El mes de noviembre recibió a su primera celebración: el día 2, la de los Fieles Difuntos. Recuerdo que cuando era niño y me encontraba en Salto, acompañaba a mi abuela Emilia a visitar a nuestros muertos. Al ingresar al cementerio nos deteníamos ante una lápida grande con unos versos de Francisco Acuña de Figeroa. No los olvido:
“Tú que ciego en el placer
cierras del alma los ojos.
contempla en estos despojos
lo que eres y has de ser.
Ven a este sitio a aprender
del hombre la duración;
que en esta triste mansión
de desengaño y consejo,
cada tumba es espejo
y cada epitafio, lección.”
Aquellos versos se quedaron para siempre en mi. Este 2 de noviembre muchos miles de compatriotas repetimos las visitas a nuestros difuntos.
No se trata de hechicerías, sino de volcar el corazón junto a los que nos precedieron. Son gestos, pero que encierran cariño y respeto. Si bien es cierto que la celebración ha pasado, tendremos a lo largo de todo un año ocasión de visitar, también, a quienes nos han precedido.
Este cariñoso recuerdo de nuestros difuntos nos lleva a pensar que ellos siguieron el programa de vida que la gran Teresa de Jesús nos anticipó, con su intuición maravillosa:
“Vivir se debe la vida de tal suerte, que viva quede en la muerte”.
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