Leonardo Carreño

Debates en Uruguay: pensados para aburrir

El debate entre el comunista Andrade y el cabildante Manini Ríos prometía mucho pero ofreció poco, entre otras cosas, por culpa de un mecanismo que disuade casi toda posibilidad de un intercambio de ideas estimulante

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04 de marzo de 2022 a las 14:32

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Guido Manini Ríos el líder de la derecha uruguaya contra Óscar Andrade, uno de los principales referentes del comunismo vernáculo. ¿Qué más se podía pedir? El debate organizado el martes 22 en televisión para discutir el alcance de la Ley de Urgencia y las perspectivas del próximo referéndum, prometía, si no cierta saña, estimulantes embates entre personalidades tan distintas con ideas tan diferentes.
 

Pero todo transcurrió en una apatía cercana al sopor que, según parece, alcanzará a los próximos debates que se perfilan con vistas a la consulta popular del 27 de marzo. Más que a los protagonistas, la falta de pasión respondió a un mecanismo que amputa cualquier tipo de intercambio vivaz de ideas, congelando a los debatientes en una postura rígida y convirtiendo al moderador en un mero repartidor de minutos.
 
Ni un necesario “usted está mintiendo”, ni un tímido “no le permito”, ni un clásico “usted debe arrepentirse de lo que dijo” se escuchó durante el intercambio prolijo, demasiado prolijo entre dos contendientes encorsetados frente al témpano de sus atriles.

Desde esta columna se convoca a los debatientes a que se salgan del libreto, a que interrumpan al otro, a que le hagan la vida imposible al moderador –que bien debería tener la opción de preguntar o repreguntar cuando tiene alguna duda.
 

El esquema de debates instaurado casi oficialmente ofrece un seguro pasaje hacia el aburrimiento que, se sabe, es causa primera de la falta de interés y atenta contra las ganas de conocimiento que casi nunca son azuzadas por el tedio.
 
El interés que puede tener la presencia de figuras relevantes que empapen con su identidad a los argumentos, se diluye en ese mecanismo de “dos minutos para cada uno sin posibilidad de interrumpir”, cuyos participantes bien podrían ser subrogados por maquinas parlantes sin que se note demasiado la diferencia.
 
Ahora, oficialistas y opositores se desafían a enfrentarse mano a mano –ya no cara a cara puesto que ambos estarán mirando la cámara- buscando la oportunidad de defender o atacar la LUC y, de paso, mostrar sus capacidades de oratoria con miras a la próxima campaña electoral sin el riesgo de que el otro le arruine la fiesta.
 
En realidad, más allá de las formas, los analistas suelen decir que, entre quienes presencian este tipo de enfrentamiento dialéctico, son muy pocos los que cambian la opinión que ya tenían formada sobre determinado hecho.


En casi todos los ámbitos suelen ser minoría aquellos dispuestos a que le cuenten una historia diferente a la que ya tenían armada de antemano en su cabeza. Y la política no escapa a ese comportamiento humano. El politólogo Ignacio Zuasnabar dijo a El Observador que estas instancias de debate “tienen un impacto muy limitado” en los votantes y no rompen las tendencias de sufragio aunque los aciertos y errores pueden tener alguna influencia en los electores “menos definidos”.
 
Con los antecedentes del anodino Manini-Andrade, si se mantiene el rígido esquema poco se puede esperar más que un recitado de postulados y una escasísima posibilidad de presenciar grandes errores o sonados aciertos. No se trata de propiciar el show por el show mismo, sino de convocar al interés del votante, interés que, como se dijo, jamás será hijo del sopor.

Ni un necesario “usted está mintiendo”, ni un tímido “no le permito”, ni un clásico “usted debe arrepentirse de lo que dijo” se escuchó durante el intercambio prolijo, demasiado prolijo entre dos contendientes encorsetados frente al témpano de sus atriles.
 
 

Tal vez estos debates desasnen a algún votante sobre ciertos contenidos de la ley de urgencia. Y eso está bien. Pero para aquellos que busquen emociones fuertes o palabras que desequilibren la balanza, es recomendable que propicien otros encuentros personales, o que acometan algún libro o alguna película para escaparse del hastío.
 
Desde esta columna se convoca a los debatientes a que se salgan del libreto, a que interrumpan al otro, a que le hagan la vida imposible al moderador –que bien debería tener la opción de preguntar o repreguntar cuando tiene alguna duda.
 
Se les pide esto porque pedirles que digan toda la verdad, en una campaña en la que las falsedades y las medias verdades han campeado a diestra y siniestra, tal vez sea pedirles demasiado.

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