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Clint Eastwood no piensa jubilarse. No lo va a hacer. Acaba de cumplir 90 años y sigue con la misma fuerza y ganas de hacer cine que al principio. Aunque su figura, en los últimos años, se haya visto empañada con declaraciones políticas que lo convirtieron en blanco de las críticas de un sector de los espectadores, nada podrá aplacar que el hombre es una leyenda del cine. Que es cine. Y para celebrarlo, van estos títulos: nueve películas en nueve décadas de vida. Y son estas nueve, pero podrían ser otras nueve igual de buenas. Así de prolífico –y bueno– es.
El principio de la carrera cinematográfica de Eastwood está ligada con fuerza a sus actuaciones en el spaghetti western, las películas de cowboys que se filmaban en Italia y España. En ellas le sacó partido a su rostro recio, a su estatura imponente y a sus cualidades atléticas. Aunque hoy lo estimemos más sentado en la silla del director, pocas cosas son más importantes en su carrera que El bueno, el malo y el feo, este clásico de 1966 dirigido por el mítico Sergio Leone y que, entre otras cosas, entró al panteón del cine gracias al Hombre sin nombre de Clint. Y claro, gracias a la inconfundible banda sonora de Ennio Morricone.
“Solo tenés que hacerte una pregunta: '¿Me siento con suerte?'”. Harry Callahan, Harry el Sucio, puede presumir de tener una de las frases más icónicas del cine. Y una de las armas también. Con la Magnum 44 en la mano, Eastwood clavó uno de sus personajes más memorables en esta película de Don Siegel de 1971, que por su violencia fue prohibida en algunos países europeos y que tuvo tanto éxito que germinó cuatro secuelas más.
De Alcatraz, una de las prisiones más férreas de la historia, nadie se escapa. Nadie, a excepción de Clint Eastwood. O, en realidad, su personaje en esta película de –otra vez– Don Siegel, que retrata la fuga real de tres presos de la cárcel de máxima seguridad. Se convirtió en un clásico de los thrillers carcelarios y le dejó mucho a este subgénero y a la propia carrera del actor/director.
Otro de los clásicos de Eastwood, otro de los westerns de Eastwood. El jinete pálido significó el reencuentro del director con el género después de las cuatro películas del policía Harry Callahan y en ella de dedicó a homenajear y a evocar a Shane, el clásico de George Stevens, con una historia simple pero efectiva: un jinete foráneo llega a un pueblo minero para defenderlo de unos bandidos que lo amenazan.
Quizás porque lleva al western en el corazón, Eastwood quiso comenzar la última década del siglo XX con otra película de ese género. Pero, al contrario que con otras películas de este tipo, hizo mucho más que eso: Sin perdón es, hasta el momento, una de sus mejores faenas como director y es, también, el cierre perfecto para un género que aunque agonizante, siempre se las arregla para estar presente. Sin perdón se llevó el Oscar a la mejor película en 1992 y le dio al realizador y también protagonista su primer premio como director.
De la mano de Meryl Streep, la década de 1990 encontró a Clint en una faceta poco habitual dentro de su filmografía: el drama romántico. Basada en una novela de Robert James Waller, Los puentes de Madison retrata la historia de un fotógrafo y un ama de casa que tienen una intensa aventura que dura un suspiro pero que los marca para siempre. Probó que este hombre que a veces parecía el más duro de todos, también tenía un corazón sensible.
Fue la película que le dio su dos últimos premios Oscar –Mejor película y Mejor director– y que impulsó una de sus décadas más fructíferas detrás de cámaras. En Million Dollar Baby Eastwood se une a Hillary Swank y Morgan Freeman para contar la redención de un viejo boxeador cascarrabias y su tutelaje a una luchadora dentro del ring –y en la vida–. Es uno de los picos emocionales de su carrera y un clásico de la televisión por cable.
La guerra siempre ha estado en el radar de Clint Eastwood. Y en la década de los 2000 se dio el gusto de despacharse con un díptico sobre una de las batallas más crudas de la Segunda Guerra Mundial: la de la isla de Iwo Jima. El director narró los hechos desde ambos frentes, y si bien La conquista del honor –la parte estadounidense– es una gran película, nada tiene que hacer frente a la impresionante Cartas desde Iwo Jima, que recorre el enfrentamiento desde el punto de vista japonés. Es una oda al honor, el sacrificio, la guerra y, claro, al cine. Hablada mayoritariamente en japonés, permanece en el tiempo como una de las obras más impactantes y perfectas del director nonagenario.
¿La última gran película de Eastwood? Luego vinieron El francotirador, Sully, La Mula y Richard Jewell, pero hasta ahora ninguna ha calado tan hondo como esta historia sobre un veterano de la guerra de Corea que, lleno de prejuicios raciales, debe sacar la cara ante sus vecinos asiáticos y defenderlos del hostigamiento de un par de pandilleros de mala muerte. Es, casi, una lucha de Eastwood contra sus propios fantasmas conservadores. De la que sale ganando y más humano que nunca.
Por Gustavo Noriega
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