Camilo dos Santos

El cine del maestro Tabárez

Aunque comenzó hace mucho, aún no sabemos de qué trata la película de la selección

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11 de julio de 2021 a las 05:05

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Horas después de terminado el partido entre Uruguay y Colombia el sábado pasado, y para intentar aliviar la ira –sin viñas pero con Viña en la cancha– originada por el mal juego y el resultado adverso, vi en Netflix la película polaca Prime time estrenada ese mismo día. Es promocionada como un thriller de última generación, un policial con mucho suspenso, supuestamente. Es decir, era un filme ideal para pasar un rato fuera de la realidad y sus consecuencias. Apenas la película empezó, los minutos comenzaron a transcurrir cargados de tedio, sin que pudiera saber de qué iba la cosa y si había algo que me estaba perdiendo y me impedía disfrutar de lo poco, más bien nada, que pasaba. La promoción del filme decía lo siguiente: “En la víspera de Año Nuevo de 1999, un hombre armado entra en un estudio de televisión durante una transmisión, toma como rehén al presentador y hace una exigencia: transmitir un mensaje en vivo”. 

La promesa nunca se cumple y no debieron transcurrir los 93 minutos completos de duración para comprobar que había perdido el tiempo con un monumental bodrio que, sin embargo, recibió buenas críticas en Sundance. Pero como los criterios estéticos en el mundo de los millenials están por el piso, al parecer cualquiera puede llevarse una palmadita de felicitación en la espalda. Mis directores de cine favoritos (Andréi Tarkovski, Theo Angelopoulos, Michelangelo Antonioni) se caracterizaron por hacer películas incomprensibles que fueron obras maestras. Para el público en general su mensaje, en caso de haber uno, resultaba abstruso y difuso. Más allá de la inexistencia de una narrativa lineal, hay sin embargo en el cine de los maestros mencionados una estética trascendente, acompañada de una metafísica salvífica que transforman el resultado final de sus películas en una experiencia poética sublime, propia del gran arte que trasciende su época y los cambiantes gustos de la mayoría. En todas ellas la duración se apropia de los relatos, situando al tiempo como tema principal, como hilo conductor del mensaje y su trasfondo. En Prime time no hay nada de eso: nada. El fiasco que es la peliculita polaca –si a su vida le sobra una hora y media se la recomiendo– coincidió con otro fiasco aun mayor, el mismo día pero de color celeste.

¿De qué trata y cuál es el punto de Prime time? ¿Tiene alguno? ¿A qué juega hoy la selección comandada por Óscar Washington Tabárez? ¿Tiene algún plan de juego? Para todas estas preguntas, la inobjetable realidad trae la misma respuesta: no. Luego de varios partidos recientes, por Eliminatorias y Copa América, hasta el menos preparado y neófito de los compatriotas para analizar un partido (tampoco es tan difícil, después de todo es solo fútbol, no física cuántica) puede darse cuenta de que la deriva de la oncena nacional uruguaya es a esta altura absoluta y que el avión navega sin hoja de ruta, amagando con desplomarse de manera catastrófica en cualquier momento. La situación presente duele en lo profundo, no solo por la pobreza del juego exhibido, sino porque los partidos pasan y pasan sin notarse mejoría para paliar la incertidumbre (la mejora en el partido contra Paraguay fue más bien un espejismo), y porque se perdió una buena oportunidad para agregar otra copa americana a la vitrina gloriosa, considerando que no se ha visto a ninguna selección totalmente imbatible. 

