En el vértice más chico, junto a las papas chips, las golosinas y las donas, posaba un frasco de aceite representando a las grasas. Debajo de esos alimentos satánicos aparecía todo lo demás: carnes, lácteos, frutas y verduras y el grupo más fortachón de todos compuesto por pan, cereales, arroz y pasta. Todos esos elementos pertenecían a la pirámide nutricional que el gobierno de Estados Unidos compartió con la población en 1992 y que los niños hoy devenidos en adultos conocieron en sus primeros años de educación formal. Y aunque afortunadamente ese esquema evolucionó con base en evidencia científica, esa recomendación nutricional tan gráfica influyó e influye en los mitos que persisten en torno a los alimentos. Porque ni todos los productos que se incluían en la base son de los más saludables ni todos los que fueron discriminados en la punta son de mala calidad nutricional.
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