Era un buen estudiante de magisterio, quería ser maestro y realizó los dos primeros años de la carrera. Pero el fútbol lo llevó al exterior en una época en la que era difícil para los jugadores, y mucho más para los arqueros, poder hacerlo, por lo que abandonó la facultad.
El caso de Eduardo Pereira es muy poco habitual en el fútbol uruguayo. Porque fue campeón de la Copa Libertadores de América con Nacional y también con Peñarol. Incluso con los tricolores ganó la Copa Intercontinental. La diferencia es que con los manyas jugó, mientras que en Nacional estaba en la lista de buena fe, pero tenía nada menos que a Manga y a Héctor Santos delante.
Nació hace casi 70 años en el barrio de Villa Dolores, cerquita del zoológico, y aprendió a leer y a escribir, en la escuela Noruega, la misma en la que José Pedro Varela plantó en 1877 un ficus, también conocido como gomero, que hoy es enorme y un patrimonio uruguayo.
En ese tiempo comenzó a jugar al fútbol. “Jugué un año en El Parque, que tenía la cancha enfrente a la Tribuna Olímpica del Estadio Centenario y siempre de golero. Desde los Reyes pedía rodilleras, aquellas de felpa, y el buzo de arquero”, cuenta Eduardo a Referí.
Su padre Genaro “era gente obrera que trabajaba en el Municipio”. María Hilda, su mamá, se ocupaba de la casa.
“Éramos tres hermanos, uno falleció, y tengo una hermana. Empecé a jugar en los campeonatos de barrio con Huracán Buceo y con 15 años firmé con Alto Perú en 1969, el primer pase registrado en la AUF. En 1970, Nacional compró mi pase por 20 pelotas y unos equipamientos, y fui a Quinta división con 16. Fuimos campeones invictos con el Trapo Olivera, Daniel González, Braulio Castro, Hebert Revetria, Aníbal Álves y nos dirigía el Pato Galvalisi”, cuenta.
Y agrega: “En 1971, el Pulpa (Etchamendi) me subió al primer equipo y quedé como tercer arquero detrás de Manga y Héctor Santos. Haberlos conocido y aprendido fue algo increíble para mí. Manga era como un gato, tenía condiciones natas que yo no tenía y Santos me enseñó mucho de cómo moverme en el arco. Nacional formó una Tercera muy buena con Gerolami, Cánepa, Amarillo, Walter Mantegazza, Abad y Washingrton Calcaterra. Nos dirigía Walter Brienza”.
En ese mismo año, Eduardo Pereira fue anotado como tercer arquero en la lista de buena fe de la Copa Libertadores y de la Copa Intercontinental.
“Fui campeón de la Copa Libertadores y de la Copa Intercontinental. Uno tiene que aprender a disfrutar los momentos. Hace poco me encontré en el Museo del Fútbol con Víctor Espárrago, con Cacho Blanco, con el Mudo Montero Castillo. Le decía a Paolo (Montero) cómo era estar con su padre en un vestuario”, dice.
En 1974 quedó libre de los tricolores y Peñarol se interesó en su ficha.
Así lo cuenta: “Me fue a buscar Peñarol y entrené con Walter Corbo, Fossati y Eduardo Belza, quienes eran los arqueros y el técnico era el Chema Rodríguez. Existían pocas chances de jugar ya que tenía a tres futbolistas delante de mí. El Chema había tenido una muy buena actuación en Paraguay, y le salió una oferta para volver y me llevó a Guaraní con 19 años. No lo dudé”.
Luego de tres años en el fútbol de Paraguay, surgió la posibilidad de ir a jugar a España en una época en la que era casi imposible ir a jugar allí. Eduardo cuenta que “hubo un arquero argentino, D’Alessandro, de Salamanca, que le pegaron en un riñón y se lo tuvieron que sacar, y me llevaron. Fui a prueba y me quedé. Luego jugué en Espanyol y Sabadell”.
Los años pasaban y en 1984 volvió con su familia a Montevideo con la idea fija de poner un negocio y abandonar el fútbol. Tenía 30 años.
