Apenas llegaba de la escuela, Florencia dejaba la mochila en la primera silla con la que se cruzaba y salía al encuentro de Gaitán, el abuelo compinche. La historia de ese italiano es similar a la de tantos otros inmigrantes. Un buen día, allá por 1925, un niño de apenas 9 años llegó al puerto de Montevideo, luego de un largo e incómodo viaje en las bodegas de un barco proveniente del sur de Italia. Fiel a las tradiciones de su país, décadas después, este europeo comenzó a plantar vid en unos por entonces despoblados terrenos de Canelones, dueños de una belleza digna de una postal turística.
Esta nota es exclusiva para suscriptores.
Accedé ahora y sin límites a toda la información.
¿Ya sos suscriptor?
iniciá sesión aquí
Inicio de sesión
¿Todavía no tenés cuenta? Registrate ahora.
Para continuar con tu compra,
es necesario loguearse.
o iniciá sesión con tu cuenta de:
Disfrutá El Observador. Accedé a noticias desde cualquier dispositivo y recibí titulares por e-mail según los intereses que elijas.
Crear Cuenta
¿Ya tenés una cuenta? Iniciá sesión.
Gracias por registrarte.
Nombre
Contenido exclusivo de
Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.
Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá