La ingeniera Cecilia Abadie autora de "Un virus de amor"

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Excesos, VIH a los 24 años, amor y un soñado trabajo en Google: la historia de Cecilia Abadie

La ingeniera uruguaya tiene 53 años, trabaja en el área de realidad aumentada de Google y publicó su libro Un virus de amor. Cómo el VIH cambió mi mundo
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24 de febrero de 2023 a las 13:18

"Cuando todos estén planificando su próximo viaje a Brasil para las vacaciones de Turismo, yo estaré planificando el lugar donde quiero que esparzan mis cenizas", pensó Cecilia Abadie el 5 de abril de 1993, cuando tenía 24 años. Le habían comunicado que era VIH positiva.

A los días fue a su consulta semanal con Carlos, su psicólogo. Todavía no tenía la confirmación de su diagnóstico –que corroboraría la información inicial–, y solo se lo había contado a su amiga y socia Susana. "Mi ansiedad se hacía insoportable por momentos. No sabía a quién recurrir", cuenta la ingeniera de 53 años en su libro Un virus de amor. Cómo el VIH cambió mi mundo, que se encuentra en librerías.

¿Qué pasa hoy, Cecilia? —le preguntó Carlos.

Él era su psicólogo desde hacía más de un año y medio. La esperaba cada semana con amabilidad y empatía. Ella se sentó en el sillón de pana del consultorio. Carlos la miró con "su barba prolijamente rasurada y su sonrisa tranquila".

—Tengo el VIH. Me acabo de enterar.

"En pocos segundos las lágrimas se convirtieron en un llanto catártico. Necesitaba desahogarme y la canilla ya estaba abierta", narra.

Pero Carlos "estaba blanco como un papel".

—Cecilia, no me estoy sintiendo bien, voy a tener que ir a chequearme en la emergencia.

"Se incorporó y me señaló la puerta, mientras evitaba el contacto visual. Yo no entendía qué pasaba. Eran mis cuarenta y cinco
minutos semanales de terapia, un espacio exclusivo para todos mis temas", recuerda Abadie.

"Pasé de un momento a otro a ser como los leprosos o los tuberculosos de otras épocas. El virus no solo era una sentencia de muerte, también era contagioso", continúa. "Incrédula, me dirigí a la salida y pude ver que él miraba el sillón que yo acababa de dejar. Seguramente lo desinfectaría o lo regalaría, después de ventilar la sala".

En su libroAbadie –que hoy trabaja en el área de realidad aumentada de Google y vive en Silicon Valley– dice entender a su terapeuta. Entiende lo irracional del miedo, que no se puede combatir con argumentos, pero también lo irracional de la esperanza, que tampoco se pierde ante estadísticas.

Cuarenta millones de muertes

Desde la década de 1980, cuando comenzó la epidemia de VIH, más de 40 millones de personas se murieron por enfermedades relacionadas con el sida, según el Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/sida.

El primer caso del virus de inmunodeficiencia humana (VIH) en Uruguay apareció en 1983 por un hombre que lo contrajo en Nueva York. En los primeros casos, "la muerte era rapidísima", recuerda Susana Cabrera, profesora agregada de la Cátedra de Enfermedades Infecciosas de la Universidad de la República (Udelar). Hasta mitad de los años noventa un diagnóstico de este virus "era decirle a la persona: te vas a morir de esto, no hay reversibilidad posible", explica en diálogo con El Observador.

La esperanza de vida no pasaba de los tres años una vez contraído el virus. Los casos se detectaban cuando la persona tenía síntomas, cuando se encontraba en la etapa final de la infección de VIH: el sida. 

En este sentido, Cabrera destaca que Cecilia Abadie se realizaba seguido exámenes de VIH, como cuenta en el libro, porque ya sabía que al compartir agujas para inyectarse cocaína podía infectarse. 

"Ahora es muy común. En esa época era impensable. Ella sabía que pertenecía a una población que estaba expuesta y se hacía el test. Es muy interesante eso", valora, y subraya que debería ser una regla. "Tanto desde el médico que debería ofrecerlo, pero también cada uno debería reconocer su propio riesgo de exposición y hacerse el test cada seis meses o una vez al año".

Según un informe del Ministerio de Salud Pública, de diciembre de 2022, se estima que 15 mil personas viven en Uruguay con VIH, de las que el 90,2% sabe que está infectada.

Entre 2017 y 2021, la cartera recibió un promedio de 881 nuevos casos de VIH por año.

El sentido de la adicción y del virus

En el libro que coescribió con Margarita García Telesca, Cecilia Abadie recuerda eventos de su pasado para entender por qué la atrajeron las drogas: cuando diagnosticaron a su madre con esclerosis múltiples y ella solo tenía seis años, o luego, cuando su padre se fue con otra mujer.