Tal como la historia reciente lo destaca, a una parte importante de la población uruguaya le encantan los referéndums. Si se hiciera uno para definir la continuidad de Tabárez, dudo de que en estos momentos el Sí pudiera triunfar. Como en 1980, volvería a imponerse el No. El agua se acerca al cuello del histórico entrenador, atacado desde todos los flancos por los magros resultados, por la necedad de sus planteamientos logísticos en la cancha, y por empecinarse en no apelar al recambio, cuando algunas figuras del pasado han mostrado con reiteración signos notorios de caducidad. Las decisiones de Tabárez en el partido contra Colombia fueron cuestionables y eso hizo sonar aun más la alarma. Hubo aspectos relevantes que solo el DT no quiso o no pudo considerar. A ver. ¿Para qué cita a tantos futbolistas si siempre juegan los mismos? Cuando Uruguay más necesitaba ganarle a Colombia, en lugar de poner a un delantero de área dio ingreso a Cáceres, cuyos limitados recursos de creación son ya conocidos. Con Maxi Gómez y Ocampo en la banca, hace entrar a un defensa. Incomprensible es poco. Uno hubiera creído que le daba cabida a Cáceres pensando en la tanda de penales (convirtió el último en el partido contra Argentina en 2011), pero no: patearon Giménez y Viña, sin experiencia alguna en estas instancias. 

La generación dorada se oxida a la vista de todos y al hincha le preocupa el hecho de que la corrosión no haya podido ser detenida. Claro está, no es el fin del mundo, ni debería ser tampoco el fin de la era Tabárez. Tras la derrota 1-0, en Lima el 9 de setiembre de 2009, contra la selección peruana, posiblemente la peor de todo el continente en ese momento, creo haber sido, si no el único, uno de los poquísimos que defendió por escrito la continuidad del entrenador. Tampoco ahora estoy a favor de reemplazarlo, aunque en las redes sociales se apilan nombres de posibles reemplazantes. ¿Cambiarlo por quién? Como en las películas de cowboys en las que el sheriff la tenía bien difícil contra bandidos de sombrero negro, también en estas circunstancias no queda otra que morir con las botas puestas. El entrenador dijo en la conferencia posterior al partido contra Colombia que pudo detectar los errores. Hay que creerle y confiar en su experimentado juicio, si bien son miles los que creen convencidos que su ciclo está finiquitado; por razones de edad y acumulación de fracasos. Me preocupa más lo segundo que lo primero. Sigo creyendo que los mejores médicos y pilotos de aviación son aquellos que tienen a la edad llamada avanzada como aliada de fierro y la experiencia les permite atravesar ilesos las peores turbulencias.

En un mundo desalmado, en el que la ética es maltratada y prevalece el “capitalismo más feroz”, tal como lo llamó con ojo clínico Juan Pablo II, y en el que una empresa deja en la calle a decenas de empleados con décadas de antigüedad, simplemente para ampliar las ganancias de los accionistas, siempre he admirado la lealtad de Tabárez para con sus futbolistas y su cuerpo técnico. Por lo tanto, puedo entender el dilema que el entrenador debe estar viviendo: entre seguir jugándosela con los mismos hombres en los cuales ha confiado, o imponer el recambio generacional que por momentos se vislumbra y que la realidad –el paso del tiempo– comenzó a exigir. Contra Paraguay la oncena jugó su mejor partido en mucho tiempo, sin Suárez en la cancha y con Godín abandonándola al terminar el primer período. La dupla de los dos De, Arrascaeta y La Cruz, jugando por detrás de un único centre forward, mostró dónde podría estar la solución al embrollo actual. Ahora es la propia película la que nos dice de qué trata. 

En la vida cotidiana utilizamos menos los aumentativos que los diminutivos, aunque estos resulten más inexactos que los primeros. Cuando decimos que una casa es “pequeñita”, la vaguedad de la descripción obliga a pensar en tamaños diferentes. ¿Se trata de un sucucho minúsculo, de un espacio habitacional con pocos cuartos, o con cuartos chicos? En cambio, cuando hablamos de una casa “grandísima” sabemos que por sus proporciones fuera de lo común puede ser imaginada como mansión o construcción suntuosa en esa línea. Cuando la selección juega mal y pierde, Óscar Washington Tabárez suele decir que se debe mejorar “muchísimo”. Todos lo entendemos. El uso del superlativo dota al resto de la afirmación de una indiscutible exactitud. Nuevamente, como en los viejos y no añorados tiempos de Púa y Carrasco, en los que sacábamos la calculadora y decíamos que matemáticamente todavía era posible, la selección está obligada a mejorar “muchísimo” si aspira a estar en el mundial de Catar el año próximo.
 

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