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Elegir con el córtex y el corazón

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11 de febrero de 2022 a las 05:00

Por Federica Cash

Ya hace un tiempo largo que intento reflexionar acerca de las cosas y acontecimientos en términos de lo que llamo “observación limpia”, sin tanta interferencia de prejuicios y opiniones.

Claro que implica un enorme esfuerzo, a los seres humanos nos da mucha tranquilidad pensar en términos de etiquetas y juicios cerrados. Nos alivia sentir que las cosas son así o asá, de acuerdo a nuestros sesgos, e intentamos buscar argumentos que demuestren la veracidad de nuestros relatos. Nos pasa a todos. Trascender esta condición natural, no es sencillo. Pero siento que cuando lo logro, gano en claridad, pensamiento crítico y reflexivo.

Cuando converso con personas de generaciones anteriores a la mía acerca de la cantidad de separaciones y divorcios de esta época, la mayoría se muestra horrorizada, o por lo menos sorprendida. No entienden qué pasa, cómo es posible “que ya nadie luche por nada”, “que se rompan las familias” como si de cosas se trataran. Y puedo comprender su sentir. Ellos y ellas, que tanto se esforzaron por mantener la unión a pesar de todo, ven a los matrimonios y parejas de hoy tomando decisiones difíciles, aparentemente, de manera liviana.

Ahora, si nos detenemos a analizar un poco más profundamente, también es verdad que ya no nos sentimos cómodos “barriendo bajo la alfombra”. Que queremos vidas que se expresen sin temor, en dirección hacia lo que buscamos y sentimos. Sin dudas vivimos en un mundo más emocional, donde la razón, la voluntad y el compromiso parecerían no tener el mismo peso.

Las sociedades van mutando, los valores se van transformando, el deber ser también. Fuimos muy buenos desarrollando la mente, los pensamientos, la razón, con todo lo grande que ha traído la ciencia -y sigue trayendo-, y hoy parecería que estamos llevando la atención un poco más hacia adentro, hacia nuestro sentir, nuestras emociones y sentimientos.

Si los de antes fueron más conservadores, racionales, comprometidos, sacrificados y por momentos puede que «poco sinceros» con sus deseos más profundos en pos del montón, quizás los de hoy seamos por contrapartida, más lanzados, “egoístas”, emocionales, honestos con lo que queremos y sentimos, y elijamos caminar sin tantas presiones.

Claro que esta mirada es un pantallazo grotesco de la realidad y excepciones a la regla hay por mil. Pero lo cierto es que los paradigmas están cambiando y poco queda de las seguridades del siglo XX que tanta calma nos brindaban, al menos en apariencia. La historia ya nos ha demostrado que cuando las bases que sostienen a una sociedad, se mueven, surgen las famosas crisis. Y si bien puede sonar a cliché, no hay dudas que las crisis traen oportunidades.

El paisaje de las familias actuales es diverso, ya no consideramos familia únicamente a las “tradicionales”. Estamos entrando en una época en la que parecería que hay menos mandatos, en un momento en donde parecería existir un poco más de libertad.

Hablar de divorcios y separaciones en términos de buenos o malos es tan relativo que elijo saltarme ese paso. La realidad es la que manda y las cosas son así. Sí hay que saber que no son experiencias inocuas sino que pueden dejar huellas dolorosas en los más chicos si no se transitan con madurez por parte de los adultos a cargo. De hecho las separaciones están dentro de las conocidas “Experiencias Adversas de la Infancia”, que son eventos o situaciones altamente estresantes que ocurren a edades tempranas y hay evidencia clara que vincula estas vivencias con una amplia gama de problemas sociales y de salud, a lo largo de la vida.

Siempre va a ser difícil tomar decisiones que puedan perjudicar a los hijos, pero también se ha visto que si ambos padres tienen por objetivo cuidarlos, de ninguna manera debe significar un trauma.

Ahora, volviendo a la reflexión inicial, si me preguntan cómo quiero educar a mis hijos en el siglo XXI frente a esta realidad, diría que, como siempre, en el equilibrio está la mezcla ideal. Porque quiero que sean fieles a sí mismos, que sepan escucharse y vivir una vida con coherencia, pero con el peso justo de la voluntad y la responsabilidad por sus decisiones. Suena sencillo… claro que no lo es…

¿Y cómo puedo lograrlo? Quizás enseñándoles a elegir “bien”, con consciencia, desde chiquitos, sea una respuesta posible. Esto se puede ir ensayando con las elecciones corrientes que hacemos en la vida cotidiana, conversando sobre nuestras decisiones y porqué determinada opción puede ser mejor que otra. Quizás esas instancias vividas cobren sentido y amplifiquen el criterio, cuando lleguen a edades de tomar sus decisiones.

Cuando nos enamoramos, al igual que cuando sentimos placer, el córtex prefrontal (zona del cerebro que se encarga de la atención, de la resolución de problemas y del control de impulsos), suele no ser el que manda. Prevalece lo que nos dice nuestro corazón. Por eso sería bueno que antes de caer en el estado de los pájaros y mariposas, pensemos, ¿cómo quiero que sea ese compañero o compañera de vida?, ¿qué cualidades quiero que tenga?, ¿qué tipo de relación me gustaría vivir?, entre tantas otras cuestiones. Aquí no hay garantías absolutas pero capaz eligiendo con el córtex y el corazón, nos podamos ahorrar algunas asperezas.

Por otro lado, no hay enseñanza más potente que la de dar el ejemplo con nuestras relaciones. Que vean vínculos de pareja saludables, donde haya afecto, tolerancia y buenas conversaciones. Incluso una separación puede dilucidarse en buenos términos. Creo que la salud en una relación se basa en encontrar un ritmo, una alternancia entre las necesidades personales, familiares y sociales. ¡Un verdadero trabajo de equilibrista!

Después está lo que cada uno necesita aprender en el camino de la vida. Las experiencias no son buenas ni malas, todas nos llevan a crecer y nos regalan lo que necesitamos. Y como siempre, pienso que en equilibrio están las respuestas, dejarse llevar solo por lo que sentimos así como desoír lo que el corazón nos dice, pueden ser caras de una misma moneda…

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