ADALBERTO ROQUE / AFP

El ruido de las dictaduras al caer

Muertos, heridos, desaparecidos, más de cinco mil personas detenidas

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16 de julio de 2021 a las 05:04

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La ola represiva que hoy viven los cubanos nos interpela a todos como latinoamericanos. Y no digo solo a los latinoamericanos de izquierda, ni en particular a los dirigentes de esa izquierda latinoamericana, para quienes Cuba ha sido todos estos años La Meca, el lugar adonde deben peregrinar al menos una vez en la vida como parte fundamental de su credo. 

Me refiero a los latinoamericanos en general; porque para muchos, con independencia de sus inclinaciones políticas, y durante demasiado tiempo, Cuba era intocable; un símbolo contra el intervencionismo de Washington y, como tal, no se la podía –o no se la debía– criticar.

Más de un periodista, como yo, recordará algún cambio de palabras con sus editores por haberla descrito en algún texto como una dictadura. Cuba es un tema sensible, sobre todo lo ha sido en los últimos doce o quince años. 

Ahora nos venimos a desayunar de que no era solo un símbolo, una bandera política, una declaración de principios. También vive gente allí, hombres y mujeres de carne y hueso que la están pasando mal, muy mal, y que padecen la represión y los atropellos de una dictadura. Porque Cuba no es cualquier gobierno autoritario que solo concentre el poder y controle las instituciones políticas, sino un Estado totalitario en toda regla, que controla absolutamente todos los estamentos de la sociedad, la actividad económica y social y hasta los movimientos de los individuos.      

Esos hombres y mujeres de carne y hueso han salido ahora a las calles con una sola consigna: “Patria y Vida”, una suerte de retruécano a la famosa frase de Fidel “Patria o Muerte”, con la que cerraba todos sus discursos. 

Lo han hecho en forma admirablemente pacífica, como ninguna otra protesta de las muchas que se han dado en el continente en los últimos dos años. 
Los cubanos solo piden libertad. No ha habido allí actos de vandalismo, nadie le prende fuego a la propiedad ajena, pública o privada, ni ha habido saqueos de ningún tipo. Y eso que los cubanos sí están pasando hambre. 

La respuesta del régimen ha sido en cambio violenta y despiadada. Hay muertos, hay heridos, hay desaparecidos, hay miles de detenidos.
La cuota de surrealismo en esta verdadera tragedia la han aportado las declaraciones de apoyo desde el exterior, no a los manifestantes cubanos, no a lo que es ya un clamor popular por libertad, sino, aunque usted no lo crea… sí, a la dictadura. Como el Partido Comunista del Uruguay que culpó de todo al imperialismo yanqui y lo acusó de “financiar” las protestas en Cuba, a las que a su vez calificó de “estallidos sociales”.

Pero también otros dados por omisión que no dejan de ser llamativos. Como el del presidente argentino Alberto Fernández, que dijo no saber lo que estaba pasando en Cuba pero en la misma oración pidió el fin del bloqueo comercial. O sea, el presidente argentino, en un giro alucinantemente socrático, no sabe nada de lo que pasa en Cuba, solo sabe que hay bloqueo. O el increíble silencio de Michelle Bachelet. ¿Cómo es posible que la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los DDHH no se haya pronunciado desde que asumió el cargo sobre los derechos humanos en Cuba? Con todas las denuncias que hay. 

¿Y ahora? Ahora tampoco se ha pronunciado. 

En el caso de Alberto Fernández, aunque ya nos tiene acostumbrados a sus dislates, como el origen de mexicanos, brasileños y otras perlas, lo más probable es que este haya estado motivado por la necesidad de no hacer enojar a Cristina Fernández de Kirchner. Recordemos que tanto ella como Bachelet hicieron de presidentas el peregrinaje a La Meca que antes mencionaba. 

Y en el caso de Cristina ha regresado varias veces; su hija Florencia estuvo un año en tratamiento médico en La Habana. Para Alberto hubiera sido un lío no menor decir algo ahora en contra del régimen.

En cualquier caso, no se trata de negar el bloqueo, ni siquiera el intervencionismo de Estados Unidos. Nadie puede negar que desde su independencia Cuba fue primero ocupada por la potencia del norte y luego, en 1901, le pusieron la Enmienda Platt, que por treinta años convirtió a la isla en un virtual protectorado de Washington. Después de ello, siempre estuvo, de uno u otro modo, bajo la égida de Estados Unidos, en efecto, hasta el triunfo de la Revolución en 1959.

Pero nada de eso puede justificar los 62 años de opresión y tiranía que vinieron después. Y mucho menos se puede hacer por razones ideológicas. Es una hemiplejia moral inaceptable, diría Ortega y Gasset.  

En cuanto al futuro de Cuba, hasta fines de la década pasada, había evitado sumarme al coro de los que cada tanto vaticinaban la caída del régimen cubano. Andrés Oppenheimer publicó ‘La hora final de Castro’ en 1993, que debe de haber sido la hora más larga en cualquier reloj. Y como él, tantos otros. 

Yo siempre pensé que mientras Fidel, Raúl y los dirigentes históricos de la revolución estuvieran al frente, eso era imposible. Pero ya desde el retiro de Fidel en 2008 y el posterior anuncio de Raúl de que él también se retiraría, he dicho que la siguiente generación de la nomenclatura cubana, hoy encabezada por Miguel Ángel Díaz-Canel, no podría mantenerse en el poder por mucho tiempo. 

Así que ahora que todos guardan cautela por apresurados vaticinios anteriores, yo soy más optimista. Creo que el fin de la dictadura está cerca. Puede ser uno, dos años, puede ser menos. En todo caso, lo vamos a ver.

Y todo esto de ahora, la represión, la persecución, la violencia en Cuba… parece ser solo el ruido de las dictaduras al caer.

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