Camilo dos Santos

El crimen desorganizado

Qué enseñan los homicidios de los infantes de Marina sobre el crimen en Uruguay

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07 de junio de 2020 a las 05:00

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El autor del crimen se dirige a una base naval y ultima a sangre fría a tres infantes de Marina. El asesino había sido funcionario de la Armada hasta marzo último, conocía esa base y a las víctimas. En la escena del crimen quedaron sus huellas dactilares. En sus championes quedaron manchas de sangre. Huyó pocas cuadras, hasta el domicilio de unos conocidos, a quienes les confesó los homicidios. Ese mismo día ofreció en venta las pistolas y la policía no tardó ni 24 horas en dar con él. En la casa se hallaron los cargadores y una de las pistolas robadas.

El cine y las series suelen presentar a los delincuentes bajo una luz que los enaltece. Desde Vito Corleone en El Padrino hasta Dominic Toretto en Rápido y furioso, la imagen suele ser la de hombres sabios y elocuentes, profesionales implacables, contrabandistas ingeniosos y expertos brillantes, incluso superdotados. Sin embargo, la ficción engaña y sus diferencias con la vida real pueden ser dolorosas. Salvo contadas excepciones, los delincuentes destacan por su incompetencia. Tienen un nivel educativo bajo, no suelen tener la dedicación que requiere un trabajo digno, tienen dificultades para manejar sus emociones y no es raro que sean adictos.

Nuestro engaño es aún mayor cuando pensamos en el crimen organizado. De nuevo, desde El Irlandés hasta La Casa de Papel, asociamos las organizaciones criminales a estructuras poderosas y sofisticadas, con operaciones transnacionales y cientos de miembros leales, profesionales y despiadados. Nuevamente, la realidad no es tan glamurosa. Las organizaciones de este tipo son pocas, excepcionales. En Uruguay el crimen organizado suele estar compuesto por pequeñas células locales y cuasi familiares que delinquen en el mismo barrio en el que viven. A veces, incluso, el crimen organizado es perpetrado por individuos tan incompetentes que no conocen siquiera el rol que juegan en la cadena delictiva mayor.

En ese sentido, el crimen organizado es un concepto amplio y difuso, utilizado para describir actores y actividades tan dispares que es difícil encontrar un denominador común. Por eso, para los análisis empíricos y el diseño de políticas públicas resulta una categoría bastante inútil. En general, se considera que lo que define al crimen organizado no es el número de personas involucradas, sino la naturaleza misma del delito. Para ser considerado crimen organizado, debe haber un crimen que requiere la colaboración formal o informal de varias personas para llevarse a cabo.1

Esta definición incluye las actividades de la mafia siciliana y el caso Oderbrecht, pero también muchos de los robos que sufrimos a diario: una primera persona roba un auto y lo lleva a un taller. Un segundo lo remodela o desarma. Un tercero se lo vende a un cliente. Detrás de todo ello puede haber una banda criminal, pero también puede haber solo un puñado de personas que apenas se conocen y que no tienen el mismo objetivo. A veces, lo único que comparten estos individuos es la misma estructura de incentivos económicos. Todos quieren ganar dinero y se precisan mutuamente para hacerlo.

Volviendo al trágico episodio del domingo, el asesino de los infantes de Marina actuó solo. Hasta donde sabemos, no tuvo cómplices y nadie estaba al tanto de sus intenciones. Sin embargo, el móvil del crimen no era otro que hacerse con las armas de las víctimas y venderlas a cambio de dinero o droga. Este último hecho involucra al asesino en el tráfico de armas y tal vez lo convierte en el primer eslabón de una larga cadena delictiva.

Las pistolas Glock 9mm son confiables y versátiles, razón por la cual las tiene nuestro personal policial y militar. Si bien los delincuentes uruguayos también las quieren, el mayor problema para nosotros radica en que su venta a civiles está prohibida en algunos países de América Latina, incluyendo Brasil y México. Esa prohibición hace que surja un mercado ilícito alrededor de estas armas que torna su robo y tráfico en un problema recurrente no solo de Uruguay, sino de toda la región. Así, un estudio realizado en 2005 en Río de Janeiro sobre más de 15.000 armas decomisadas en el marco del narcotráfico demostró que el 38% eran armas extranjeras cuya venta estaba prohibida en Brasil.2

Como dijimos, el crimen organizado no tiene por qué contar con una estructura formal y estable, y por lo general involucra a personas que tienen poco que ver entre sí, pero comparten una misma estructura de incentivos. En Brasil hay decenas de miles de usuarios dispuestos a pagar mucho dinero por pistolas provenientes del exterior: delincuentes comunes y corrientes, asesinos y bandas criminales, mineros y madereros ilegales, como también empresas informales de seguridad privada.

A su vez, en Uruguay tenemos miles de personas dispuestas a correr distintos riesgos para suplir esa demanda y ganar bastante dinero. Muchos están dispuestos a esconder armas por un tiempo, o a trasladarlas hasta la frontera. Con la certeza de que los policías y militares las portan, algunos pocos están dispuestos a atacarlos para robárselas. Más o menos organizados, todos forman parte de una cadena que permite que funcione el tráfico de armas.

La respuesta de la Policía Nacional, el Ministerio del Interior y la Fiscalía General fue implacable. Nada disuade mejor el delito que la severidad, celeridad y certeza de la sanción, y en este caso fueron insuperables. También se debe destacar la actitud del Ministerio de Defensa con el relevo del comandante a cargo de la base naval. Lamentablemente, las víctimas no siguieron protocolos básicos que quizás les hubiesen salvado la vida.

Sin embargo, los mercados ilegales seguirán creciendo mientras no alteremos la estructura de incentivos que motiva a quienes participan de ellos. Como discutimos en una columna anterior, la raíz del problema está en la aparición de una demanda pujante y en la formación de un mercado ilegal,3 cuya fluidez y dinamismo no suelen permitir que se lo combata frontalmente. Si la demanda es lo suficientemente fuerte, siempre habrá alguien dispuesto a suplirla. Por eso, la manera más efectiva de combatir estos mercados es estudiándolos en detalle y encontrando elementos que puedan alterarse para desincentivar la demanda.

Por desgracia, esto no siempre es factible. El tráfico internacional de armas es particularmente complejo y la opción más adecuada sería armonizar nuestras regulaciones de armas con las de los vecinos. El problema es que nuestras fuerzas policiales y militares ya adquirieron las pistolas que los criminales brasileños demandan con urgencia. Paradójicamente, tal vez la mejor opción sea entonces que Brasil armonice su regulación de armas con la nuestra y legalice la venta de pistolas 9mm. La situación al menos dejaría de ser letal para el resto. 

Referencias

1 Finckenauer, J. (2009). Organized Crime. En M. Tonry (Ed.), The Oxford Handbook of Crime and Public Policy (pp. 304–324). Oxford: Oxford University Press.

2 Dreyfus, P. (2009). Mapeo del crimen organizado de Brasil. En H. Mathieu & P. Rodríguez Arredondo (Eds.), Anuario 2009 de la Seguridad Regional en América Latina y el Caribe. Bogotá, Colombia: FESCOL.

4 Sanjurjo, D. (2019, marzo 25). Una explicación de por qué aumentó el delito en Uruguay. El Observador. Recuperado de https://www.elobservador.com.uy/nota/una-explicacion-de-por-que-aumento-el-delito-en-uruguay-2019335013

Diego Sanjurjo es doctor en Ciencia Política, especialista en políticas de seguridad y armas.

 @dsanjurjogarcia

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