Joaquin Silva

Crisis de refugiados venezolanos pone a prueba la estabilidad de Colombia

Con el éxodo destinado a continuar, las tensiones en Bogotá y otros gobiernos se intensificarán

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20 de febrero de 2020 a las 14:14

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Por Michael Stott y Gideon Long

El caos que se está extendiendo a Colombia desde Venezuela es indudable en la concurrida carretera que se extiende por la frontera de 2200 km entre los países. En el lado venezolano, las camionetas repletas de familias enteras compiten para asegurarse un lugar en la cola conforme los autos zigzaguean entre el tráfico. Los motociclistas se alinean bajo el agobiante calor esperando por pasajeros. Los vendedores ambulantes venden botellas de plástico llenas de gasolina de contrabando. La basura está esparcida por doquier.

"Si hubiera un infierno en la tierra, se vería como Paraguachón", comentó un trabajador humanitario, señalando a la gran cantidad de personas y vehículos que cruzan la frontera.

Desde hace mucho tiempo popular entre los traficantes, Paraguachón es ahora uno de los principales puntos de entrada a Colombia para los venezolanos que huyen del hambre, de las enfermedades y de la represión. La escala del éxodo ha superado con creces las expectativas iniciales, impulsada por la revolución socialista mal administrada del presidente Nicolás Maduro, la cual ha presenciado el colapso de una economía petrolera a la hiperinflación.

Actualmente Colombia está luchando para hacerle frente a la afluencia de personas.

Casi 5 millones de venezolanos se han ido del país desde 2015 –aproximadamente el 15 por ciento de la población –y se anticipa que otro millón salga este año. Eso pudiera convertir la crisis en la mayor emergencia de refugiados del mundo, superando la de Siria. A diferencia de otras crisis humanitarias, éste es un desastre causado no por la guerra o por un desastre natural, sino por una mala gobernanza a gran escala.

Durante los primeros cuatro años de la crisis, los refugiados venezolanos recibieron menos de una doceava parte de la cantidad de los fondos otorgados a los sirios que escapaban de su conflicto durante el mismo período de tiempo, según la Institución Brookings.

La forma de la crisis está cambiando. Los venezolanos más adinerados y mejor educados fueron los primeros en irse, muchos dirigiéndose a EEUU o a España. Luego, los profesionales de clase media partieron hacia las naciones latinoamericanas cercanas con buenas perspectivas de empleo. Actualmente, según lo expresado por los trabajadores humanitarios, los refugiados son más pobres, mayores, más enfermos y más vulnerables.

Más de 1.6 millones de venezolanos viven ahora en Colombia, más del 3 por ciento de su población, y el número aumenta en alrededor de 3000 por día, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Se cree que las cifras del ACNUR y las de las autoridades colombianas subestiman el problema debido a la escala de la migración ilegal.

Esta afluencia le agrega una nueva fuente de tensión a Colombia, un país que se está enfrentando a un inveterado problema de narcotráfico, a grupos paramilitares y a la reciente desmovilización de miles de guerrilleros marxistas que depusieron las armas después de décadas de insurgencia.

Más al sur, Perú tiene más de 860,000 refugiados venezolanos, mientras que Ecuador y Chile tienen más de 370,000 cada uno. Otros 220,000 refugiados están en Brasil, y más de 100,000 en las islas del Caribe.

Los datos oficiales muestran que más de 11,000 venezolanos al mes, en promedio, cruzaron la frontera el año pasado. La frontera colombiana con Venezuela es muy porosa, atravesando selva, desierto y montañas. Existen amplias oportunidades para el cruce ilegal.

Una vez al otro lado, a los recién llegados que se consideran más necesitados se les aloja y se les alimenta en un "centro de asistencia integrada" del ACNUR, especialmente diseñado para este propósito cerca de Maicao, durante 30 días mientras reciben tratamiento médico y psicológico, así como asesoramiento legal.

