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25 de noviembre 2018 - 5:00hs

Por Leslie Ford, del Trinity College, en Oxford.
Querida Magdalena:

 

Con barba y traje a rayas en el new theater
 

Cuando era más joven, me gustaba recomendar libros y lecturas. Estaba en el período de la “Alegría” (en el sentido en que la definía el escritor irlandés C.S. Lewis: respuesta espontánea del alma ante el primer conocimiento de la verdad). Mi ansiedad me llevaba incluso a regalar los libros que quería que leyera el prójimo. Era un pesado. Si estaba leyendo la escena del balcón, me imaginaba que la tierra entera debía tener abierto “Romeo y Julieta”, en sincronía, por la misma página que yo, y preguntarse conmigo, con Romeo y -¡Dios lo tenga en su gloria!-con Shakespeare, si aquella luz en la ventana era Julieta o el sol de la mañana.

Como la edad ha moderado aquellos impulsos, me pregunto ahora si hago bien en hablarle del libro de las las “12 Reglas” del Prof. Peterson que me ha tenido ocupado durante las últimas semanas. Yo mismo no sabía nada de él hasta que un amigo del Oxford Times me invitó, el pasado 26 de octubre, a una presentación que tuvo lugar en el New Theater -por supuesto, un viejo teatro de 1836.
El Prof. Peterson se presentó sobre las tablas con una barba a lo Van Gogh y un traje con chaleco a rayas -bastante vistosas para un ciudadano inglés, aunque quizás no para un canadiense-, a medio camino entre un profesor de escuela de los años 50, y un millennial. Y realizó una actuación arrolladora. 

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No piense usted en un charlatán barato que negocia con un público obsecuente. Lejos de ahí. No parece que Peterson busque “hacerse querer”, o “endulzar los oídos”, sino más bien que su oyente o su lector reflexione y trate de mejorar un poco (es un psicólogo, después de todo). Recorriendo los caminos de la ciencia, o analizando los textos de los filósofos o de las religiones, argumenta bastante abruptamente, casi sacudiendo a su interlocutor, no pocas veces a contracorriente de lo políticamente correcto. Estoy tentado de decir que es un hombre antipático, pero sería una simplificación. Más bien habría que decir que es rudo. Capaz de decir lo que dice, también en circunstancias difíciles. Y de aplicar cierta dosis de firmeza cuando supone que es necesaria en una discusión. ¿Cómo se lo diría? A su modo, es un perfecto nietzscheano -un tipo fuerte al que le gusta ganar el partido- , encarnado en un canadiense. (Y esto no es una broma para usted). Se puede descubrir al personaje en https://www.youtube.com/watch?v=Mufh9oKYf5Y, aunque hay muchos otros videos disponibles, de mayor o menor extensión.

Peterson describe un mundo y una vida no-fáciles. Un mundo  y una vida en esencia jerárquicos (a lo Platón), pero desjerarquizados. Y que necesitan ser rejerarquizados. El rejerarquizador que los rejerarquice, buen rejerarquizador será… Porque ni el mundo ni la vida se reordenarán solos: al hombre le corresponde esa tarea.

Nuestra misión es ser “responsables” del mundo, de la vida y de nosotros mismos en su exacta situación actual. Negarnos a aceptar esa misión… es el mal. Un desastre que primero lleva al ocultamiento y al engaño, y luego al resentimiento y al odio. 
No todo me gusta en Jordan Peterson, pero me parece que con él vuelve, sobre todo, algo de las grandes éticas del pasado, aquellos textos que hablaban del bien y del mal -y del pequeño hombre que, en el medio, debe alcanzar el Paraíso, contra todo pronóstico. 
“Si tu vida no es lo que tiene que ser, prueba a decir la verdad. Si dependes desesperadamente de una ideología o te has entregado al nihilismo, prueba a decir la verdad. Si te sientes débil o rechazado, y desesperado y confundido, prueba a decir la verdad. En el Paraíso, todo el mundo dice la verdad. Eso es lo que lo hace Paraíso”. (Cap. 8)

Con menos palabras lo dice el Evangelio de San Juan: “La verdad os hará libres”.
Resulta gracioso que una persona tan equívocamente nietzscheana como el Prof. Peterson (alguien que reparte cachetadas para despertar a quien corresponda del profundo sueño) sea, al mismo tiempo, tan dogmático en lo profundo (alguien que realmente busca descubrir qué sean el bien y el mal). 

