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Ellos y nosotros

Si bien hay muchas diferencias y similitudes entre Argentina y Uruguay, hay una que a los uruguayos los hace sobresalir en relación con los porteños y es no vivir casi en una constante montaña rusa
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25 de agosto de 2019 a las 14:49

Dos ríos (el Uruguay y el Plata) nos unen y nos separan. Para los libros de historia, ello ocurre  desde la época de Alvar Nuñez Cabeza de Vaca (el primer adelantado y gobernador del Río de la Plata) y Juan Díaz de Solís (el primer canibalizado). 

Fuimos la provincia rebelde del Virreinato del Río de la Plata por la guerra de los puertos que subsiste, aunque soterrada, hasta el día de hoy, y luego la más díscola de las Provincias Unidas, con Artigas predicando una Liga Federal, enfrentando al centralismo porteño y proponiendo principios republicanos que no caían bien en la vecina orilla, como los que contenía las espléndidas Instrucciones del Año XIII, dotadas de un espíritu liberal que hoy ya no se acepta ni siquiera de este lado del río.

Por lo demás, la gran mayoría de uruguayos y argentinos venimos de los barcos, de los que bajaron nuestros antepasados españoles e italianos mayoritariamente, pero también de otras nacionalidades europeas. Algunas familias se dividieron y probaron suerte en un país y en otro. Fuimos y vinimos. Los argentinos admiran nuestras playas –especialmente la de Punta del Este y aledaños– y nosotros el esplendor porteño, la vida cultural que allí se desarrolla, los paisajes de todos los tipos –pampa, ríos, montañas, lagos y mar– que engloba Argentina como destino turístico.

Discutimos de fútbol y muchas veces queremos que Argentina pierda. Ellos, en cambio, festejan nuestros éxitos y no quieren que perdamos con países de otros continentes. 

A nosotros, que tenemos una farándula de escasa monta, nos encanta ver la farándula argentina y la consumimos con todo placer. Es verdad que nos decimos escandalizados del show off de Argentina y especialmente de Buenos Aires, pero los programas de televisión tienen muy buen rating en nuestros hogares.

El comercio crece y disminuye según las épocas y el tipo de cambio. Lo mismo ocurre con el turismo, cuyo principal promotor es la diferencia cambiaria cuando juega a favor de ellos. Cuando vienen en tropel, dicen que Punta del Este es parte de Argentina. A nuestro ego eso le duele, pero la verdad es que las grandes inversiones en nuestro principal balneario son argentinas. Y bienvenidas sean, al igual que quienes las realizan, ya sea para escapar de la inestabilidad de su país o para aprovechar nuestras costas.

El comercio de bienes con Argentina, y en general con el Mercosur, ha descendido porcentualmente mucho en los últimos 15 años. 

Ahora China es nuestro principal socio comercial y lo seguirá siendo por mucho tiempo. Pero China queda muy lejos y Argentina muy cerca. Siempre está Argentina en nuestra mente y en nuestro corazón, cosa que no ocurre con China. 

Nosotros nos beneficiamos tanto cuando a la Argentina le va muy mal –habría que hacerle un monumento al matrimonio K por la cantidad de inversiones que recibimos en los primeros años de este siglo– como cuando le va muy bien. Ojalá le fuera siempre bien y volviera a ser aquel país que a principios del siglo XX se situaba entre los primeros cinco puestos de PIB per cápita del mundo y no en el lugar 65 que ocupa hoy. 

Para nosotros sería una gran noticia. Aunque por lo que se ve, con el experimento populismo/austeridad/populismo, que se sucede sin interrupción, no parece que ello ocurra en el futuro próximo. 

Antes, los argentinos deben decidir qué es lo que quieren ser: un país de primer orden o una republicana bananera donde las instituciones republicanas no tienen ninguna relevancia y quien ejerce el Poder Ejecutivo suele caer en la trampa que afectó a ese país desde los tiempos de Juan Manuel de Rosas, cuando aspiraba a la “suma del poder público”.

Este jueves 22, el periodista Pablo Sirven escribió en La Nación una líneas que muestran cómo los argentinos nos admiran bajo el titulo “Tan parecidos y tan diferentes”.

Dice así: “Les gusta el asado y el tango tanto como a nosotros, y ni qué hablar del mate. Pero asombra lo diferentes que son aun en los parecidos. Obvio, hablo de los uruguayos. ¿Usted se acuerda de que la actual vicepresidenta charrúa, Lucía Topolansky, es la esposa del mandatario anterior, Pepe Mujica, y que no por eso el mundo se les vino abajo? ¿Acaso escuchó algún temblor en el Río de la Plata porque realizaron sus respectivas PASO antes que nosotros? Seguramente que no porque nuestros hermanos orientales llevan adelante la vida en su hermoso ‘paisito’ sin montarse en las infartantes montañas rusas por las que nos fascina retozar a nosotros. Ahora el presidente Tabaré Vázquez, que es médico y oncólogo, acaba de anunciar que le detectaron un nódulo en el pulmón derecho, posiblemente cancerígeno. Para iniciar el tratamiento no se irá a Cuba ni a ningún otro país. Y tendrá que delegar el mando en la vicepresidenta Topolansky. Todo tranqui. Las taquicardias son de uso exclusivo en esta orilla”.

De taquicardia no nos vamos a morir. Pero sí podemos hacer mucho más para recuperar el dinamismo económico perdido, recomponer la fractura social que hoy nos consume y, como buen país pequeño, saber expandirnos fuera de fronteras. 

Eso sí. Con el mate y el termo debajo del brazo. 

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