Se estima que entre 60,000 y 80,000 venezolanos viven en o alrededor de Maicao, una ciudad con una población de 160,000 habitantes antes de la crisis ubicada en La Guajira, la segunda provincia más pobre de Colombia. El campamento de tránsito del ACNUR tiene espacio para sólo 600 personas al mes, aunque eso se duplicará cuando se complete una extensión dentro de unos meses.

Los refugiados con amigos o familiares que ya están en Colombia pueden tener un lugar a donde ir. Muchos otros terminan en primitivos campamentos de ocupantes ilegales en las afueras de Maicao, como Bendición de Dios, un tramo de tierra baldío ocupado en donde alrededor de 575 refugiados subsisten a duras penas.

Colombia y otras naciones latinoamericanas anfitrionas han recibido elogios de las agencias de refugiados por su generosa respuesta ante la crisis. Pero, a medida que aumenta el número de venezolanos y aumentan los costos, la política de puertas abiertas es cada vez más difícil de mantener.

El ministro de Hacienda y Crédito Público de Colombia, Alberto Carrasquilla, ha declarado que las estimaciones del costo anual adicional de educar, alojar y atender las necesidades de salud de los migrantes venezolanos oscilan entre el 0.4 por ciento y el 0.8 por ciento del producto interno bruto (PIB), mientras que agregó que la investigación sugiere que habría un mayor beneficio a largo plazo para el crecimiento económico.

"Los presupuestos nacionales están agotados y la capacidad institucional está completamente abrumada por la crisis", comentó Eduardo Stein, del ACNUR. "Esta situación continúa empeorando a medida que llega más gente".

La Institución Brookings estimó que pudiera haber hasta 6.5 millones de venezolanos viviendo fuera del país para fines de este año.

La mayor parte de la ayuda para los refugiados venezolanos proviene de EEUU (US$473 millones), y la Unión Europea (UE) ha contribuido €170 millones desde 2018, más otros €150 millones provenientes de los Estados miembros.

En una señal del endurecimiento de las actitudes, Perú, Ecuador y Chile impusieron restricciones de visa a los venezolanos el año pasado, llevando a muchos a ingresar ilegalmente a estos países y provocando que una mayor proporción permanezca en Colombia.

Joaquin Silva

A medida que aumentan los costos financieros y sociales, hay indicios de que la opinión pública está comenzando a cambiar. Una encuesta de Gallup realizada en diciembre reveló que la mayoría de los colombianos han pasado de darles la bienvenida a los migrantes a considerarlos un problema. Cuando se les preguntó por su impresión de los recién llegados venezolanos, el 69 por ciento dijo que era desfavorable.

Sin embargo, los casos de xenofobia hasta ahora se consideran aislados. Los trabajadores humanitarios y los expertos en refugiados señalan que la acogida de miles de colombianos en Venezuela durante los años del auge petrolero ha creado una gran cantidad de buena voluntad hacia el país.

El gobierno colombiano está tratando de legalizar la mayor cantidad posible de recién llegados, dándoles permiso para trabajar, además de acceso completo a los servicios médicos y educativos.

La estrategia funcionó bien durante los primeros años del éxodo, pero cada vez es más difícil de sostener.

"El perfil de los venezolanos que están ingresando es cada vez más vulnerable cada día", indicó Federico Sersale, el jefe de la oficina del ACNUR para la región. "Son más ancianos, tienen más discapacidades y sufren más de enfermedades crónicas. Su posible integración es limitada", él agregó.

Nadie sabe cuánto tiempo pueda aguantar el tejido social del país conforme los venezolanos continúan llegando por miles. "Colombia ha sobrevivido guerras civiles, paramilitares, tráfico de drogas, flujos masivos de migración y continúa adelante", comentó Andrew Selee, presidente del Instituto de Política Migratoria (MPI, por sus siglas en inglés) en Washington. "No creo que esto sea lo que hará explotar a Colombia, pero representa otro elemento en lo que ya es una mezcla inestable".

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