Quizás sea un misterio sólo aparente, en una persona capaz de llevar, sin que parezca una contradicción, una barba a lo Van Gogh sobre un traje a rayas de tres piezas, en un teatro de Oxford. 

Con menos palabras lo dice el Evangelio de San Juan: “La verdad os hará libres”.

De Magdalena Reyes Puig para Leslie Ford, del Trinity College
Estimado Leslie:

Y aún más…
 

No imagina la sorpresa que experimenté con su última carta. Desde hace un tiempo vengo siguiendo de cerca a Jordan Peterson, y casualmente –o causalmente, alegaría Auster– había estado discutiendo sus ideas en una clase de filosofía política el  mismísimo día en que recibí su misiva.

 Me causó mucha gracia su registro del “look” de Peterson, que imagino debe de haber sido cuidadosamente estudiado para acompañar el estilo de su discurso inusitado, hasta excéntrico, le diría. No hay duda; Jordan Peterson es un modelo auténtico de lo políticamente incorrecto. 

En efecto, lo que catapultó a este controvertido psicólogo clínico fue su manifiesta resistencia al proyecto de ley C-16  que consigna el uso de pronombres neutros para referirse a personas trans en Canadá.  Su argumento principal es que dicha ley atenta contra la libertad de expresión: “Ya no se trata de limitar el uso de ciertas expresiones. Esta ley obliga a las personas a usar ciertas palabras, a expresarse en una forma determinada, bajo la amenaza de ser penalmente condenadas si no lo hacen”.  La libertad de expresión es una condición inexpugnable para el pensamiento crítico, y toda manipulación de la palabra implica una manipulación de la realidad. Por eso, ya en el siglo III AC,  los seguidores de Aristóteles identificaban la lógica con la gramática.  

Peterson desafía todo vestigio de indiferencia por parte de su audiencia: arremetiendo con sus prédicas, levanta intensas polvaredas tanto dentro como fuera de la academia. Aunque hay quienes lo tildan de populista, sus exposiciones revelan generalmente una clara fundamentación teórica y práctica. Y por esto mismo sospecho que lo que genera resistencia en quienes se sienten afrentados por sus declaraciones es,  precisamente, el rigor argumentativo que sus planteos demandan para ser efectivamente disentidos. Nada menos populista que eso. 

Con respecto al libro que usted recomienda, hay una regla –la segunda, para ser más exacta– que encuentro especialmente aplicable a la realidad contemporánea: “Trátate como alguien que es responsable de ayudarse a sí mismo”. Peterson alega que vivimos en una época en la que la noción de responsabilidad goza de una creciente impopularidad, y que esto tiene un impacto negativo sobre la oportunidad de proyectarnos en una existencia humana significativa.  
La lógica binaria, que concibe derechos y deberes como principios excluyentes, se radicaliza cada vez más al servicio de las concesiones, en demérito de las obligaciones.  No me malinterprete, Leslie; soy consciente de la importancia –e incluso perentoriedad– de reivindicar ciertos derechos humanos que han sido históricamente denegados. Sin embargo, ¡cuánta razón la de Aristóteles cuando señaló que la virtud se diluye tanto en el exceso como el defecto!  Hoy pensamos, debatimos, proclamamos y marchamos en función de los derechos, mientras los deberes permanecen relegados en un adusto silencio.   

En la cultura del “¡Tú puedes!” queda poco espacio –y tiempo– para reflexionar acerca del valor de la responsabilidad. No sólo para hacernos cargo de lo que nos incumbe e implica, sino también –y más importante aún– para reconocer hasta qué punto somos artífices de nuestra propia realidad. Percibimos la responsabilidad como una carga pesada y alienante, soslayando la oportunidad de concebirla como la media naranja de la auténtica libertad. 
“¡Deja de ser Peter Pan! Asume alguna responsabilidad”: con estas palabras anima Peterson a su audiencia en una de sus célebres conferencias. 

En medio de la actual proliferación de mercachifles mediáticos, el Prof. Peterson aparece en escena con su barba a lo Van Gogh, su traje a rayas de tres piezas y una prédica controvertida y políticamente incorrecta. Entonces, dadas las apariencias, es probable que sea tomado como un buhonero más. Porque en un mundo donde bastan los titulares para sentirse “bien” informado, darse al beneficio de la escucha es tan improbable como darse al de la lectura. 
Estoy con usted Leslie: estimo que vale la pena escuchar y leer a Jordan Peterson. Porque tiene un discurso consistente y porque provoca al discernimiento, pero más aún, porque es en la controversia donde germinan y progresan los mejores pensamientos. 

 

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