“En Uruguay, no había debutado en Primera. Cuando volví 11 años después, no me conocía nadie, ni mi madre (se ríe). Para conseguir equipo, era casi imposible. Venía a buscar un negocio. Tenía asumido lo del retiro del fútbol. En Wanderers estaba Raúl Bentancor y el profe era José Herrera y él es de Paso de los Toros, igual que mi señora que era de ahí. Sabía todo mi historial y le comentó a Bentancor –quien tenía a Celso Otero– y buscaba un arquero. Me llamó el presidente Mateo Giri y me contrató. Yo tenía a mi hija Lorena que estaba para empezar la escuela y era difícil ‘aterrizar’ de nuevo en Uruguay. Después nació Mauricio, mi otro hijo”, recuerda.
Ya a los cinco partidos, tras empezar Celso Otero, Pereira empezó a jugar como titular y lo hizo todo el año. Recuerda lo que sucedió “en el último fecha del Uruguayo, en el Centenario. Jugábamos contra Peñarol y en el Parque Central jugaban Central-Huracán Buceo. Peñarol y Central iban por el título, pero Peñarol debía ganarnos y los de Palermo, no debían ganar. Empatamos 0-0, tuve una buena actuación, ganó Central y fue campeón uruguayo. Quizás por eso fue que me contrataron de Peñarol. Me acuerdo que todos los fotógrafos esperaban la vuelta olímpica de Peñarol y salieron corriendo del Estadio para el Parque Central para tener las fotos de Central dando la vuelta”.
En ese entonces, al volver de España, “les pude dar una mano a mis padres. Compré un negocio que era un reparto de diarios y mi papá lo trabajó en Pocitos, una buena zona. Eso lo ayudó económicamente”.
En 1985 llegó finalmente la oferta de Peñarol. “Amadís Errico me citó en su sanitaria. Estaba Roque Máspoli jugando al tute con él. Haberlo conocido fue de las experiencias más importantes de mi vida: un maestro. Me enseñó mucho lo que es Peñarol. Lo que me marcó al llegar al club fue que quedaban Mario (Saralegui), (Miguel) Bossio, campeones de América de 1982, y también el Cabeza Zalazar. Nunca me voy a olvidar, que conocí a un equipo con mentalidad ganadora. Peñarol me enseñó a no dar nunca un partido por perdido. Yo había estado en equipos de segundo orden y no era común eso”.
La primera práctica fue en Las Acacias. Dice que “Roque tenía la virtud más grande, que te hacía todo simple. Él le daba prioridad a Peñarol; del rival en las charlas técnicas, hablaba muy poco”.
Fernando Morena se había retirado del fútbol luego de un breve pasaje por Boca Juniors y el retorno a Peñarol. Pero Eduardo lo fue a buscar a su casa, junto a otros compañeros, para que volviera a jugar.
“En 1986 hubo una Libertadores con Boca, River y Wanderers, Fuimos con Bossio que era el capitán a la casa, y con Mario (Saralegui). Bossio le llevó un par de zapatos para que se pusiera a entrenar y que volviera sin presión ninguna, porque él había dejado el fútbol un tiempo antes. Y Fernando volvió a entrenar y jugó esa Libertadores. Volvió al fútbol. Años después nos comentó que se guardó esos zapatos”, explica.
Eduardo Pereira jugó clásicos históricos que recuerda con mucho cariño.
Uno de ellos fue el del 6 de enero de 1987, por la final del Uruguayo de 1986. Fue un torneo con ribetes diferentes, ya que existió un pacto de caballeros entre los grandes, debido a que los aurinegros no se presentaron en la primera fecha por deudas económicas y perdieron los puntos, y Nacional tuvo fecha libre. Para que no hubiera ventajas, se acordó que si los tricolores ganaban el título con hasta dos puntos de ventaja, habría una final.
