Espectáculos y Cultura > COLUMNA/EDUARDO ESPINA

Héroe de la clase trabajadora

A los 66 años de edad murió el lunes pasado Tom Petty, grande entre los grandes
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08 de octubre de 2017 a las 05:00
"Dime por qué / no me gustan los lunes", canta Bob Geldof en el estribillo de I Don't Like Mondays (1979), canción de los Boomtown Rats. Debería estar prohibido morir en lunes, sobre todo para quienes son artistas, pues es el día de la semana en que la belleza descansa y hasta hace dudar de su existencia.

Tom Petty (1950-2017) falleció el lunes y su muerte fue una pequeña historia inesperada con final anunciado. Las primeras informaciones dijeron que había sufrido un ataque cardíaco. La cadena CBS llegó incluso a informar que el músico había muerto, sin que hubiera aún confirmación médica oficial. Ante los comentarios que la hija envió por Instagram, diciendo que la noticia era falsa, varios medios debieron rectificarse, aclarando que el músico seguía vivo.

Durante horas por ningún lado se informó cuál era su verdadero estado de salud. El limbo informativo duró hasta la noche, cuando la primicia, considerada en principio apresuramiento, quedó confirmada. Petty había sufrido un ataque cardíaco durante la mañana en su casa en Malibú y llegó al hospital de la Universidad de California, Los Ángeles, con muerte cerebral. El certificado de defunción dice que falleció a la hora 20.40. Al final de la jornada, la noticia de su muerte era tan importante como la de la masacre en Las Vegas la noche anterior. El martes estuvo en la portada del New York Times.

Vista en el espejo retrovisor, la vida de Tom Petty incluye una difícil infancia, con un padre alcohólico que lo maltrataba, los trabajos que tuvo en su juventud tras abandonar el liceo (entre otras cosas fue sepulturero), la salvación que encontró en la música, luego el descenso al infierno nuevamente, tras casarse con una mujer que al poco tiempo comenzó a tener serios problemas mentales, abusando verbalmente de sus dos hijas y de su marido, la caída en las drogas (heroína y cocaína) cuando el suicidio aparecía entre las opciones principales, y alude asimismo a la redención final, con la aparición salvífica de Dana York, su segunda mujer, quien lo sacó de las drogas y lo hizo centrarse en aquello que justificaba el acto sagrado de vivir: su música y su familia.

Aunque Petty vivió la mayor parte de su vida en California, sus canciones tienen la impronta inconfundible de su lugar de origen, el sur profundo estadounidense. Nacido en Gainesville, Florida, Petty consolidó su genialidad a la hora de componer con la ayuda de los materiales inspiradores asociados a su procedencia, tan íntimamente ligada a un sonido inconfundible, el llamado southern rock, que solo grupos y solistas nacidos en algunos estados de la Unión Americana, de los más conservadores políticamente, pueden interpretar con tan sublime potencia, la que destaca una autenticidad a rajatabla.

Su música, llena de 'acentos sureños' (así se llama su tercer disco), se nutrió del rico legado de Bo Diddley, Fats Domino, Jerry Lee Lewis, el texano Buddy Holly, Elvis Presley, The Allman Brothers Band, Molly Hatchet y Lynyrd Skynyrd, los tres de Florida (aunque la canción más popular de estos últimos, Sweet Home Alabama, es himno del estado vecino), Tony Joe White, ZZ Top, y tantos otros que debería mencionar. Petty fue un adelantado que aspiró a ser lo que todo gran artista sin distinción de época aspira: convertirse en un clásico.

Sus canciones son un manifiesto sublime de rock clásico, con toda la compleja economía de recursos formales y melódicos que eso implica. En esa línea de esplendor sin diminutivos, a la que también pertenecen Bruce Springsteen, Bob Seger, Steve Earle y John Mellencamp, Petty fue baluarte, creador de una música en la cual se escucha la compleja historia de un corazón, el de un país con sus sentimientos y contradicciones intentando contar su verdad.
Sus canciones relatan la historia de los sentimientos que no exigen explicación ni tampoco la dan
Tom Petty nunca quiso ser la gran bestia pop ni tuvo impostadas poses de estrella. A su público no le interesaba el glamour momentáneo, a él tampoco. Su fidelidad a las musas que llevaban grabado su nombre fue admirable. Pasó de una época a otra, de una década a la siguiente, sin transformarse en fetiche de la nostalgia, sin exhibir prejuicios generacionales. Supo cómo adaptarse a los cambios para seguir deslumbrando librado de concesiones a modas pasajeras y estilos en boga.