"Yo parecía absorber todo a mi alrededor como si fuera un agujero negro. Todo el dolor de otros lo sentía dentro de mí", recuerda. "En general me llevaba todo el día que mi mente encontrara un lugar de paz, donde me sintiera en armonía con el mundo. Y para entonces el día ya se había terminado, era hora de irse a dormir. Otra vez la noche, la temida noche, y así todo volvía a comenzar…".

En aquellos años, Abadie intentó distraerse a través del estudio, de sacarse la mejor nota, de fascinarse con los misterios del cosmos en la serie de Carl Sagan, de entretenerse con la ciencia ficción en los libros de Isaac Asimov. A los 13 años hizo su primer curso de computación y se enamoró de la tecnología. A los 19 años se recibió como analista de sistemas en la ORT y empezó a dar clases allí. ¿Cómo lo hizo tan joven? Logró que le permitieran entrar en la universidad, mientras en paralelo terminaba el liceo. Después hizo un máster en Computación y se lo revalidaron como si fuera Ingeniería.

Pero todo terminaba aburriéndola. Hasta que encontró las drogas. 

"Fue ahí por primera vez en mi vida, desde que podía recordar, que el dolor se detuvo (...) Lograba sentir alegría, divertirme, sentirme un poco más normal, si es que se puede decir que alguien es más normal que otros. Tenía la necesidad de experimentar cosas nuevas. Quería más. No podía parar", cuenta en el libro sobre su adicción.

Empezó con alcohol y marihuana, probó LSD, pero la condena llegó cuando en su búsqueda de algo más decidió inyectarse cocaína.

"No conocía a nadie que lo hiciera, así que me llevó algo de tiempo dar con alguien que conocía a alguien que se inyectaba cocaína. Así llegué al mundo de compartir agujas, un mundo absolutamente alejado de todo lo que me era familiar", explica. Así comenzó a jugar a la ruleta rusa, hasta que en abril de 1993 recibió la bala.

Cuando salió del consultorio donde le comunicaron que tenía VIH, era como si viera los colores de una manera más intensa. Como si el verde fuera salido de un frasco de témpera. Sin embargo, con el tiempo, supo encontrarle el lado positivo: "Todos los sentidos los tenía más alerta. Los aromas de las comidas y los colores me hacían detener el resto de mi ser para atenderlos".

Entendió que por mucho tiempo ella se encontraba en una "estúpida búsqueda de algún tipo de límite". "Algo que me dijera hasta acá llegaste. Finalmente lo había encontrado. Lástima que era el límite último y absoluto".

"Como buena ingeniera y mujer estructurada, debía trazar un plan. Casi como un plan de desarrollo cuando se implementaba un sistema de computación nuevo. Necesitaba entender cuánto era el mínimo tiempo que me quedaría para vivir. Decreté que estaba demasiado saludable para enfermarme en menos de seis meses", dice en el libro.

Pero seis meses era muy poco tiempo. "En la Universidad había preparado materias de seis meses que habían pasado volando. Y yo no quería que me pasara volando la vida".

Cecilia Abadie de 53 años con su libro "Un virus de amor"

Hábitos saludables

Su doctora le había dicho que las expectativas de vida "iban de la mano de hábitos saludables y estabilidad emocional". Gran parte del libro registra los primeros tiempos desde que Abadie recibió el diagnóstico y la cantidad de métodos a través de los que intentó convivir en paz con el virus. Leyó innumerables libros de autoayuda, comenzó a alimentarse de forma saludable, a meditar, a hacer yoga.

Con su espíritu científico no podía descartar nada: probó la orinoterapia ("La teoría es que en la orina se encuentra una versión
debilitada del virus y que beberla funciona como una vacuna", indica en el libro) y hasta un "agua milagrosa" de Querétaro. Su viaje a México, con escepticismo, pero con la esperanza de encontrar en la excursión a México a otra persona con VIH, dio material para uno de los momentos más hermosos del libro. 

Ante la dura perspectiva de establecer un vínculo romántico después de haber sido diagnosticada, Abadie tiene un deseo tan humano, que hasta provoca una sonrisa, cuando ve a un hombre en la fila de check in antes de subirse al avión. Según cuenta, espera que el chico de "cabello castaño, corto, jeans y camisa blanca, sonrisa limpia y nariz aguileña" tenga también el virus.

Así comienza la historia de Abadie con Luis, que, sin ánimo de hacer spoilers, deriva en una de sus decisiones más importantes: abandonar finalmente las drogas. Porque más de un año y medio después de recibir la noticia de que tenía VIH, ella seguía consumiendo.

Los siguientes capítulos, siempre cortos y con un carga alta de "milagros", narran la vida de Abadie a medida que el virus va perdiendo fuerza: su entrada a la comunidad de Narcóticos Anónimos, su dedicación a desarrollar aplicaciones, a testearlas, su pedido en la empresa de GeneXus de que la trasladaran a la pequeña sucursal en Estados Unidos, su llegada a Kansas, luego a California, su casamiento, el regreso temporal a Uruguay, el nacimiento de sus dos hijos, la medicación para no contagiarles de VIH, eventuales contrataques del virus, la evolución de la medicina, la adopción de una niña de siete años.

