Francisco y los pobres
Leonardo Pereyra

Leonardo Pereyra

Historias mínimas

El papa Francisco y la gilada de siempre

Buscando mierda donde no la hay, los contreras se enfurecieron ante el abrazo del papa con un niño brasilero
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30 de julio de 2013 a las 00:00

El niño abraza al papa Francisco como a esas cosas que nunca se alcanzan. El papa le devuelve el abrazo, le acaricia el pelo, lo ayuda a bajar del papamóvil. El niño le lanza un último beso y después se pone a llorar con las manos apretadas contra su pecho.

Llora de la emoción el niño en esa imagen captada durante la visita del papa a Brasil que fue repetida incesantemente por las cadenas de televisión. Por si usted no la vio, la grabación está colgada arriba de esta crónica (le conviene ahorrarse la bobalicona música de fondo).

El episodio fugaz emocionó a mucha gente, a mucha la dejó indiferente e, increíblemente, a otras les causó rechazo.
La tontería de los que vieron en la alegría del encuentro la imagen de una decadencia, se puede resumir en estos tres post seleccionados de las redes sociales: 1) “la foto es una joya; incluye las armas de distracción masiva que más venden emociones simples: la prensa, la religion y el fobal” y 2) “Pobre niño, las cosas que le inculcaron. Tal vez cuando agarre un libro, o tenga conciencia propia se arrepienta de eso. Tal vez no” y 3) “Este Francisco que se deje de hacer política y se dedique a los asuntos de Dios”.

¿Qué cosas percibieron estas personas en el mismo lugar en donde muchas otras vieron a un niño abrazando a un hombre bueno? Vieron, al parecer, tres certezas que juntas les producen el mismo rechazo que por separado: 1) la religión es el opio de los pueblos, 2) el futbol idiotiza a las masas y 3) los medios de comunicación están predestinados a joder las 24 horas del día.

A esta gente, según parece, no hay un solo hecho en la historia de la fe que la conmueva, ni hay un solo gol que la haya hecho gritar aunque sea un poco. Son intelectuales, en el peor sentido de la palabra, aunque parecen haberse dedicado a leer manuales en lugar de libros.

Probablemente, algunos de ellos son los mismos que salieron a buscar mierda apenas se conoció el nombre del nuevo papa y se ensuciaron las manos con fotos falaces en las que aparecían otros obispos comulgando con dictadores.

En este blog somos hinchas de Francisco desde que se asomó al balcón y, en otro orden de cosas, todavía tenemos alguna fe puesta en el fútbol. Por eso, pedimos permiso para ablandarnos un poquito ante la emoción de ese chiquilín que pudo abrazar al hombre que, según le dijeron, es el representante de Dios en la tierra, para luego volver a los brazos de un ser humano al que no le molesta andar por la calle con la camiseta número 10 de la selección de Brasil (hay de todo en la viña del Señor).

Es probable, y sería una lástima, que no haya ningún dios guiando los pasos del argentino Jorge Bergoglio. Pero si Francisco solo fuera eso –un tipo bárbaro con un montón de buenas intenciones-, si solo hubiéramos presenciado la instantánea de un anciano ganándose la atención de un niño, y de un niño abrazando una ilusión que, durante un minuto, fue real; si sólo se tratara de eso, digo, ¿qué más precisa la gilada para suspender, aunque sea por un ratito, la incredulidad que los empuja a ensañarse con un módico milagro?

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