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Choqué un Rolls Royce

Es una de esas cosas que se debe hacer una sola vez en la vida, así que ya cumplí
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06 de diciembre de 2015 a las 05:00
Entiendo que, como metáfora, el título es pobre pero resulta que no es una metáfora: me subí a un Rolls Royce Phantom, un 6 de diciembre como hoy, hace cinco años, en Miami Beach, y lo choqué contra un Pontiac.

La anécdota se puede inscribir en la corriente minimalista. Se trata de un viaje de unos tres metros, idea y vuelta, en la rampa de entrada de un hotel en Collins Avenue, South Beach. Yo iba a bordo de una suerte de tanque de guerra deportivo bordó con el capot de acero inoxidable.

Son cinco años y parece otra era. Yo vivía en Miami y era recepcionista en el turno de la noche de un hotel en la zona más turística de la ciudad. No teníamos estacionamiento pero sí una rampa de entrada bastante amplia, en la que cabían unos seis autos.

A eso de las dos de la mañana aparecieron unos jóvenes puertorriqueños en el Rolls Royce. Estaban hospedados en el hotel y habían alquilado la nave. Se fueron un rato después y dejaron el auto ahí. Lo iba a buscar al otro día un tal Anthony, de la empresa que alquilaba los autos de lujo.

Antes de irse me dieron instrucciones ante la eventualidad de que lo tuviera que mover. Me dieron la llave, una especie de iPod negro con las erres entrelazadas. Había que colocarla en su ranura y después apretar un botón. También me explicaron dónde estaba el botón que cerraba la puerta, que se abría al revés y la manija quedaba lejos del alcance de la mano.

Ojalá nunca me hubieran explicado nada. Yo siempre me las ingeniaba para esquivar el bulto cada vez que había que mover un auto, que se supone que era una de las tareas que tenía que cumplir el que trabajaba en el front desk en el turno nocturno, único empleado del hotel a esas horas.

La triste realidad es que no sé manejar. En su momento aprendí y saqué la libreta pero nunca ejercí, por lo que no me sentía capaz de dominar a la máquina. Me había escapado por poco de situaciones similares, acudiendo a la ayuda de los propios huéspedes del hotel.

El problema es que el monstruo había quedado estacionado en el lugar designado para el auto del manager del hotel. Y entonces, a las 4 de la mañana, en un rapto de temeridad, decidí moverlo.

"Good morning" apareció en el tablero del auto cuando lo encendí. Era noche cerrada pero igual le respondí: "Good morning". Mi idea era sacarlo para atrás pero puse drive y enseguida en el tablero apareció la palabra "pimp" y paré. Yo no tenía idea de que podía significar en este contexto. La única acepción de "pimp" que yo conocía es "proxeneta", en el argot de los bajos fondos.

Puse marcha atrás pero no reaccionaba. A esa altura yo estaba ya bastante preocupado. Quise bajarme del auto para serenarme, pero la puerta no tenía lugar para abrir. Lo tendría si abriera como las puertas de los demás autos del mundo, pero no era el caso.

Le di un poco más para adelante y volvió a aparecer el cartelito: "pimp". Entonces sí pude ponerlo marcha atrás y anduve unos metros, como para que la puerta quedara libre. Me bajé.

Le había abollado toda la puerta a un Pontiac blanco. Había quedado toda rayada y combada hacia adentro. El Rolls Royce estaba intacto, salvo una pequeñísima abolladura, casi invisible.

Yo empecé a calcular cuánto podría costar la abolladurita y la pintura y llegué a la conclusión de que solo lo podría pagar con cárcel. Sin embargo cuando llegó el manager decidió que había que negar los hechos. El hotel no tenía vallet parking y el auto estaba tal cual lo habían dejado los huéspedes.

Al cambio de turno se instruyó a quien me sustituía a decir exactamente eso. Nos hacíamos cargo solo del asunto del Pontiac. Cuando llegó Anthony, lo primero que vio fue la abolladurita y quiso hablar con el valet parking. Le dijeron que no existía y el tipo se fue con el auto.

No pasó nada, ni siquiera me echaron, pero dejé de existir. El manager ni siquiera me miraba a los ojos. Estuve durante un par de semanas esperando que llegara la justicia y me apretara en sus fauces, pero no sucedió. Cinco años después, siento la necesidad de confesar: choqué un Rolls Royce.

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