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Elecciones en Argentina: si no duele, no cura

Si no duele, no cura. Escribe Ricardo Peirano
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21 de octubre de 2023 a las 05:04

Este domingo 22, los argentinos van a las urnas para elegir presidente para los próximos cuatro años en medio de una crisis – política, económica y social- sin precedentes.

Con una pobreza que roza el 50%, la indigencia en torno al 10%, la inflación en 140% y en ascenso con tendencia a desembocar en una hiperinflación apenas cunda el pánico, que también espolea la crisis cambiaria. La economía apenas crece y, mirando el largo plazo, el PBI per cápita de 2020 es casi igual, en términos reales, que el de 1974.

Casi cinco décadas perdidas con gobiernos dictatoriales y democráticos, con peronistas y radicales y el interregno de Macri, con gobiernos aperturistas y proteccionistas. Un problema que trasciende un gobierno en particular y apunta a un problema más profundo.

A ello, hay que sumar un default espectacular de la deuda externa en 2002, del cual las recuperaciones han sido solo a impulsos de bonanzas internacionales de materias primas. Nada que atribuir a buenas políticas y menos aún a buenas instituciones

Argentina estuvo en el cenit del mundo a comienzos del siglo XX y hoy navega por mitad de tabla en algunos indicadores y en otros va cayendo más bajo. Tiene todo para volver a ocupar un sitial destacado en el concierto de las naciones desarrolladas. Tiene todas las materias primas que son necesarias para la humanidad, desde las alimenticias hasta las minerales. Fue el granero del mundo y, hoy, pese a los altos gravámenes, sigue siendo muy eficiente. Hoy tiene enormes reservas de litio, gas y petróleo pero no logra explotarlas eficientemente. Justo es lo que el mundo demanda: alimento y energía.

Tiene, además y sobre todo, enormes talentos humanos. En la ciencia, en el arte, en la educación, en el deporte, en la economía destacan los argentinos. Tienen a dos de los tres mejores jugadores de fútbol de la historia. Falta quizá, además de ese talento individual, el resultado del esfuerzo común. El éxito continuado no es hijo solo del talento, que hoy está y mañana quizá no, sino de una  institucionalidad estabilizadora donde el trabajo en equipo suple falencias y complementa habilidades.

Argentina, que tiene un régimen muy presidencialista, no necesita un Mesías. Lo ha buscado por décadas. Menem, en 1989, pedía el voto con esta frase: “Síganme, no los voy a defraudar”. Pedía más un acto de fe que un acto de razón. Apelaba al corazón más que al intelecto. Era una forma de populismo. Apelar a los sentimientos, a las soluciones mágicas o fáciles, a las dádivas.. Es la búsqueda del camino sencillo y sin esfuerzo que al final no es camino bueno porque de las crisis no se sale con recetas mágicas sino con esfuerzo, trabajo y buenas políticas. Churchill, en los momentos más dramáticos de la II Guerra Mundial, cuando todo parecía perdido y el fin cercano, solo ofrecía “sangre sudor y lágrimas”.

De hecho, aunque en la época de Menem se derrotó la inflación y se entró en un camino de crecimiento, el experimento duró poco. Más allá de si la convertibilidad tenía falencias técnicas intrínsecas, el plan general  no tenía raíces firmes ni un marco institucional que prevaleciera sobre la volatilidad de los gobernantes. El propio Menem arremetió contra la institucionalidad vigente al establecer la reelección y, sobre todo, al aumentar el número de miembros de la Corte Suprema de Justicia de 5 a 9 para tener una corte funcional a sus intereses.  No hay nada malo con las reelecciones o con las Cortes de 9 miembros. El problema es cuando eso se establece para satisfacer los deseos del Mesías de turno. Una tendencia bastante extendida en los países de América Latina desde la independencia hasta nuestros días. Y que se ha acentuado en las últimas décadas con el afán refundacional de hacer nuevas constituciones para dar cabida a ambiciones y proyectos personales.

Argentina no precisa un Mesías, que aplique mejores políticas que los anteriores. Eso tiene, en el mejor de los casos, corto vuelo. Precisa recrear una institucionalidad fuerte para evitar los excesos de poder y las corruptelas, grandes o pequeñas, en el gobierno nacional, provincial y municipal. Necesita introducir sí reformas amigables al mercado y favorables a la inversión. Necesita reducir drásticamente el gasto público que hoy ronda el 40% del PIB y es muy ineficiente ( y ello no es difícil como parece dado que según el BID, un 7% del PIB se pierde en ineficiencias en las transferencias sociales, gastos inútiles en salarios públicos -basta recordar el escándalo de la Legislatura porteña que salió a luz hace poco-, y en compras estatales). Y luego hay que tocar los insólitos y distorsionantes subsidios a la energía, que estimulan su consumo y desestimulan su producción. Necesita mejorar la educación, única forma de erradicar la pobreza y la marginalidad. También es necesario  eliminar los controles de cambios, abrir la  economía economía, flexibilizar el mercado laboral, reformar los impuestos.

Son reformas en las que casi todos están de acuerdo. Por lo menos, más de 50% de los votantes de las PASO que apoyaron a Milei y a Juntos por el Cambio y seguramente más de la mitad de los votantes de este domingo que volverán a dar su apoyo a esos candidatos.

Lo que sí debe quedar claro aparte de que no hay soluciones mágicas, tampoco serán fáciles y a gusto de todos. Serán “sangre, sudor y lágrimas”, en versión criolla. Tocarán privilegios muchas veces enquistados en el desenvolvimiento de la política y un sector empresario más prebendario que emprendedor.

Pero, lo que no duele, no cura. Eso sí, como estas reformas, si van en serio, provocaran dolor, deben ser implementadas con el mayor consenso posible. El consenso seguramente estará para aplicar ese plan duro pero racional. Lo importante es pensar en grande y actuar con magnanimidad. Quizá el lunes, si alguien gana en primera vuelta o el 19 de noviembre si hay balotaje, se pueda ver si los dirigentes políticos, los empresarios y los gremios siguen en la chiquita o si están dispuestos a trabajar para el largo plazo y poner a la Argentina en el lugar que se merece, aunque se haya hecho tan elusivo.

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