Diego Battiste

Caceroleos de ayer y de hoy: de la gloria al desprestigio

De aquel PIT que nació para luchar contra la dictadura hoy no queda casi nada

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25 de marzo de 2020 a las 12:57

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En mayo de 1981 la dictadura militar aprobó en el Consejo de Estado la llamada Ley de Asociaciones Profesionales, que habilitaba el regreso de la actividad sindical, aunque bajo ciertos condicionamientos y restricciones.

La norma provocó una polémica en el perseguido y disgregado movimiento sindical. En los lugares de trabajo, muchos jóvenes, sin militancia partidaria, vieron una oportunidad de generar nuevos espacios de libertad y de avanzar un paso más hacia la recuperación democrática. En cambio, los viejos dirigentes comunistas de la CNT en el exilo, y quienes acá seguían en forma clandestina sus lineamientos, se mostraron contrarios a aprovechar la nueva norma. Para ellos crear “asociaciones profesionales” era una traición.

En el fondo, había una sorda disputa por el poder. La democracia volvería algún día y entonces, ¿quién dominaría el movimiento sindical? ¿Los viejos dirigentes comunistas de la CNT o aquellos desconocidos jóvenes criados en la dictadura?

En el libro “Así se forjó la historia”, una crónica del sindicato metalúrgico Untmra, el dirigente José Pedro Balbo explica aquella lucha encubierta:

“Muchos de esos viejos dirigentes no estaban dispuestos a ceder espacios en función no de una cuestión personal, en mi opinión, sino en función de una postura ideológica mesiánica donde se creían portadores de una verdad absoluta; entonces nada distinto a ellos era válido”.

La discusión se zanjó en los talleres y fábricas: la mayoría de los trabajadores quería aprovechar aquel hueco de libertad. Decenas de “asociaciones profesionales” se formaron a partir de 1982. En todos ellos comenzó a militarse por mejorar los salarios y también por expandir los márgenes de libertad, por terminar con la censura, los presos políticos y las proscripciones. Por recuperar la democracia.

A comienzos de 1983 a aquellos nuevos sindicatos se les ocurrió pedir autorización al régimen para celebrar un acto del 1 de mayo, el Día de los Trabajadores, el primero en una década de prohibiciones.

Fueron autorizados. Los detalles del acto y los permisos necesarios los debieron negociar en una mesa con el entonces jefe de policía de Montevideo, el coronel Washington Varela.

No se negaron. Aquellos nuevos sindicalistas, que se bautizaron PIT, eran mucho más pragmáticos que sus antecesores de la CNT. Si era necesario sentarse a negociar con un mando del Ejército para lograr avanzar un paso más hacia la democracia y la libertad, se hacía.

La generación forjada en la oscuridad de la dictadura, la que comenzó a emerger a la vida pública a partir del plebiscito de 1980, tenía tres características muy claras, que la diferenciaban de la generación anterior. Era pragmática y no dogmática, porque así lo exigía el momento. Como para ganarle la pulseada a los militares se necesitaba de todos, aquellos jóvenes eran plurales. Siempre buscaban sumar y unir más allá de las diferencias partidarias. Si había que rebajar una consigna para que tal o cual sector se sumara a tal o cual actividad, se hacía. Por eso en aquel nuevo movimiento sindical había gente de todo pelo y color. Y eran demócratas, no creían que la democracia fuera una “cáscara vacía”, como habían pregonado en los 60 la izquierda radical y el Partido Comunista antes de que la profecía se autocumpliera y el país desbarrancara en el abismo.

El del 1 de mayo de 1983 del PIT fue el primer acto de masas después del golpe de Estado. La consigna fue “por libertad, trabajo, salario y amnistía”.

Los jóvenes dirigentes que convocaron a aquella asamblea pública, cuyos nombres nadie conocía, ignotos laburantes que habían formado pequeños sindicatos que apenas tenían un año de vida, llegaron a la explanada del Palacio Legislativo con el temor de que fuera muy poca gente. El Uruguay llevaba diez años de silencio y miedo. Pero la explanada se llenó. Llegaron decenas de miles, quizás cientos. Fue una jornada histórica.

A los oradores –Richard Reed, Andrés Toriani, Juan Pedro Ciganda y Héctor Secco– no los conocía nadie, pero la ovación que recibieron cambió el país. Los límites habían sido rebasados. Era posible pedir democracia y libertad en la calle.

El 25 de agosto de 1983 la gente salió de sus casas, por primera vez, a golpear las cacerolas y a cantar que la dictadura militar se iba a acabar. Aporreaban ollas y sartenes los estudiantes de Asceep, los militantes de los partidos políticos, la gente común y corriente y, por supuesto, los trabajadores del PIT, que ya no era desconocido.

A partir de allí, todos los 25 de mes hubo caceroleos reclamando democracia.

El 18 de enero de enero de 1984, el PIT convocó a un paro general, el primero en 11 años. Richard Read lo recordó en el libro “La Muy Fiel y Reconquistadora”: “Fue enorme, el paro más gigantesco que yo conocí. (…) El Día tituló a ocho columnas: ‘Paro general triunfal’. ¡Éramos nosotros! ¡La salida a la dictadura pasaba por nosotros!”.

Pero cuando la salida llegó, después de los festejos, aquellos jóvenes que tanta lucidez y coraje habían mostrado durante la dictadura, no supieron o no pudieron, mantener su lugar.

La CNT volvió y se tragó al PIT. En el nombre quedaron las dos siglas, pero fue una impostura.

“Todo el guachaje del 83 fue arrasado. La actitud de los partidos fue decirnos: ‘Chau, pibe. Gracias por todo. Correte’”, recordó Read en el mismo libro.

Todo volvió de a poco –y no tanto- a ser como antes. En noviembre de 1985 el PIT-CNT celebró su III Congreso y ante la “aplanadora” puesta en funcionamiento por los delegados del Partido Comunista, que había vuelto a dominar la organización, los anarquistas, socialistas, de la lista 99, demócratas cristianos (¡había!) y de los partidos tradicionales (¡¡¡había!!!!), se retiraron.

La historia que sigue, tuvo algunas ideas y venidas, altos y bajos, pero en líneas generales se puede decir que siempre avanzó en un sentido muy diferente al que habían creado los jóvenes del PIT.

El único de los jóvenes que logró sobrevivir como dirigente fue Read, hasta que en 2015 renunció a integrar el Secretariado Ejecutivo de la central.

¿Qué queda de aquel glorioso PIT hoy en día?

Poco.

El PIT en 1983 llamaba a golpear las cacerolas contra una dictadura que llevaba diez años oprimiendo al país. El PIT-CNT hoy le organiza un caceroleo a un gobierno democrático, electo por la mayoría, que no lleva un mes de asumido y está jaqueado por una pandemia que tiene en vilo al planeta.

Marcando el abismo que separa el ayer del hoy, mientras sus excompañeros organizaban el cacerolazo, Richard Read escribió un tuit, que lo dice todo: “Este gobierno lleva 23 días de los cuales 20 le está dedicando a esta pandemia viral. Ya vendrán tiempos de discusión, crítica y propuestas y luchas. Hoy para mí la consigna es pelear todos juntos contra esta epidemia”.

Dos éticas políticas opuestas.

Si aquellos caceroleos de 1983 fueron un momento de gloria en la historia del PIT, el cacerolazo de este miércoles del PIT-CNT, en medio de una pandemia, será una página digna del mayor desprestigio.

Una cosa, sin embargo, tienen en común: a los dos los va a recordar la historia.

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