Martín Cáceres en Cagliari

Opinión > COLUMNA/EDUARDO ESPINA

Descenso a los infiernos

El histórico Cagliari, de los uruguayos Nández y Pereiro, campeón de Italia en 1970, se fue a la B
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29 de mayo de 2022 a las 05:05

El entrenador uruguayo Aníbal “Maño” Ruiz (1942-2017) fue prestigioso en el mundo del fútbol por salvar a equipos en estado de agonía, que estaban al borde del descenso y que de manera milagrosa consiguen revertir el proceso de deterioro. Con un guión mal escrito por el destino, la vida de Ruiz se apagó antes de lo debido de manera fulminante. Nacido en Salto, murió en su ley, minutos antes de que el club del cual era asistente del entrenador principal, el Puebla, disputara un partido de visitante contra el Veracruz. Una de las figuras más queridas del fútbol latinoamericano, el popular “Maño” fue un gitano profesional como tantos jugadores y entrenadores uruguayos capaces de adaptarse con natural facilidad a los cambios de estilo y costumbres de las diferentes ligas latinoamericanas. Ruiz jugó y dirigió en Venezuela, Costa Rica, Perú, El Salvador, Colombia, Ecuador, Uruguay, Paraguay (a cuya selección dirigió en las clasificatorias y en el mundial de Alemania 2006) y México, donde siempre tuvo las puertas abiertas y en donde solían llamarlo cuando se necesitaba  una operación de salvataje de último momento. En esa condición llegó al Puebla en la temporada 1996, que el equipo, con Gerardo Rabajda como golero titular, inició con la idea de evitar la relegación y sin embargo salió cuarto, llegando a las semifinales de la liguilla.

En el mundo del fútbol, los entrenadores que consiguen salvar a clubes de la ruina deportiva contra todos los pronósticos, se convierten en leyendas con el paso del tiempo. Dirigir a una institución con una plantilla multimillonaria, como el Manchester City, es más fácil que conseguir resultados favorables en otro cuyos futbolistas comienzan los torneos con la angustia de la supervivencia. Es tan grande la pericia y sabiduría de Pep Guardiola, como la de Sergio González, quien el domingo pasado fue clave para evitar que el Cádiz perdiera la categoría, llevando a la práctica un plan maestro para ganar de visitante en la última fecha. Como el trotamundos Ruiz, hubo y hay otros que suelen comenzar las temporadas desempleados y a falta de pocas fechas para terminar el campeonato son llamados de apuro para apagar algún incendio grande. A veces, en la mayoría de los casos, terminan siendo el capitán que se hunde con el barco. Hay gloria en la salvación, pero también en el hundimiento, pues quienes aceptan el desafío saben de heroica manera dónde se meten.

He podido vencer las adicciones al chocolate, a las bebidas refrescantes con cafeína, al choripán con exceso de chimichurri y a las películas de James Bond, pero el fútbol sigue siendo un vicio asociado a mis genes, supongo. Sin el fútbol, a mis días les sobran horas. Algo muy importante falta. Desde esta semana, tengo inflación de ansiedad, la cual, por meses estará en un punto crítico pues el domingo pasado terminaron las principales ligas de fútbol europeas, en las cuales no he seguido a los clubes que terminaron primeros, sino a varios que lucharon para no terminar últimos. El domingo pasado quedé agotado, tal como mis hijos pudieron constatarlo: vi en estado de tensión tres partidos para morir de nerviosismo; los que jugaron, en este orden, el Burnley (campeones de Inglaterra en 1921 y 1960), el Cádiz, y el Cagliari (campeón de Italia en 1970); uno perdió, el otro ganó y el tercero empató. Solo el Cádiz logró zafar. El club inglés y el italiano se fueron a la B y la tendrán difícil deportiva y financieramente para regresar a la división principal. El Cagliari debía vencer a un equipo ya descendido y no pudo. Me costó creer lo que vi. A Nández y Pereiro debe haberles costado más. El descenso tiene eso, consecuencias a corto plazo: puede venir acompañado de otro descenso más en la temporada siguiente. En la C o tercera división, subsuelo del sótano, sobreviven como pueden algunos clubes con historia legendaria: La Coruña (campeón de España en 2000), Portsmouth (campeón de Inglaterra en 1949 y 1950), Ipswich Town (campeón de la misma liga en 1962, club del cual es hincha Ed Sheeran), Sheffield Wednesday (campeones de la primera inglesa en 1903, 1904, 1929, y 1930), Bolton Wanderers, Palermo, Kaiserslautern (histórico campeón de la Bundesliga en 1951, 1953 y 1991, que este año ascendió a la 2. Bundesliga), y 1860 München (campeón de la misma liga en 1966).