“En 1986, con (Carlos) Lecueder como presidente, estuvimos muchos meses sin cobrar. Ganamos el Torneo Competencia, las Copas de Oro de los grandes, y se dio el acuerdo entre Peñarol y Nacional, ese de los 2 puntos de diferencia. El Uruguayo fue muy difícil porque está relacionado con el tema económico que Peñarol subió a muchos chiquilines como (Jorge) Villar, (Jorge) Goncalves, (Gustavo) Matosas, y luego del título, a Roque (Máspoli) se lo llevó Barcelona de Guayaquil”, indica.
Y añade: “Yo era un privilegiado porque aunque no cobrábamos, estuve 11 años afuera y si bien no eran las cifras de hoy, tenía un piso económico que me ayudaba”.
De aquel clásico tremendo que le dio el título a los aurinegros, cuenta que “Peñarol la peleaba hasta último momento. Perdimos con Central el sábado y si Nacional ganaba el domingo nos sacaba 7 puntos, pero perdió y a partir de allí, empezamos a remarla hasta que llegamos a 3 punto de diferencia. Nacional jugaba el sábado con Huracán Buceo y si ganaba o empataba, era campeón. Pero perdieron 1-0. Al otro día, nosotros jugábamos con Danubio en Jardines y le ganamos 1-0. Así quedamos a 1 punto y por aquel pacto de caballeros, se jugó la final con Nacional. Estuvimos casi todas las fiestas de fin de año concentrados, preparándonos para esa final”.
Aquel partido fue muy entreverado con un Centenario colmado. El empate 0-0 no se abría hasta que en una del las últimas jugadas, Juan Ramón Carrasco se fue solo con pelota dominada para lo que hubiera sido el triunfo y el título tricolor. Pero Pereira se lo quitó con una gran atajada.
“En Peñarol, fue la atajada que me marcó para siempre. Ganarle el mano a mano a Juan (Carrasco) en el minuto 90, nos dio la posibilidad de los penales con los que ganamos el Campeonato Uruguayo. Nosotros achicamos en el medio de la cancha y Nacional tenía un jugadorazo que era Nacho Saavedra y puso la pelota por delante de la línea de 4 y Juan arrancó solo. En el fútbol, se gana y se pierde. Esa vez, gané yo. En los penales le atajé uno a Mauricio Silvera y fue decisivo. Después que Gustavo la puso en el ángulo y ganamos el partido y el título”, explica.
Tres meses y medio después jugó uno de los clásicos más recordados de la historia: el de los ocho contra 11.
“Se produjo la llegada del Maestro Tabárez como técnico. Cuando quedamos con ocho jugadores, yo atajaba en el arco de la Colombes y el Maestro estaba en el banco de suplentes que da a la Ámsterdam. Frente a mí estaban (Sergio) Markarian (el técnico de entonces de Nacional) con su ayudante Osvaldo Giménez. Entonces, como no podía comunicarme con el Maestro porque estaba lejos, tuvimos una charla técnica en el arco de la Colombes en pleno partido. Llamé a mis compañeros y les expliqué que estuviéramos atentos para ver cómo reaccionaba Nacional que con tres jugadores de más, seguramente se iba a tirar con todo arriba. Les dije que esperábamos atrás, con jugadores fuera de puesto. Al venirse Nacional arriba, lo agarramos mal parado con una jugada maravillosa de Diego Aguirre con el Petiso Cabrera para el 2-1 decisivo. Al final del partido, de repente, vimos un borbollón de gente que salía del túnel del vestuario que da hacia la Ámsterdam y los hinchas estaban como locos. Era una locura. Recién cuando llegamos al vestuario nos dijeron que era algo histórico. Como que no fuimos conscientes en el momento. Estábamos locos de la vida porque le habíamos ganado un clásico a Nacional con ocho jugadores”.
Luego, también en ese 1987, Pereira y sus compañeros consiguieron la Copa Libertadores de América para Peñarol.