"El gran quiebre"

A principios de los noventa empezaron a aparecer fármacos "que daban algún respiro" a la enfermedad, cuenta Cabrera, una de las especialista de VIH en Uruguay.

Pero "el gran quiebre fue en 1996 cuando en una conferencia mundial en Vancouver, se presentó la estratagia de la triple terapia, que hasta hoy sigue vigente". Se trata de una asociación de fármacos en distintos momentos del ciclo del virus, porque "muta mucho y si vos lo atacás con una sola droga, a un solo mecanismo, probablemente mute y se haga resistente a esa droga", señala la profesora agregada de la Udelar.

A partir de ese momento cambió la calidad de vida de las personas con VIH, pero principalmente el pronóstico de vida, que se comenzó a largar.

"Con un diagnóstico temprano", como el de Abadie: "bárbaro, porque la inmunidad todavía no se afectó", señala Cabrera. "Con un diagnóstico tardío, que todavía lamentablemente seguimos teniendo personas que llegan tarde, que nunca se hicieron una prueba, el sida revierte con el tratamiento y esa persona puede llegar a tener una recuperación total de esa inmunidad y la misma expectativa de vida que una persona sin VIH", asegura.

El presente: Silicon Valley y los Google Glass

Un virus de amor: cómo el VIH cambió mi mundo ya está en librerías, pero se presenta en un evento pequeño este viernes en el Museo Paseo de Neruda en Punta del Este y el miércoles 1° de marzo en la sala Delmira Agustini del Teatro Solís en Montevideo. Los libros que se vendan en este último evento –que se celebrará el Día Internacional de la Cero Discriminación– serán a beneficio de la Asociación de Ayuda al Sero Positivo (Asepo).

La escritura del libro terminó en 2017 –después de que Abadie lo comenzara en 2009– y recién se publicó en 2023. De ese tiempo a esta parte hubo algunos cambios en la vida de la ingeniera, a los que se hace referencia en un agregado al principio de la obra, pero que no integran la trama. Por ejemplo, su vida en el lugar "tecno-hippie" que es Silicon Valley, –"y yo soy un poco hippie y un poco tecno", asegura y su soñada entrada a Google en febrero de 2018. 

Archivo, 2013. Cecilia Abadie con los Google Glass.

"Como yo fui una usuaria tan conocida de los Google Glass, conocí gente y en algún momento me terminaron llamando", cuenta Abadie a El Observador. En 2013, Abadie fue una de las primeras 100 personas en San Francisco en probar los lentes de realidad aumentada que se perfilaban como el próximo gran paso tecnológico.

Pero ella no trabajaba todavía en Google. "Tuve un poco de suerte", dice y recuerda que cuando se anunciaron los Google Glass ella estaba, por interés propio, en la conferencia anual de desarrolladores Google I/O. 

"En esa época no había tantas mujeres", explica. Ella se anotó para comprarlos, y cuando desde la empresa llamaron a focus groups –a hombres y mujeres– le tocó a ella. Una vez que tuvo acceso a los lentes, desarrolló software basado en esa tecnología. "Hice el primer asistente personal con voz, el primer personal trainer también con los Google Glass. Me volví conocida y era una comunidad muy linda de usuarios", narra la ingeniera que hoy tiene 53 años.

Esta comunidad la apoyó cuando fue la primera persona multada por conducir mientras llevaba puestos los Google Glass, si bien luego fue absuelta porque no los tenía encendidos. Este hecho la asoció aún más al producto.

"Seguí trabajando con algunas start-ups hasta que un día me terminaron llamando de Google y me uní al equipo de Glass", dice Abadie. En el área de Realidad Aumentada de la empresa trabajan en unos lentes que "ayudan a personas que no pueden escuchar" mostrándoles subtítulos de lo que hablan las personas a su alrededor. También funcionan para quienes viajan a otro país y no entienden el idioma que allí se habla. 

¿Qué queda del virus?

Si bien todavía la ciencia tiene desafíos respecto al VIH –el principal es desarrollar una vacuna para prevenir el contagio– el avance ha llegado a puntos impensados: con medicación una persona no contagia a través de relaciones sexuales, ni compartiendo una jeringa. Mujeres con el virus –como Abadie– pueden tener hijos sin infectarlos. La esperanza de vida de una persona con sida puede llegar a ser como la de una persona sin VIH.

"El virus al principio fue algo gigante en mi vida, –reflexiona Abadie– pero luego de a poco se fue volviendo algo más pequeño, con menos impacto, hasta que se volvió algo que al día de hoy es intransmisible. Al tomar la medicación y estar indetectable es intransmisible".

"Me puse a pensar: qué es lo que me queda una vez que quiero sacar este libro. Qué es lo que me queda de ese virus. Lo único que me queda son esas ganas de conectarme con las personas para hablar de historias verdaderas".

Afiche de la presentación del libro en el Teatro Solís

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