Mi compulsiva pasión por el fútbol mundial –de la cual nunca he podido saber si me siento o no orgulloso– fue motivo de una entrevista publicada en la revista española Panenka y realizada por el cada vez más prestigioso narrador chileno Esteban Catalán, quien, según he leído, este año va a publicar dos libros, uno de ellos una novela en Planeta. Cada sábado y domingo apenas me despierto busco en soccerway.com los resultados de fútbol de las ligas europeas, aunque en verdad, no son las únicas que sigo. En un momento llegué a contar 35 ligas, aunque usted no lo crea, 35, a las que seguía casi con regularidad. Hasta las de Tailandia, India y Camerún. Me hice hincha de casi una veintena de clubes en el mundo, de primera, segunda y tercera división, aunque ahora la cifra se ha reducido a 18. A esta altura de la vida debo practicar la moderación, incluso a la hora de gritar goles. 
Además, tengo otro enemigo del bienestar de mi organismo: la mayoría de los clubes que sigo con regularidad semanal pelean por el descenso o tratan de alcanzar un ascenso imposible por los impedimentos económicos que tienen y que los obliga a contratar jugadores de descarte, aquellos que otros equipos no quieren. Alguien podría decir con argumentos que mi placer está en el sufrimiento.

La recientemente finiquitada temporada dejó como corolario la casi realización de un hecho insólito que, de haberse cumplido en la realidad, habría sido la noticia más importante en la historia del fútbol profesional de Inglaterra. Para tanto fue la cosa. El club pobrísimo, que desde hace tres décadas sigo con fidelidad, y cuya cancha visité para verlo jugar un match de la liga, el Luton Town, casi sube a la Premiership. Estuvo a dos triunfos de coronar ese logro tras dejar por el camino en la tabla a clubes que tienen un presupuesto para gastar en contrataciones mil veces mayor que el del humilde club de la ciudad de los sombreros. El legendario club fundado en 1885 y cuya cancha está ubicada a hora y media de la capital, en medio de un barrio pobre poblado de árabes a los que no les interesa el fútbol y menos el club del cual son vecinos, vivió 11 años de penurias tras haber sido condenado a varios descensos seguidos por la dirigencia de la FA (Football Association), que lo encontró culpable de “irregularidades financieras”. En la temporada 2019-20 fue la gran sorpresa futbolística al salir campeón de League One y renovar la esperanza de llegar pronto y por primera vez a la Premier League.
El casi ascenso de Luton Town fue la casi gran alegría que me trajo el fútbol europeo en una temporada 2021-22 cargada de sorpresas guardadas en la manga hasta la última jornada, pues el deporte más amado es un espacio tanto de realidades milagrosas como decepcionantes, en el cual todo puede ser posible, incluso que los clubes pobres puedan sentirse reyes por varios meses seguidos, hasta que les toca despertar del hechizo. 

¿Volverá el Luton a partir de agosto a repetir mejorada una temporada como la recién concluida y conseguir el ascenso, o tendrá un destino idéntico al del Barnsley FC, histórico club del condado de Yorkshire del Sur fundado en 1887, el cual la temporada pasada disputó los playoffs para ascender a la Premier y este año en cambio tomó el camino contrario, descendiendo a la C o League One? Para algunos clubes modestos cada nueva temporada es una caja de Pandora que al abrirse produce consecuencias impensables. Evitar que estas sean catastróficas, puede equivaler para algunos a la obtención del campeonato. 

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