Por Daniel Colombo
El Cronista - RIPE
A la mayoría de las personas les encanta hacer las cosas bien; algunas se conforman con alcanzar niveles aceptables; y otras no conciben ser menos que sobresalientes en cada aspecto de su vida. Pero están las que van más allá.
Lo confieso: por varias décadas, fui un perfeccionista. Y debí trabajar duramente conmigo para aceptar lo obvio: no existe la perfección. Sufrí mucho por ese comportamiento. Por eso quiero compartir las cinco claves que me ayudaron a salir de esa trampa que me tendí a mí mismo.
En 2017, el Journal of Psicología & Cognition publicó un paper sobre la relación causa-efecto entre el rasgo perfeccionista de la personalidad y el trastorno de la ansiedad generalizada (además de otras alteraciones psicológicas, como la obsesión compulsiva) que llevan a un estado emocional alterado cuando las situaciones no se producen según la propia expectativa.
El miedo a fallar, el exceso de autocrítica y autoexigencia nos someten a una presión extrema que puede afectar nuestra salud mental y calidad de vida, así como la de quienes nos rodean.
Nadie duda de que las cosas hechas con calidad y excelencia se destacan por sí solas. Sin embargo, nunca nada es suficiente para el perfeccionista, quien vive atormentado por una pregunta interna: “¿Qué pensarán de mí?”. Cualquier aspecto modidicable o mejorable lo ve como una amenaza.
La ansiedad deriva de la tensión interna de querer tener el control absoluto todo el tiempo. Ese estado es inversamente proporcional a la felicidad: a más preocupación, menos bienestar.
El perfeccionista también padece parálisis por análisis: se queda deliberando extensamente, enredado en un pensamiento circular que le impide tomar decisiones prácticas y rápidas.
La revista Cognitive Processing hizo un estudio en más de 600 adultos en 2019: demostró que la tendencia al perfeccionismo (y la evidente imposibilidad humana de alcanzarlo) lleva a experimentar, de manera crónica, preocupación, frustración e insomnio. Esta hipervigilancia produce un desgaste mental y emocional peligroso para la salud.
1. Sé tolerante con vos mismo
El proceso de sanación se inicia cuando aceptás que no sos infalible ni estás destinado a hacer las cosas de modo perfecto.
Si lo pensás en detalle, vas a descubrir que buscando ese objetivo inalcanzable perdiste, en cuestiones insignificantes, horas que podrías haber dedicado a algo más productivo, creativo, placentero.
2. Buscá “apenas” la excelencia
Hace lo mejor al alcance personal para obtener el máximo resultado posible. Si incorporás esa flexibilidad, evitás el desgaste emocional, mental y físico.
3. Aprendé algo nuevo y difícil
Puede ser un idioma, un instrumento o un deporte que requiera mucha técnica. El secreto es enfrentarte a algo que enseñe a lidiar con la frustración de que las cosas no te salgan perfectas y a conectar con la humildad.
Así, tu cerebro hará un nuevo ruteo neuronal y, progresivamente, te darás el permiso de aprender a fallar de vez en cuando.
4. Aceptá los matices
La vida no es “todo o nada”. Salir del trastorno perfeccionista implica apreciar los matices. Valorá lo bueno que ya estás viviendo, en vez de tener siempre la mirada en lo que te falta, especialmente si eso te enoja con vos y los demás.
Por ejemplo: cuando algo no sale como pretendés con tu autoexigencia, te invito a pensar qué es lo peor que podría pasar (y pasarte).
Te aseguro que vas a descubrir que nada es tan grave, y que podés transformar la presión y ansiedad en aceptación y motivación.
5. Buscá (y aceptá) ayuda
Si no lográs liberarte del mandato perfeccionista y la ansiedad generalizada, consultá de inmediato con un terapeuta, quien te ayudará a buscar la raíz de tu comportamiento, encauzarlo e incorporar nuevos hábitos para tu bienestar general.
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