Sobra malhumor. A medida que se acerca el 27 de octubre el tono de la polémica va empeorando. El resonante debate entre los candidatos del Frente Amplio y del Partido Nacional no ayudó a mejorar el clima. Diría que, por el contrario, contribuyó a incrementar la rispidez. Los frenteamplistas se sintieron atacados porque Luis Lacalle Pou insistió en destacar las promesas de campaña incumplidas por el gobierno para, sobre esa base, cuestionar la credibilidad de su adversario. No tenían por qué ofenderse. Esto es exactamente lo que cabe esperar: la oposición tiene la obligación de tomarse el trabajo de obligar al partido de gobierno a rendir cuentas sobre promesas incumplidas. Los de Lacalle Pou, a su vez, se vieron sorprendidos por el tono confrontativo asumido por Daniel Martínez. Los entiendo. Yo también quedé perplejo. El candidato del Frente Amplio es un hombre afable. Hace una semana nos encontramos, en cambio, con un Daniel extraño, resbalando al modo Twitter, bordeando la calumnia, blandiendo “motosierras”, agitando fantasmas.
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