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Camila Rajchman: "Me sentí vulnerable pero valió la pena haber sido parte de la causa para ayudar a concientizar sobre el uso de las redes sociales"

Cuatro años después del éxito explosivo, Camila encuentra en las redes sociales la forma de hacer justicia al cyberbullying, las críticas y el acoso
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11 de septiembre de 2019 a las 05:00

[Por Lucía Rodríguez Alpino]
[Fotos Lucía Carriquiry]

Si hay una persona cuya pasión hace bailar a un estadio entero, Camila Rajchman es la indicada. Así me lo demostró su simpatía apenas abrió la puerta de su casa. Los rizos de oro que tanto la caracterizan contrastan con el buzo gris que lleva puesto. Nos sentamos en el living para comenzar la entrevista. Las palabras van y vienen durante más de dos horas, entrelazándose en grandes historias que merecen ser contadas.

Lado B

Camila nació en Montevideo, en una familia abocada a la enseñanza y al mundo empresarial. Es la menor de cuatro hermanas. Admite que eso la llevó a ser la más apegada a su padre José (64), comerciante de productos de ferretería, bazar y electrodomésticos; y a su madre, Gabi (61), que es maestra. “Mi relación con mamá es de apego. Soy dependiente de ella, sobre todo porque tengo una diferencia notoria de edad respecto a mis hermanas. Ellas siempre estuvieron un paso más adelante que yo en búsqueda de su independencia, y eso influyó directamente en mi vínculo con mamá”, cuenta Camila y admite admirar a su madre en todo.
“La relación con mi papá siempre fue buena. No voy a decir que fue mala, porque no lo fue. Pero es cierto que a partir de que empecé en Rombai el vínculo con mi papá se fortaleció muchísimo. Yo había pasado por una depresión y –luego de atravesar esa enfermedad– la relación con mi papá tuvo consecuencias positivas”, comenta. De sus hermanas, Andrea (37), Laura (36) y Claudia (33), destaca su pasión por la lectura, el diálogo y la solidaridad. Cuando sus hermanas eran adolescentes y exigían más independencia, Camila aún era chica, lo que la unía más a sus padres. Tuvo una infancia y una adolescencia feliz, en la que soñaba con ser cantante y aparecer en la televisión.

Como su apellido delata, la tradición judía está presente en su familia: “Todos los viernes nos juntamos con mis tíos y primos. Es algo que tenemos superincorporado, que arrancó mi abuelo paterno y, luego de su muerte, continuamos con la tradición”, comenta. De la religión judía también conmemora el Día del Perdón. “Me gusta respetar y recordar esa tradición, para reflexionar, detenerme y agradecer”, comenta Camila, y aclara que su abuelo fue un sobreviviente del Holocausto judío. “Él estuvo en un campo de exterminio, algo que llevo tatuado. El ser nieta de un sobreviviente –que además tuvo una historia de vida increíble– es lo que más me impacta”, relata con orgullo.

Un día a la vez

Hiperactiva, luchadora y resiliente. Así se define cuando le pregunto por su personalidad. Entre anécdotas me cuenta que, en sus últimos días como bachiller en el Liceo Integral, tuvo que enfrentar la decisión que casi todos los jóvenes se ven obligados a tomar: a qué dedicarse el resto de su vida.

Se encontraba perdida respecto a qué estudios seguir, cuando una de sus amigas le comentó que viajaría a Nueva York a estudiar inglés, y la invitó a sumarse a la odisea que significaría que vivieran seis meses en el extranjero. Al principio pareció ser una buena opción. “Me dejé llevar por la idea de que durante el viaje iba a poder aclarar mi cabeza, o incluso dejarme conquistar por el inglés y la posibilidad de dedicarme a enseñarlo”, comenta. Los días pasaban y organizar el viaje se le hacía cuesta arriba. “Me sentía ansiosa. Saqué los pasajes, pagué el curso, pero al momento de pedir la visa de estudiante caí de que, en realidad, me estaba escapando de algo que no quería enfrentar. No era solo la decisión de no saber qué hacer, sino que no me sentía completa en nada. Ese trasfondo me hacía sentir buena para nada”, dice. Sus amigas le organizaron una despedida, y esa noche al volver a su casa decidió plantearle la situación a su madre: “le dije que no estaba bien y que quería empezar terapia. Así fue como me diagnosticaron depresión”, explica. Tras dos años de terapia, medicamentos bajo control y el apoyo fundamental de sus seres queridos, Camila pudo sanar de su enfermedad.

