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Dos películas fundamentales para el cine que vemos hoy cumplen 50 años

Easy Rider y Midnight Cowboy, dos películas fundamentales del nuevo Hollywood, cumplen 50 años; ¿cómo se convirtieron en dos clásicos del cine?
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27 de abril de 2019 a las 05:03

Estados Unidos vivía en convulsión y el cine se estaba quedando atrás. Ejecutados económicamente, dominados por vejestorios que no tenían idea de cómo llegarle a la generación del baby-boom, los estudios de Hollywood enfrentaban una situación alarmante. Los moguls del momento ansiaban la nueva sangre y la ahuyentaban. En el medio, Vietnam hacía estragos en los cuerpos y en las cabezas, la familia Manson recorría las colinas californianas, y el verano del amor sacudía los ideales hippies con su espíritu contracultural. Era el fin de la década de 1960 y en la cartelera la edad de oro del cine se veía cada vez más anticuada, cada vez más anacrónica. Y, por ende, cada vez menos atractiva. Pero un par de bandidos y un viaje espacial dieron vuelta el tablero.

El primer golpe fue de Warren Beatty y Faye Dunaway como Bonnie & Clyde. Después, llegó la crisis existencial de Dustin Hoffman en El graduado, con Simon & Garfunkel de fondo. Y al final, el comienzo del cambio fue coronado por Stanley Kubrick y su 2001: Odisea del espacio. Las tres películas, estrenadas en el correr de 1967 y 1968, sorprendieron y demostraron que se podía hacer otro tipo de cine, uno más transgresor y que hablara a las nuevas generaciones. Le dieron pie, así, a 1969, un año clave para la década siguiente, que cimentó el terreno para la llegada del Nuevo Hollywood. Tras él, el cine cambiaría para siempre, y esto sucedería, en parte, gracias a dos películas que en 2019 están cumpliendo cinco décadas: Easy Rider (Busco mi destino) y Midnight Cowboy (Perdidos en la noche).

Born to be wild

La primera aparece como un flash durante una noche de excesos. Peter Fonda está en una habitación de un hotel de Toronto, firmando fotos de algunas de sus películas para los fans y completamente borracho, cuando se le cruza una imagen de The Wild Angels, una película suya en la que aparecía arriba de una moto. Son las cuatro y media de la mañana y la idea germina en su cabeza y se vuelve incontrolable. “De repente pensé: este es el wéstern moderno; dos tipos atravesando el país en moto. A lo mejor han dado un buen golpe y tienen mucho dinero. Y piensan cruzar el país y después retirarse a Florida. Pero entonces aparece un par de cazadores furtivos en un camión y los matan a tiros porque no les gusta la pinta que tienen”. Con la idea latiendo en su mente abotagada por el alcohol, Fonda llama a la única persona que puede estar despierto y dispuesto a atender su locura a esa hora: Dennis Hopper. “Podemos hacer mucho dinero, Dennis”, le dice Fonda. Y así nace Easy Rider.

La anécdota la repasa Peter Biskind en el libro Easy Riders, raging bulls: cómo la generación del sexo drogas y rock-and-roll cambió Hollywood. El tomo está editado en español por Anagrama y aunque es un poco esquivo, de vez en cuando aparece en alguna estantería. Es bastante atinado citar esta anécdota porque de alguna manera guarda parte del espíritu que hizo tan famosa y rupturista a la película producida por Fonda, dirigida por Hopper y protagonizada por ambos: logró ver que en las desérticas rutas yankees, a merced de los vaivenes de las drogas y la música de la época, se podía encontrar un nuevo género capaz de alcanzar una popularidad similar a la de los wésterns. Esto admite matices, pero no cabe duda de que Easy Rider se terminó convirtiendo en una de las películas más importantes de 1960 y consolidó a las road movies como un terreno a explorar. 

En la película, dos motoqueros (Fonda y Hooper) pretenden llegar hasta Nueva Orleans para festejar Mardi Gras. En el camino se encuentran con un abogado renegado que se les une –Jack Nicholson en uno de sus primeros papeles–, trafican cocaína en la frontera con México para financiarse, tienen un legendario viaje de ácido en un cementerio con orgía incluida, y recorren algunos de los paisajes más impresionantes del desierto sureño al ritmo de Born to be wild, de Steppenwolf. 

¿Qué buscan, en realidad, estos cowboys de fines del siglo XX? La libertad, nada más que eso. Su fin y su horizonte es sentir el viento en la cara, experimentar la posibilidad de ir adonde sea y ser quienes quieran, conectar con un ideal perdido, encontrarse con las raíces profundas del verdadero sueño americano. Experimentan todo esto, pero en contrapartida también sufren. Buscar la libertad en un país donde la mayoría de sus habitantes tiene miedo a ser libres es peligroso. Con un presupuesto de US$ 400 mil, Easy Rider se convirtió de manera inmediata en una película de culto. Abrazó y expuso algunos de los grandes dilemas de su generación, puso imágenes al sueño de los hippies y convirtió en personajes míticos del cine a esas dos figuras recortadas por el sol del desierto. 

La ciudad de los sueños rotos

Joe Buck es alto, apuesto, confiado y, según él, un amante de lujo. Llega a Nueva York desde un pequeño pueblo tejano con un solo objetivo: convertirse en un gigoló vip, capaz de amasar fortunas brindando placer a las acaudaladas damas de la gran manzana. Pero son los 70 y Nueva York no es un lugar agradable. Es una ciudad dura, fría, gris, y sus calles están tan sucias como el alma de quienes la habitan. Hay delincuencia, enfermedades y todos subsisten como pueden. Sobreviven un día a la vez.

Así, Buck es engullido por esta urbe del demonio y su crudo espiral, y como ángel de la guarda aparece, sin embargo, el tipo menos indicado: Ratso Rizzo, un estafador callejero carcomido por la tuberculosis que, después de embaucarlo, se apiada de él y lo aloja en su mugrienta residencia. Entre las ratas, el hambre y la desesperanza, ambos se nutren y se apoyan en su amistad turbulenta, extraña y cargada de penumbras.

Midnight Cowboy apareció en 1969 y se ganó el título de obra maestra al instante. John Schlesinger, uno de los directores británicos que el nuevo Hollywood comenzó a atraer, confió en el inexperiente Jon Voight para el papel de Buck y lo catapultó a la fama; con aires de campesino inocente, se convirtió en una estrella. Para Dustin Hoffman, que interpretó a Ratso, tampoco fue una película más; fue su segundo gran papel tras El graduado, y lo consolidó como uno de los rostros insignia de una generación fundamental. 

La película consiguió siete nominaciones al Oscar, y se llevó tres: mejor película, director y guion. Pero, sobre todo, dejó entrever que la búsqueda del sueño americano podía llegar a fracasar; que Estados Unidos podría ser un lugar donde volcar los sueños y las esperanzas por un mejor pasar, y también un cementerio de ilusiones quebradas.

Con toques de wéstern crepuscular, con una tristeza brutal que se impregna en cada plano y un par de figuras alicaídas e icónicas que transitan una Nueva York lúgubre y desesperada, Midnight Cowboy está destinada a ser un tótem del cine. Se hizo carne en los desencantos de una era de frustraciones, marcó un punto de no retorno para el cine estadounidense y colaboró para romper la burbuja de ingenuidad en la que vivía una generación. Hoy, 50 años después de su estreno, y como Easy Rider, sigue tan vigente y presente como al momento de su estreno. Esa es la forma en la que se miden los clásicos.
 

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