“Si ves desde que comenzamos a jugar contra Progreso y los peruanos la primera fase, había muy poca gente en el Estadio, ya que había un equipo de juveniles con algunos con experiencia como Trasante y yo. Pero en la final, el Centenario estaba repleto. Luego de la primera fase, la copa se suspendió para jugar la Copa América en Argentina, con siete futbolistas de Peñarol”, explica.
Y añade: “Para la segunda fase de la Copa, llegamos con la experiencia de haber jugado y ganado la Copa América con la selección. Nos dio una experiencia impresionante. Luego que llegamos a Montevideo como campeones de América con Uruguay, estuvimos un día y Peñarol organizó una gira de un mes por México en la que el Maestro formó el equipo para jugar la segunda fase contra River –que era el campeón vigente–, e Independiente, y nosotros éramos casi todos desconocidos. Ganamos con luz acá 3-0 a Independiente y también los derrotamos en Avellaneda, en donde nunca habían perdido ante un rival extranjero, y ahí nos dimos cuenta de que estábamos para pelear la final”.
Recordando los tres partidos de la final contra América de Cali, Eduardo reconoce que se encontraron con un rival “que era una selección de Sudamérica, desde Falcioni a Willington Ortiz, bancado por Colombia, que había hecho un equipazo. El primer partido nos ganaron bien y era matar o morir en Montevideo. Y si hay algo que agradecerle al hincha de Peñarol, es que desbordó el estadio, alentándonos. Lo acorralamos a América y ese golazo del Bomba (Villar) llegó, pero mirá que hasta último momento Peñarol lo metió en el arco”.
Y llegó la finalísima de Santiago. “En Chile, los dos equipos estábamos en el mismo hotel, algo impensado para hoy. (El paraguayo Juan) Battaglia se paseaba con la camiseta de Nacional por el hotel y quería hacernos reaccionar. En el partido, echaron al Pepe (Herrera) y a Cabañas. Ellos llevaban la ventaja deportiva del empate y eran campeones, y si mirás la jugada del gol hoy, es un saque de arco que yo hice y la pelota estuvo seis veces sin tocar el piso, hasta que la fue a bajar el Bomba (Villar) y Diego (Aguirre) apareció como una tromba para ese gol que a Diego lo marcó y lo va a marcar de por vida con el hincha de Peñarol. No creo que se vaya a dar una final tan dramática como esa. Es difícil que suceda eso otra vez en el último segundo”.
Aquí se pueden ver los últimos instantes de ese partido y el saque de Eduardo Pereira en la jugada final del gol de Diego Aguirre:
Quedó libre de Peñarol en una decisión que el presidente José Pedro Damiani admitió años después que fue un error suyo. Entonces se fue a jugar a Independiente.
“Cuando dejé Peñarol, entrenaba solo, corriendo por los canteros de Ricaldoni a la vuelta del Estadio, con una rutina que me había dado el profe José Herrera. El Tola Antúnez era el técnico de Liverpool y tenía a (Guillermo) Palesse de preparador físico. Y el Tola me dijo que si quería ir a entrenar en Liverpool, tenía las puertas abiertas. Siempre se lo agradecí y cuando volví de Argentina, me fui a Central porque estaba dirigiendo él, que se había portado muy bien conmigo. Allí tuve de compañero entre otros, a Darío Ubriaco, quien luego se dedicó al referato”.
Así pasó a jugar en el fútbol argentino y como fue su costumbre, ganó un nuevo título.
“Me fui porque Independiente buscaba un arquero de experiencia. Había habido un problema con Luis Islas y ellos ponían a (Sergio) Vargas. El técnico era el Indio Solari. Peñarol me dejó libre y el contador (Damiani) años después dijo que fue un error. El equipo lo formábamos yo, Clausen, Villaverde, Delgado, Luli Ríos; Giusti, Ludueña, Bochini; Insúa, –el actual técnico de San Lorenzo que éramos compañeros de concentración durante tres años–, Reggiardo y Alfaro Moreno”, recuerda.
