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Del otro lado de la montaña

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29 de enero de 2021 a las 05:01

Por Federica Cash 

Mucho se ha hablado, escrito e incluso filmado películas sobre la tragedia de los Andes. Sin embargo, poco desde la perspectiva de aquellos que no sobrevivieron, de aquellos cuyas voces no volvieron a escucharse.

También poco se conoce lo que vivieron esas familias que no pudieron festejar el haberlos encontrado, tras 72 días de intensa búsqueda. ¿Qué pasó con esas madres que recibieron la peor noticia? ¿Dónde guardaron su tristeza? ¿Cómo la canalizaron?

Justamente sobre este punto escribe María del Carmen Perrier Pérez del Castillo, sobrina de Marcelo Pérez del Castillo quien murió en los Andes. Siguiendo el relato de su tía Claudia, narra en su libro “Del otro lado de la montaña”, esos días de incertidumbre, tristeza y desolación, que inundaron los corazones de todos los allegados, y sobre qué pasó luego con aquellas madres que no corrieron con la misma suerte, haciendo hincapié en su propia abuela.

Esta historia que tantas enseñanzas ha dejado, ejemplo de superación, coraje, templanza y entrega, forma parte ineludible de la identidad de todos los uruguayos. A continuación, hablamos con la autora de este libro que nos cuenta otra arista destacable de la tragedia: sobre la resiliencia de esas madres de los que no volvieron, fundadoras de la Biblioteca “Nuestros hijos”.

¿Por qué decidiste escribir el libro?

La iniciativa de escribir el libro fue de mi tía, Claudia Pérez del Castillo, que hace varios años sintió la necesidad de contar la historia de las familias de los que no volvieron del accidente. Ella pasó mucho tiempo con el título del libro escrito en una libreta en busca de un escritor que pudiera darle vida a esos recuerdos. Si bien yo trabajaba como productora de contenidos y escritora hacía un tiempo cuando me enteré de esto, estaba en plena mudanza internacional y terminando mi maestría y no consideré hacerlo. Cuando volvió a salir el tema unos años después, ya me encontraba en una situación más estable en Bogotá, Colombia (donde vivo actualmente), y ahí sí me sentí con la seguridad de escribirlo. Siento que por lo delicado del tema y por la carga emocional que significa para todos los involucrados, este libro se merecía total atención y un trato especial de delicadeza…

¿En qué te ayudó hacerlo?

Desde siempre me fascinan las historias humanas y tengo pasión por contarlas. Siento que al entender el pasado de las personas y las experiencias que les marcan la vida, conozco lugares recónditos dentro de ellas mismas que son refugio de las mejores enseñanzas. Lo que hoy comprendo, meses después del lanzamiento del libro, es que al escuchar las historias de los que no volvieron y sus familias, también me estaba descubriendo a mí misma y toda una parte de mi historia que me hacía falta.

¿Cómo viviste los relatos de experiencias tan fuertes que eran de alguna forma cercanas a ti? ¿Los habías escuchado o te enteraste de los detalles en las charlas con tu tía?

Fue un desafío emocional enorme. En cada una de las charlas que tuve con alrededor de 35 familiares de quienes no volvieron del accidente me sentí llena de orgullo por ser testigo del momento en que se abría un cofre de memorias por primera vez después de 45 años y, al mismo tiempo, al revivir todo ese dolor y angustia con ellos, inevitablemente se me partía el alma. A veces, después de algunas horas de escribir, frenaba a llorar o descansar porque comenzaba a vivir todo ese dolor de manera muy fuerte y no me daban las fuerzas para seguir. Dicho eso, creo que pasar por esos estados emocionales tan intensos fue lo que ayudó a que el libro pudiera resonar más fuerte en personas que capaz no eran tan cercanas a la historia, pero que ahora lo viven de manera cercana gracias al libro.

Muchos de los detalles que se narran en el libro ni siquiera mi tía ni mi madre (que también estuvo presente en todas las charlas) los sabían. Ellas eran muy chicas cuando pasó y las dos bloquearon muchísimo aquellos 72 días. Fue muy fuerte para mí verlas a ellas descubrir tantas cosas que sus tías, amigos de Marcelo y otros familiares contaban de la búsqueda y demás. Todo el proceso nos permitió reflexionar sobre muchas cosas que no sabíamos.

¿Qué te sorprendió que no sabías de tu abuela y las madres de esos jóvenes que no volvieron?

Por un lado, lo poco que sabía en verdad de la historia de cada una. Siempre supe lo que les había pasado pero nunca había hecho el ejercicio de ponerme verdaderamente en su lugar. Por otro lado, me iluminó darme cuenta que cada una en su casa fue la fuente de esperanza cuando nadie más la tenía. Me superó ampliamente ver la dimensión de su fuerza y amor por su familia, y escuchar a sus hijas e hijos hablando con admiración y orgullo sobre cómo sus madres les habían dado absolutamente todo a pesar de estar sufriendo tan intensamente. Ni que hablar que la fundación de la Biblioteca Nuestros Hijos es además un legado de su propia supervivencia. A través de esa obra transformaron el dolor en ayuda a quienes más lo necesitaban, a otros estudiantes como sus hijos, y gracias a la Biblioteca hoy tenemos un ejemplo de su resiliencia.

En cada aspecto de su vida, esas mujeres son unas absolutas heroínas. Parece fácil, pero hay que entender que hasta sonreír después de lo que les pasó, se convierte en una tarea titánica. Verlo desde esa perspectiva te obliga a replantearte muchas cosas.

En cuanto a mi abuela, como digo en el prólogo, ya la adoraba con locura y, después del proceso del libro, la quise retroactivamente mucho más. Porque gracias al libro me di más cuenta del esfuerzo que había hecho para salir adelante y regalarme a mí y a mis primos, una infancia junto a ella de absoluto privilegio.

¿Cuál fue la mayor enseñanza que dejaron esas mujeres?

El valor por la vida. Ellas con cada respiro demostraron que más allá de que hay momentos de intensa tristeza y que parece que ya nada tiene sentido, cada día vale la pena.

Podés leer más sobre estos temas en el blog Mamás Reales.

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