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El murmullo que se oye durante la veda

Enojo de muchos, desinterés de otros y desvalorización de la democracia inciden en el sufragio de una elección de voto voluntario
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29 de junio de 2019 a las 05:01

La campaña proselitista ingresó en fase de “mute” desde la medianoche del jueves y ya no hay publicidad electoral en medios de comunicación, aunque las redes tecnológicas permiten hacer circular mensajes de convocatoria al voto. 

El “silencio electoral” ya lo tenía una franja grande de la población que está ajena a la cuestión política y distante de los partidos. Votan porque es obligatorio, cuando es obligatorio.

El caso de este domingo 30 tiene una particularidad: no se trata solamente de que el voto sea voluntario, sino que es una jornada de decisión partidaria, establecida en la Constitución para que los partidos no vayan con varios candidatos presidenciales que sumen votos como era con el régimen identificado como “ley de lema” y concurran a las urnas con un postulante único.

Para elegir ese candidato presidencial único de cada partido es que se hace la interna pero no tan interna: puede participar cualquiera, sin importar si es afiliado, simpatizante, independiente o ajeno a todo.

En teoría es una decisión de partido; en la práctica, todo el mundo puede incidir en esa definición.
Muchos uruguayos, sin sentirse parte de un partido, igual participan en la votación, porque quieren tener decisión en la “clasificación” de los que siguen o quedan por el camino.

Aunque algunos no voten por no meterse en casa ajena, muchos otros lo hacen por desinterés en la política, por pérdida de confianza en los liderazgos e incluso en la democracia. Eso se ha reflejado en medición de opinión pública, fundamentalmente en el sondeo de Latinobarómetro.

“El apoyo a la democracia es el más bajo desde que hay registro (…) y la confianza en las instituciones y los partidos políticos también ha disminuido”, advirtió Ignacio Zuasnabar al presentar el informe 2018. “Como toda América Latina ha caído, Uruguay sigue en muchos casos liderando los rankings, pero la tendencia de Uruguay es también a la baja”, agregó entonces.

El politólogo había advertido que en la región la democracia aparece “amenazada” y que “algunos dirigentes políticos parecen contribuir poco a sostenerla” y porque los “cimientos de la democracia –la cultura política, que radica en los valores y creencias de los ciudadanos- están disminuidos”.

Este domingo, la concurrencia a las urnas será una primera señal sobre el impacto de esa desvalorización de la democracia, tanto por concurrencia como por dirección del sufragio.

Desde la primavera de 2015 hay señales de un deterioro de expectativas de los ciudadanos, de un malestar creciente con la evolución de la economía, que se sumó al arrastre de la preocupación por la seguridad pública, que está instalada desde fines de 2008.

Eso fue generando un efecto de desilusión, desencanto, indignación y rechazo, contra algunos o contra todos. Unos canalizaban su enojo contra la autoridad de turno, por responsabilizarle de los problemas que le afectaban, pero cuando miraba la vereda de enfrente encontraba a los que le habían desilusionado antes. 

Esa es una diferencia con el impacto severo de la crisis de 2002: la gente entendía que había influencia extranjera pero culpaba el manejo local, y en eso responsabilizaba a los partidos fundacionales que estaban coaligados en el gobierno. Y mientras en Argentina, ante igual crisis, gritaban “que se vayan todos”, en Uruguay había un partido que nunca había gobernado y que era alternativa de recambio.

El 2019 es diferente porque los tres grandes lemas partidarios ejercieron el poder, y para muchos “enojados” no hay una alternativa nueva que tenga chance de llegar al gobierno nacional. Entonces emergen el “voto en blanco”, el sufragio “anulado” (algo raro dentro del sobre), o el voto a partidos sin chance de ganar pero con posibilidad de “molestar”, como vías de expresión de la bronca.

Tras las internas comenzará la carrera hacia las elecciones legislativas y presidenciales y habrá que ver si se mantienen las tendencias actuales sobre posible conformación del Parlamento, pero ya se observa que el “malestar” con “lo que hay” se traduce en fragmentación del sistema.

Hay ciudadanos que eligen candidatos o partidos que para su gusto, simbolizan “no-político”, por verles como outsiders, no “contaminados”, o directamente porque les ven que “apuntan al sistema”.

De alguna manera, solo 21% expresa apoyo a los “partidos políticos”, 33% al Parlamento y apenas 39% al Poder Judicial, mientras que 59% transmite respaldo a la Policía y 62% apoya a las Fuerzas Armadas.

El murmullo comenzó hace tiempo, y se oyó pero no se escuchó el mensaje. La dirigencia no se detuvo en el contenido de esa desvalorización de la política y no se pensó en un plan para mejorar la imagen. 

Además, el sistema se vio sorprendido por operaciones sórdidas, un estilo inédito en el país.

Hay “veda proselitista”, lo que en España y otros países se denomina “silencio electoral”, pero en medio de la ausencia de sonidos partidarios, persiste un susurro que no es nuevo y que no cede en este tiempo: es de una cólera política de gente que transmite su irritación en las urnas, con votos “raros” que no son de fácil interpretación. 

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