Pero antes de irse a Argentina, en abril de 1988, Liverpool inauguró la iluminación en Belvedere –que duró muy poco tiempo–, en un partido ante la selección de Cuba que terminó 0-0. Como entrenaba allí, dio una mano y entró por Hugo Quevedo para jugar un rato. Atajó un penal en la definición y Liverpool ganó aquel encuentro de esa forma.
Dice que “Argentina respeta mucho a sus ídolos y el Bocha (Ricardo Bochini) era muy respetado. Teníamos una relación normal. Boca nos llevaba 5 puntos, empezamos a recortarle puntos y le ganamos a ellos en La Bombonera 2-1, lo pasamos y estuvimos dos meses y medio concentrados en un hotel para ganar el título. Logramos el título de campeones argentinos en cancha de Ferro contra Armenio”.
En 1993 pasó a Liverpool, porque el técnico era Saúl Rivero, “y yo tenía un gran respeto, porque los muchachos de Nacional, el Hugo De León entre ellos –con quien compartimos las Eliminatorias y el Mundial–, me habían contado cómo era Saúl como persona”.
En el invierno de 1987 se jugaba la Copa América en Argentina –que venía de ser campeón del mundo el año anterior en México–, con Diego Maradona y casi todos los campeones. Uruguay entraba directo a las semifinales por haber sido el campeón de la Copa anterior en 1983.
Así recuerda lo que fueron aquellos días: “Fui a la selección y se lo debo a Peñarol. Le ganamos a Argentina con Diego (Maradona) incluido”. En aquel partido, Eduardo Pereira tuvo una atajada sensacional ante un cabezazo de Juan Gilberto Funes para salvar su arco.
Aquí se puede ver esa magnífica atajada de Pereira ante Funes:
“Una atajada pasa a ser importante si vos aportás para el equipo. En Peñarol, ante Juan (Carrasco) sirvió para ser campeones uruguayos. Y la de Funes con la selección, faltaban pocos minutos y entonces le pudimos ganar a Argentina y pasar a la final contra Chile. También le pude sacar un tiro libre a Diego (Maradona)”, explica.
Recuerda que habían “estudiado cómo escalonarlo a Diego. Era como pensar cómo parar a (Lionel) Messi en su mejor momento en Barcelona. Venían de ser campeones del mundo. Yo no había pasado por ninguna selección juvenil y era la primera vez que defendía a mi país. Representar a tu país era espectacular. En la concentración de la localidad de Moreno, de las habitaciones al comedor, nos llevaba un microbús y hacía un frío tremendo. No era un lugar para concentrar. Además había gente particular argentina como turista. Ese título lo vibré de otra manera porque representaba a mi país y como campeón de la Copa América”.
Luego llegaron las Eliminatorias y el Mundial de Italia 90, aunque previo al mismo, hubo dos recordadísimos partidos: un 3-3 ante Alemania –que sería el campeón mundial– y la victoria 2-1 ante Inglaterra en Wembley, la única vez que Uruguay ganó allí.
Pereira explica que “era la primera vez que jugaba Eliminatorias y también en ir a un Mundial. Sabía que era la última vez porque fui a Italia 90 con 36 años. Empatarle aquel partido a Alemania y ganarle a Inglaterra por primera vez en Wembley, fue espectacular. Era el sueño de todos. Ellos venían con una racha de más de 30 partidos invictos”.
En la actualidad, trabaja en la coordinación deportiva de Juventud Unida de Libertad, que está clasificado para la Copa de OFI. “El año pasado estuve en la Liga de Ecilda Paullier como coordinador de la selección y fuimos campeones por octava vez consecutiva”.
Además de sus dos hijos, Eduardo tiene dos nietos: Nicolás de 10 años y Julieta que va para 7. “Por calidad de vida decidí hace cinco años quedarme a vivir en San José. A ellos los adoro”.
Eduardo Pereira dejó marcado a fuego su paso por el fútbol profesional. Integra una selectísima lista de solo cuatro futbolistas quienes fueron campeones de la Copa Libertadores con Nacional y con Peñarol: los otros tres son Héctor Santos, Luis Cubilla y Ernesto Vargas. Historia pura.
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