Sin dudarlo, me cuenta que la depresión significó un antes y un después en su vida, y que la condujo a tomar decisiones que la acercaron al éxito. Llegando al final del tratamiento, los especialistas le hicieron una recomendación que Camila siguió al pie de la letra: involucrarse en cualquier actividad. Dedicarse a algo que la ayudara a estar mejor. Este dictamen la llevó a inscribirse en dos carreras que cursaría en simultáneo en la Universidad ORT: Licenciatura en Comunicación y Tecnicatura en Audiovisual.

Comenzó la fiesta

La facultad la transitó siendo “algo revolucionaria pero también una aplicada estudiante”, ríe al confesarlo. Descubrirse a sí misma y entrar a una institución donde no conocía a nadie fue positivo.
Además de aplicada, se reconoce charlatana. “Armaba grupos de estudio para preparar los trabajos y parciales. El semestre comenzó a avanzar y ese grupo de estudio se volvió un grupo de amigos. Fue una etapa de enamoramiento grupal. Entre ellos estaba Fer Vázquez, un condimento importante, que un día nos propuso formar una banda. Era el momento perfecto, las personas indicadas y teníamos las ganas de intentarlo a fondo. Y así funcionó”.

La actitud de Camila y aquel sueño de ser cantante la llevaron a tener predisposición natural: le gustaba cantar, la atraía el escenario y soñaba con llegar a la televisión. Su música se viralizó y el éxito desencadenó tomar otras decisiones. “Abandoné la facultad para dedicarme a la música. Estábamos en el auge de Rombai y yo intentaba ser una estudiante normal pero se me hacía imposible rendir los parciales, llegar a tiempo con las entregas, presenciar los rodajes… Tuve que optar, y no me arrepiento en lo absoluto. Hubiera dejado cualquier cosa por Rombai, porque en ese momento viví mi sueño”, afirma Camila, que de la noche a la mañana se había convertido en la cantante del momento.

Dejar el micrófono

En 2017, tras dos años de éxito desmedido, el miedo y la incertidumbre se adueñaron de sus días. “Rombai ya no me estaba haciendo bien, se había perdido la inocencia de aquel grupo de amigos”, relata, por lo que decidió renunciar a la banda. “Estaba dejando una oportunidad increíble. Me estaba bajando de mi sueño”, recuerda con nostalgia.

La magia opacada por el éxito estaba acabando con las amistades del grupo, pero la experiencia le valió infinidad de cosas buenas. “Valoro mi dedicación para lograr lo que tanto quise y lo que todo el mundo me dijo que no podía tener. Recibo cantidad de mensajes de cariño y apoyo de desconocidos. Valoro la posibilidad de transmitir mensajes y la fuerza que tengo en mis redes que me permite hacerlo”, dice.

“Al irme de la banda, lo primero que sentí fue que la gente me empezó a querer mejor. Las críticas empezaron a disminuir y entendí desde qué lugar el público me quiere más”, dice Camila. Su partida de la banda le significó nuevas oportunidades –entre ellas, una propuesta laboral en televisión.

Otro canal

Se enfrentó a otro desafío, completamente distinto a lo que venía viviendo los últimos meses: estar en televisión. El carisma del equipo, la confianza que le transmitieron y lo cómoda que se había sentido como invitada, influyeron en que Camila aceptara la propuesta laboral en canal 12. Se convirtió en la nueva notera del programa matutino Desayunos Informales.

La televisión es su medio, pero su trabajo implica comunicar también desde sus redes sociales personales. Eso la llevó a inscribirse en un curso anual de Creatividad y Dirección de Arte en la escuela Brother. “Ser creativa y encontrarle una bajada contundente a un concepto me sirve para todo en mi vida. Si me llama una marca interesada en hacer una publicación en mi instagram, yo quiero que tenga la mejor experiencia posible”.  

