“Mañana la va a ver Tabaré”; esa frase la escuché varias veces, hace muchos, muchos años, cuando mi madre me avisaba con esperanzas, que mi prima Raquel tenía consulta médica con el oncólogo Tabaré Vázquez. Esa consulta era especial; como si se tratara de un brujo de una tribu, se esperaba algo más que un diagnóstico, como si la pudiera sanar. Mi familia materna, de origen italiano calabrés, no era para nada religiosa, pero había una cuestión de fe en esas consultas médicas, más que de confianza en el profesional.
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