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Miguel Arregui

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Cuando Mao hizo que el mundo contuviera el aliento

A 70 años del triunfo de la revolución comunista en China
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02 de octubre de 2019 a las 05:00

El 1º de octubre de 1949, hace 70 años, desde la muralla sur de la Ciudad Prohibida de Pekín, la antigua residencia de los emperadores, el líder comunista Mao Zedong proclamó la República Popular de China.

Mao Zedong, secretario general del Partido Comunista chino (PCCh), había iniciado una larga y sangrienta lucha en 1927, mediante un pequeño ejército de campesinos, mucho más numerosos en China que los obreros fabriles.

Los comunistas chinos fueron largamente perseguidos por las tropas del gobierno del Partido Nacionalista, o Kuomitang, que lideraba el general Chiang Kai Shek. Pero la invasión japonesa en los años ’30 derivó en una alianza inestable entre los comunistas y los nacionalistas, para enfrentar al enemigo común.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, con la rendición de Japón en 1945, se renovó la guerra civil china. La URSS respaldó a los comunistas, en tanto Estados Unidos sostuvo a los nacionalistas.

China continental y Taiwán

Al fin, entre enero y febrero de 1949 las defensas nacionalistas en el norte de China y Manchuria se derrumbaron. Los comunistas avanzaron sin pausa hacia el sur, tomando una ciudad tras otra. En diciembre los restos del ejército nacionalista, junto a Chiang Kai Shek y su séquito, se refugiaron en la isla de Formosa, donde recrearon la República de China (Taiwán), bajo protección estadounidense.

Ese fenomenal éxito de Mao y los suyos sumó unos 540 millones de personas, más de la quinta parte de la población del planeta entonces, al bloque militar y político liderado por la Unión Soviética de Josif Stalin. 

El enfrentamiento global entre el Occidente capitalista y el Oriente comunista, denominado “Guerra Fría”, adquirió una intensidad aún mayor y más ominosa. (Los soviéticos habían detonado su primera bomba atómica en agosto de 1949, en tanto China lo hizo en octubre de 1964).

La China de Mao, imprevisible y resuelta, desafió el predominio global de Estados Unidos, al que calificó de “tigre de papel”. La tensión llegó al máximo a partir de 1951 cuando tropas chinas intervinieron directamente en la Guerra de Corea.

La distensión se formalizó recién a partir de febrero de 1972, después que el presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, viajara a China y se entrevistara con Chou En Lai y Mao. 

Ruptura entre chinos y soviéticos

A fines de la década de 1950, cuando Nikita Jruschov formalizó en la URSS el proceso de “desestalinización”, que cuestionaba el centralismo absoluto y el “culto a la personalidad” impuestos por Stalin, el comunismo chino se volvió contra sus antiguos mentores.

La rivalidad sino-soviética, enferma de dogmatismo, debilitó el frente comunista en el Tercer Mundo.

Algunos programas introducidos por Mao, como “el gran salto adelante” de 1958-1961, un intento de industrialización forzada, fueron gigantescos fracasos que derivaron en graves hambrunas y la muerte de decenas de millones de personas. 

Mao recuperó el poder absoluto en el seno del PCCh con la “Revolución Cultural” iniciada en 1966, una suerte de “revolución perpetua” que volvió a los jóvenes contra sus mayores, en procura de acabar con “revisionistas” y “tendencias capitalistas”.

La apertura económica

Después de la muerte de Mao en 1976, y la purga de la “banda de los cuatro” que encabezaba su cuarta esposa, Jiang Qing, una facción comunista que lideró Deng Xiao Ping abrió la economía de China a modos de producción y comercio capitalistas. El país pasó gradualmente de la centralización comunista a la economía de mercado. Las grandes empresas del mundo pasaron a producir en China, en todo o en parte, y proporcionaron capital, tecnología y gerenciamiento.

Esas reformas, inspiradas en rápidos procesos de desarrollo que habían hecho otros países del área, desde Taiwán a Corea del Sur (una combinación típicamente asiática de capitalismo y autoritarismo), sacaron a China de la postración económica y la convirtieron en una gran potencia, a la par de la Unión Europea y de Estados Unidos (aunque, individualmente, sus ciudadanos aún ocupan un modesto lugar de desarrollo en el mundo).

Tras la caída de los regímenes del “socialismo real” en Europa y otras regiones, los líderes chinos retuvieron el monopolio del poder político, incluso a costa de baños de sangre como la represión de las protestas estudiantiles en la plaza Tiananmen en 1989. Pero estimularon una creciente iniciativa empresarial y la inversión extranjera, restauraron la propiedad privada y se lanzaron al comercio internacional.

Detrás de China, otras naciones enormes, como India y Vietnam, se lanzaron por el mismo camino de desarrollo económico al modo capitalista. Todos esos procesos asiáticos se beneficiaron de una mano de obra disciplinada y barata, que sin embargo mejora sus condiciones de vida poco a poco. (¿Recuerdan cuando Made in Japan era sinónimo de ordinariez y pobreza?).

El Gran Timonel sigue en la plaza

El gran mérito de Mao y los suyos, en todo caso, fue la unificación del país, que durante siglo había permanecido dividido y débil, a merced de otras potencias mundiales y de señores locales. 

Se atribuye a Napoleón Bonaparte haber dicho: “Cuando China despierte el mundo temblará”; frase que Alain Peyrefitte, académico y político muy cercano al caudillo francés Charles De Gaulle, popularizó como título de un libro. 

El mundo ve el ascenso de la China mayormente de dos maneras: como oportunidad o como amenaza. En Occidente muchos sospechan que el régimen chino es un Gran Hermano insuperable: el non plus ultra del control social.

China, una fuerza abrumadora y segura de sí misma de 1.400 millones de personas, enfrenta grandes riesgos: superproducción, crédito excesivo, corrupción en las altas esferas, desigualdad y concentración del poder político. Pero por lo pronto ya está haciendo que el centro de gravedad del mundo se desplace hacia Oriente. Mientras tanto, el gigantesco retrato de Mao, “el Gran Timonel”, cuelga de la Puerta de Tiananmen desde hace 70 años, en versiones que se renuevan periódicamente, pero sólo en cuestiones accesorias.

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