Instagram Edinson Cavani

Inaceptable invasión inglesa en los usos y costumbres del Uruguay

Cuando el colonialismo cultural sobrepasa todos los límites de la tolerancia

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08 de enero de 2021 a las 05:03

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Fue la sanción más ridícula en la historia del deporte. Aunque si fuera solo eso, no habría problema. Fue también un grosero acto de discriminación y una ofensa inaceptables.

Como en Uruguay ya debe de saber hasta quien haya estado en cuarentena forzosa incomunicado en un sótano, el 31 de diciembre la Federación Inglesa (FA) decidió sancionar al futbolista Edinson Cavani por agradecerle a un amigo, que lo felicitaba en Instagram, con la expresión “Gracias, negrito”. Lo que todo el mundo en Uruguay y en Argentina entendió —y cualquiera entendería sin necesidad de más contexto— como una expresión de cariño exenta de toda connotación racial.

Sin embargo, la FA sancionó a Cavani por “conducta racista”, y esto desató la indignación en cascada de los uruguayos.

No voy a abundar en lo que ya dijo la Academia Nacional de Letras (e incluso, la Academia Argentina, porque la expresión es rioplatense, no solo uruguaya) sobre el uso afectivo del término “negrito” en esta parte del mundo. Solo diré que así me han llamado —de chico y de grande— mi madre, mis abuelas, mis tías y algunos de mis amigos más cercanos. Una experiencia común a prácticamente todo uruguayo o argentino. Se trata, pues, de un término de cariño sin el menor matiz racial.

Por eso lo de la FA es discriminación. Y por eso indignó tanto. Porque cuando le dicen “racista” a Cavani, nos están diciendo “racistas” a todos. Hasta a mi mamá, pobre, que es una santa.

Es en rigor un ataque a una cultura, a una forma de ser nacional, a la que se pretende borrar, invisibilizar, menospreciar, descalificándola gratuitamente de racista.

Por un lado, es entendible -y se aplaude- que las sociedades anglosajonas estén desde hace un tiempo tratando de erradicar el flagelo del racismo en sus países, e intentando redimirse de un pasado vergonzoso e inhumano, que los llevó a practicar el comercio de esclavos durante más de 300 años y a levantar dos imperios sobre la mano de obra gratuita de esclavos negros, sometiendo y explotando a poblaciones enteras en los continentes africano y americano.

Sin embargo, parecen estar perpetuando los mismos patrones culturales: en aquella época, las potencias coloniales no solo demostraban una total ignorancia de las culturas locales, sino también un gran desprecio por estas. Ellos venían a “civilizar”, a “modernizar” al colonizado, con su cultura noreuropea que era, por ende, “superior”.

Calificar hoy de “conducta racista” al trato afectuoso que Cavani le profesa a un amigo suyo denota un grado de ignorancia importante. Pero también hay una negativa a aceptar la visión del otro, a aceptar otras maneras de vivir y expresarse, producto de otras experiencias sociales y culturales; hay, en suma, un desprecio por su cultura, por sus usos y costumbres.  Esto no tiene otro nombre que etnocentrismo. Se trata de una mentalidad colonialista, que supone que la visión y experiencia anglosajonas deben ser universales.

En muchas cosas, en los países periféricos (nótese la peculiaridad del término), nos hemos avenido a ello: le decimos “Medio Oriente” al sudoeste asiático (que es Medio Oriente solamente si se lo mira desde Londres); aceptamos el flujo de información norte-sur, reviviendo los viejos patrones coloniales; aceptamos el orientalismo de sus coberturas periodísticas. Algunos de nuestros medios hasta repiten la disparatada propaganda de sus guerras for ever en el sudoeste asiático, de lo que nadie en su sano juicio podría ofrecer una justificación aceptable. Y aceptamos la estereotipación de América Latina en sus medios internacionales como una región folclórica, o que solo merece cobertura cuando hay algún hecho de violencia. Acá, incluso, aceptamos que lo único que les haya merecido interés periodístico de un país como Uruguay (que desde principios del siglo XX ha tenido políticas sociales de avanzada y un desarrollo humano digno de nota) haya sido un presidente que vivía en una chacra y manejaba un Volkswagen escarabajo. Para eso sí vinieron las estrellas de la BBC, a sacarse la foto con quien ellos mismos motejaron como “el presidente más pobre del mundo”. Algo raro, exótico, pero que, como tal, y muy convenientemente, no es necesario tratar de entender.

Esto de Cavani, sin embargo, es diferente. Como va dicho, es un desprecio por la cultura del otro; y ciertamente se siente como un ataque a todos los que hemos usado, y usamos, la expresión.

Por eso no exageran los jugadores uruguayos y la selección nacional cuando describen el hecho, en el comunicado de la AFU, como “un verdadero acto discriminatorio, totalmente reprobable, en contra de la cultura uruguaya”.   Está muy bien que los ingleses hagan esfuerzos por erradicar de una vez por todas la ignominia del racismo de su sociedad. Pero pretender expiar su pasado oprobioso y su propio racismo denostando nuestras expresiones de cariño y tratándonos a nosotros de racistas es un expediente absolutamente inaceptable

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