La gran causa

En las redes sociales, Camila muestra casi todo de su vida privada. Instagram (con sus casi 500 mil seguidores) y WhatsApp se llevan la delantera entre sus apps más usadas. Se declara fanática y pendiente de las redes. Considera que facilitan la conexión entre las personas. “Las estadísticas te ayudan a evaluar el rendimiento de tu contenido. A veces te planteás que nadie te dio me gusta o que todo el mundo vio tu video. Y me cuestiono ¿quién es “nadie” o “todo el mundo”? Las redes invitan a que todos puedan opinar. Esa libre opinión –a veces sin argumentos válidos– deja de lado que detrás de una fotografía hay alguien que siente”, comenta Camila. Aunque considera a las redes como el trabajo de sus sueños, sabe que es una herramienta de doble filo. “Tengo el alcance para llegar a personas que no conozco y transmitirles un mensaje. Desde hace un tiempo vengo trabajando el tema de las críticas, el bullying, los comentarios negativos o que vienen desde la envidia. Hay que cuidar para qué uno utiliza las redes sociales”, señala. 

A propósito de esta temática en 2016 fue convocada como speaker de TEDx Montevideo. La charla se llamó Se cyberdice de mí y comenzó con la noticia de su muerte (una de las tantas fake news en la que la involucran). Fue la primera vez que habló en público de su depresión. “Más allá de dar a conocer el lado B de mi vida, me desnudé ante todos para dejar en evidencia el uso que se les da a las redes”, apunta.

Bomba virtual

El proceso era intenso e implicaba mucha exposición. Pimod, una agencia de publicidad orientada a medios digitales, se contactó para hacerle una propuesta. “Se trataba de una campaña de concientización para uno de sus clientes, el INJU (Instituto Nacional de la Juventud), que llevaría a cabo con el apoyo del Ministerio de Desarrollo Social. La campaña comenzaría en medios digitales y luego se extendería a medios tradicionales”, comenta Camila, que a la primera reunión asistió acompañada de su jefa, Ana González, experta en medios.
La idea implicaba lanzar un primer video tipo casero, en el que Camila admitía la circulación de un video íntimo suyo, y pedía que por favor no se mirara ni se reenviara. La segunda parte de la campaña desmentía la existencia del video y dejaba en evidencia el creciente interés por conseguir el supuesto contenido, invitando a reflexionar sobre la temática. “Ellos buscaban generar impacto, y creían que yo era la persona indicada. Me encantó la idea. Sentí que era una causa que valía la pena”, confiesa.
Las piezas del rompecabezas estaban en su lugar. “No podía contarle a nadie, solo a mis padres y a mi jefa. Los dos videos fueron filmados en mi casa. El primero, con mi celular; el segundo, tuvo un backstage más preparado. Para mí esos detalles eran importantes. Quería que existiera credibilidad en cada etapa de la campaña, y demostrar que había grandes instituciones detrás de la causa. Habíamos calculado el día ideal para publicar el video y lograr el impacto que buscábamos. A las 15:00 del 15 de julio publiqué el video y desaparecí por 24 horas”. Al día siguiente reapareció con la segunda etapa de la campaña, donde Camila confesaba la inexistencia del video íntimo y reparaba en el interés que hubo por conseguirlo. “El contenido tuvo alto impacto. Logró su cometido: hacerse viral. Si la campaña fue buena o no, queda sujeto a la opinión ajena. Creo que sí puso el tema en la mesa: para que fuera hablado entre padres e hijos, y para cuidar y apoyar a quienes son víctimas de estas situaciones”, cuenta. El mensaje es simple: ¿te llegó un video íntimo de una persona? No podés hacer que no te llegue, pero sí podés decidir no difundirlo. “Acepté participar porque la causa estaba buena. Se relaciona con el cyberbullying, la depresión y el mal uso que se les da a las redes. La campaña invita a la reflexión. En el proceso de exponerme como víctima me sentí vulnerable, pero valió la pena haber sido parte de la causa”, dice.

Aprender y seguir

Su historia de vida y su trayectoria –corta pero intensa– la animan a seguir: “Sané todo. También mi dolor con Fer, con Rombai y todo lo relacionado con la música” comenta. Con su estilo espontáneo y millennial, volvió al ruedo de la música con un nuevo proyecto junto a Tomás Mandel (28) y Facundo Garello (26). “Sacamos dos canciones sin pensar en la estrategia musical. Ahora nos estamos tomando un tiempo para prepararnos y volver para explotar escenarios”. La banda se llama Blonda, y promete fiesta para rato.

 

 

 

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