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Isabel II: estabilidad, solidez y resistencia

Hay cosas que pasan y desaparecen. Hay personas que mueren y quedan. ¿Cómo sobrevivirá la monarquía británica sin Elizabeth?
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08 de septiembre de 2022 a las 18:36

“La monarca británica que reinó durante más años en la era moderna”, es el titular que recorrió el mundo luego de que la Casa Real anunció la muerte de Elizabeth Windsor, a los 96 años, rodeada de su familia y en el que tal vez era su lugar favorito en el mundo, el castillo de Balmoral, en Escocia. Pero su muerte no es solo el fin de la vida de un monarca, una institución que crecientemente ha perdido fuerza en todo el mundo, sino el cierre de una era en la que una mujer fue parte esencial del destino de una nación, desde imperio colonialista a heroína de guerra y a potencia bipolar que no termina de definir su esencia en relación con la del continente, del que la separa un angosta franja de mar. 

En esa montaña rusa de cambios a lo largo de más de siete décadas, Elizabeth fue la estabilidad, la solidez y la resistencia que, incluso en el error, siempre puso por delante a su pueblo, por encima incluso de su familia errática (como todas la familias) y de sus propios deseos. De alguna manera, y a pesar de protocolos trasnochados, fue también el cimiento moral que logró aglutinar a millones, con un liderazgo simbólico pero incluso más determinante que el de la mayoría de los 15 primeros ministros que guiaron los destinos de Gran Bretaña durante su reinado.

Elizabeth nunca tuvo poder político oficial y, sin embargo, su incidencia en innumerables hechos históricos es innegable, desde el fin del apartheid (que su país apoyó durante décadas) hasta un apretón de manos en 2012 con Martin McGuinness, quien había sido comandante del IRA, para sellar con un símbolo más valioso que mil acuerdos, la paz con Irlanda del Norte.

Elizabeth llegó a reunirse con el primer ministro número 15 de su reinado, en este caso la primera ministra Liz Truss, este mismo martes, y por primera vez lo hizo fuera del Palacio de Buckingham. Más de 70 años antes se había reunido con Winston Churchill, el legendario primer ministro británico que lideró a la nación en uno de sus tiempos de mayor sufrimiento, la Segunda Guerra Mundial. Ella tenía 25 años, había sido criada como princesa, alejada de la realidad de sus súbditos, destinada a formar parte de la troupe de integrantes de la familia real que no hacen mucho más que ir a eventos solidarios, sonreír y saludar con ese ensayado giro de la mano que solo un “sangre azul” sabe hacer. 

Pero el destino, y un tío que decidió abdicar para casarse con una mujer divorciada, cambiaron su suerte. Muchos creen que Elizabeth salió perdiendo. Debió aprender innumerables protocolos, debió callar muchas más veces de las que pudo decir lo que realmente pensaba, debió superar problemas familiares a la vista de medio mundo y con los paparazzi siguiéndole la pista a ella y a sus seres queridos. Pudo ser una chica rica, amante de los caballos y de los perritos corgis, pero fue una reina de siete décadas. 

Todo esto con una corona en su cabeza, innumerables joyas y riquezas, críticas soterradas y bravuconas a lo que muchos consideran que es una institución inútil y anacrónica, la monarquía. En el balance, creo yo, la reina perdió su vida y renunció a cualquier sueño de independencia. Esto no la hace una mártir pero ciertamente si un activo para su país.  

Elizabeth fue una fiel heredera de su familia y de sus tradiciones, y al mismo tiempo una inteligente estratega a la hora de conectar con sus súbditos desde la televisión (su coronación fue la primera televisada) hasta las redes sociales. En 2007 su tradicional mensaje de Navidad fue transmitido por YouTube y en 2009 la familia real abrió su cuenta de Twitter. Pequeños gestos de evolución en una institución  reacia al cambio y desconfiada de la mirada indiscreta de todo un planeta. 

En abril de 2020 dio un discurso televisado emparentado en tono y espíritu con el que dirigió a su pueblo en 1940, cuando la guerra destrozaba al país. Fue una de las cuatro transmisiones especiales de la reina en todo su reinado, además de las tradicionales de Navidad. Otra fue el discurso días después de la muerte de la princesa Diana, cuando la monarquía y la propia figura de la reina sufrió lo que seguramente fue su golpe más duro, porque no reaccionó a tiempo a la hora de manifestar su dolor público por la pérdida de la madre de los herederos al trono y de una figura excepcionalmente popular en su país y en todo el mundo. 

En 2020, en medio de la pandemia, el mensaje fue, de nuevo, de resistencia y esperanza. “Deberíamos consolarnos de que, si bien aún nos queda más por soportar, volverán días mejores. Volveremos a estar con nuestros amigos; volveremos a estar con nuestras familias; nos volveremos a encontrar”. Esa última línea es una referencia a una popular canción de Vera Lynn durante la guerra, We’ll meet again. 

Boris Johnson, primer ministro hasta hace pocos días, terminó cayendo en parte por los escándalos derivados de “reuniones” y fiestas en el 10 de Downing Street durante el lockdown estricto que su gobierno impuso. La reina, en tanto, salió fortalecida de la pandemia y festejó su Jubileo con bombos y platillos y muchos millones de libras del fisco británico. Hay cosas que pasan y desaparecen. Hay personas que mueren y quedan.

La Operación Puente de Londres, que comenzó a gestarse el día mismo que la reina fue coronada (para planificar hasta en el más mínimo detalle todo lo que se debería hacer luego de su muerte), ya gira sobre las ruedas de una institución tan arcaica y adaptable como la monarquía británica. ¿Cómo sobrevivirá sin Elizabeth?

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