En la intemporalidad carente de fecha de expiración, sus canciones informan sobre el perpetuo presente de la realidad de las emociones, de un tiempo anímico fuera del tiempo real de la cronología y los sucesos empíricos. Al carecer de funcionalidad política, sus canciones relatan la historia de los sentimientos que no exigen explicación ni tampoco la dan, pues son los grandes y pequeños sentimientos que hacen de la vida un blindado misterio, incluidas en ese devenir todas las cosas que seguirán siendo importantes pase lo que pase, pues vienen de antes y seguirán después.

En una carrera que duró 40 años sin altibajos, en permanente ascenso más bien, Petty recién consiguió colocar un número uno en el ranking de Billboard tres años atrás. Hypnotic Eye, su último álbum, editado en julio de 2014, debutó en la primera posición en ventas. Pero, a diferencia de la enorme mayoría de los músicos, que dependen de éxitos momentáneos para mantener vigentes sus carreras, Petty se mantuvo despegado del pelotón.

Lo suyo fue diversificar y engrandecer sus propios inimitables parámetros de creación mediante canciones que eran parte del mismo origen, pero que a su vez tenían su propia historia para contar. Solo pocos, muy pocos, logran definir un estilo en base a varios estilos mutuamente recíprocos. En 1989 Petty, en solitario, editó Full Moon Fever, álbum que contiene 12 joyas intemporales, entre otras Free Fallin (¿su mejor canción?), I Won't Back Down, A Face in the Crowd, Runnin' Down a Dream, I'll Feel a Whole Lot Better, Yer So Bad, The Apartment Song.

Ese brillante álbum puede ser considerado culminación de una carrera, aunque en cierta forma lo mismo puede decirse de sus otros 15 álbumes de canciones originales, pues cada uno es un origen, otra salida de la rutina, una completa reinvención de lo anterior, un cambio de rumbo para continuar con el mismo plan. Son canciones nítidas, que sintetizan una simpleza existencial, nunca elemental, pues captan el complejo mundo de anhelos y vivencias del hombre común. A su vez, con magia indefinible, propia de las obras mayores, impiden que melodías y emociones conozcan la decrepitud apenas el tiempo las visita.

Ha muerto uno de los últimos músicos completos. Tom Petty, el compositor y cantante con tantas canciones notables en su gigante repertorio –sería necesario pedir una extensión de vida para poder escucharlas todas con la atención que merecen–, el de los Heartbreakers, el del supergrupo Traveling Wilburys (con George Harrison, Bob Dylan, Jeff Lynne y Roy Orbison a bordo), el de la canción (American Girl, perteneciente a su primer disco, de 1976) que de manera perturbadora se escucha en una de las mejores escenas de El silencio de los inocentes, el autor de Refugee (tan propicia para estos días de diásporas varias), el de voz reconocible incluso desde una galaxia lejana, quien tanto contribuyó con sus originales videos para que MTV tuviera su momento de gloria, el que fue homenajeado por Los Simpson, Tom Petty, el caballero dentro y fuera del escenario, quien tuvo una breve pero inolvidable aparición, un cameo, en la épica post apocalíptica The Postman (1997), donde mantiene un divertido y corto diálogo con Kevin Costner, el mismo que protagoniza Runnin' Down a Dream (2007), uno de los mejores documentales que se han hecho sobre músicos, en donde su vida y obra son el gran documento a ser conocido en detalle.

Tom Petty –confesó una vez– escribía canciones para luchar contra la depresión. Estas lo salvaron de la ruina anímica, salvando también a millones que encontraron en ellas el atajo a una felicidad mayor, la que trae el arte cuando sus mensajes salieron del alma, y es el alma la primera en escucharlos. Días antes de su muerte, en la conclusión de su gira "40º Aniversario", llenó tres noches consecutivas el Hollywood Bowl con capacidad para 18 mil personas. Antes de cantar el bis final, sin imaginar que serían sus últimas palabras sobre un escenario, dijo: "Quiero darles las gracias por 40 años de un tiempo realmente genial". Somos nosotros quienes en verdad deberíamos agradecerle. Es lo que hoy vinimos a hacer.

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