Panorámica de los manifestantes dentro del recinto de la Suprema Corte de Justicia
Gabriel Pereyra

Gabriel Pereyra

Zikitipiú

El pasado me sigue pudriendo

Un asunto en el que se ha agredido la democracia, se puso en tela de juicio a la Justicia y afecta la convivencia
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25 de febrero de 2013 a las 00:00

El tema de los derechos humanos violados durante la dictadura me acompaña desde que comencé como periodista, hace 30 años. No somos originales en destinar tantos años a discutir un tema en extremo delicado. Otras sociedades también lo han hecho pero ¿y? En este país hubo dos pronunciamientos populares y los hechos políticos consiguientes le pasaron por arriba.

Estuvo en juego el valor de la democracia, ahora está sobre la mesa el valor de la Justicia y, como siempre, está afectada la convivencia en una sociedad donde este valor ya está bastante afectado por una violencia creciente. Y para peor, buena parte de los que participan de este debate sobre el pasado no son precisamente los más cautos y han demostrado que les importa poco extremar las medidas hasta violar la ley. No son precisamente los familiares directos de las víctimas.

En 2008 volví a escribir una columna en uno de esos pujos que cada tanto tiene este asunto. No le cayó bien incluso a muchos amigos a quienes les dije que en estos asuntos la única opinión que escuchaba con atención, discrepara o no con ella, era la de los familiares de las víctimas. Luego, parece que hasta el propio presidente Mujica pensaba igual y, harto, opinaba que había que dejar atrás este asunto. Claro, Mujica tiene poca autoridad porque fue uno de los responsables de las tormentas que trajeron estos lodos.

En este nuevo empuje del pasado vuelvo a publicar aquella columna:

“Hace poco, en un escandaloso programa de TV -de esos que los uruguayos no miran porque los escándalos agreden su seriedad- dije que el pasado me tenía podrido. ¡Para qué! En este mar de pasiones en que se han convertido los asuntos del pasado, parece que no tienen lugar los sentimientos que no estén con una u otra parte.

Después de analizar las críticas recibidas, agrego un matiz a mi sentimiento: el pasado no me tiene podrido, me tiene repodrido.

El pasado me tiene repodrido porque una vez voté, y perdí, y creí que la mayoría había hecho caducar la pretensión punitiva del Estado, pero no, era todo una farsa, no había caducado nada, y ahora temo que si en el futuro el gobierno cambia de color capaz que cambia todo de nuevo, y vuelve la caducidad.

El pasado me tiene repodrido porque sigue siendo refugio de chacales que medran con él y le ganan a dentelladas el protagonismo a las verdaderas víctimas.

El pasado me tiene repodrido porque nos sigue enfrentando como sociedad, y porque me obliga a escuchar cómo unos defienden a un dictador y otros homenajean la sangrienta toma de Pando, como si hubiese algo para homenajear.

El pasado me tiene repodrido porque si uno critica al dictador es un fenómeno, pero si critica a los de Pando es un facho.

El pasado me tiene repodrido porque aquella tormenta nos legó una brisa que trae hedor a fascismo, a justicia con tufo -esa sí- de opereta política, a estado de opinión con humos de linchamiento.

El pasado me tiene repodrido porque nos hizo cavernarios y cobardes, porque son pocos los que se animan a reclamar por los derechos de las bestias, aunque el valor de la democracia radique más en la defensa de esos derechos que en la capacidad de sancionar a las bestias con una severidad de tintes ilegales.

Y, además, el pasado me tiene repodrido porque sí, porque se me antoja expresar libremente lo que siento, y porque el ejercicio de la libertad en ocasiones se reduce al mero acto de mojarle la oreja a la horda, de azuzar a la perrada para confirmar que la intolerancia es una raza ambidiestra que ladra tanto de la derecha como de la izquierda”.

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