hijo o hija puede perfectamente jugar sin su participación, como muchas veces creen. Esto es así porque los niños no juegan con pares sino que juegan entre pares; la misma experiencia lleva irremediablemente al despertar  de la curiosidad por lo que el otro está haciendo y luego también los lleva a la inspiración para la actividad propia.

¿Qué cosas podemos conocer de nuestros hijos al verlos jugar?

Observando jugar a nuestros hijos podemos darnos cuenta de sus intereses en ese momento. Los  niños son pequeños científicos y están permanentemente chequeando sus ideas a través de la experimentación. Si arrojan algo, están evaluando cuánta fuerza tienen, si aquello que arrojaron llega tan lejos como ellos pensaban. Si  golpean, están escuchando el sonido, la intensidad y el ritmo,  todo fruto de sus acciones. Si intentan meter una bolita en un agujero están utilizando su motricidad fina y chequeando cuán certeros pueden ser en sus pequeños movimientos.  A veces juegan a hacer algo, por ejemplo, toman un cubo de madera y lo mueven como si fuese un animalito, desplazándolo, o un autito, o lo usan como si fuera un vaso del cual están tomando agua. Y ahí estamos apreciando su imaginación. Observando a nuestros hijos podemos darnos cuenta de cómo se están organizando en el espacio con su propio cuerpo y con sus habilidades desarrolladas. Cuanto menos intervenimos, mayor es el alcance de su desarrollo y más placentero es para ellos. Toda intervención es una interrupción de sus planes y una frustración de su verdadero potencial.

 ¿Qué cosas nos dicen sus cuerpitos, su movimiento, de su personalidad?

Todo depende del desarrollo inicial de la motricidad. Es muy importante todo el período temprano de permanencia boca arriba sin medias ni guantes -que inhiben reflejos- y desarrollar motricidad fina de pies y manos.  Si estas condiciones esenciales no se cumplen, la base del desarrollo de la motricidad queda pobre e incompleta,  por lo tanto, el resto también lo será o puede que resulte costoso y cansador para el pequeño. Los niños en realidad aprenden de los adultos y del tiempo que éstos les dan. Las condiciones ideales son un espacio seguro, elementos adecuados y tiempo.

Para el observador,  es posible ver el interés,  la curiosidad, el tiempo que es capaz de dedicarle a alguna situación, y la iniciativa, el motor impulsor que anima a un niño a involucrarse con su entorno y la vida.

A su vez el adulto debería ser capaz de detectar qué espacios resultan perjudiciales  o “poco invitantes” a la exploración,  ya sea por no reunir las condiciones necesarias en cuanto a luminosidad,  ambiente sonoro, seguridad y objetos propuestos, que hacen que el niño se retraiga, se inmovilice, rechace su entorno, se aburra, se estrese y termine sintiéndose mal respecto de sí mismo por la misma frustración de no poder hacer lo que quisiera o podría.

Podés leer más sobre estos temas en el blog Mamás Reales.

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