El paso del tiempo vuelve a estar presente en cada cumpleaños

Opinión > COLUMNA/EDUARDO ESPINA

Juventud, divino tesoro, ya te…

El cumplir años nos recuerda que la gran batalla final de la vida es contra la edad
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12 de junio de 2022 a las 05:00

El martes pasado cumplí años. Sería una obscenidad decir cuántos, aunque adelanto no son pocos. Lo peor, además de los números acumulados con vileza de tiempo impune, es que en determinado momento de la vida uno hace hasta lo imposible para olvidarse de determinadas fechas, y la del cumpleaños es una de ellas. El horror comienza no solo por pensar en la cifra alcanzada sin casi haberlo notado, sino además por recordar todos los semejantes que han muerto a una edad mucho menor. Yo, por ejemplo, he duplicado la edad en la que murió Jesucristo y he superado con creces las de Delmira Agustini, Jimmi Hendrix, Jim Morrison y Curt Cobain, todos ellos muertos a los 27. Justamente, por esas cosas que tiene la vida, siempre tan llena de cosas, dos días antes del no festejo por las razones explicadas, el domingo pasado, me encontré con el poema de Rubén Darío que más de uno tuvo que memorizar para alguna clase de literatura del liceo (en los buenos tiempos de la educación uruguaya), con esos dos versos iniciales premonitorios de lo que tarde o temprano termina siendo la vida: “Juventud, divino tesoro,/ ¡ya te vas para no volver!”. 

No son esos sin embargo los dos versos de mayor impacto del poema, sino el último: “¡Mas es mía el Alba de oro!”, porque la afirmación es esperanzadora. Aunque el tiempo pase y la vida se abrevie, uno no quiere abandonarla, nadie quiere cantar derrota por anticipado, y menos en tiempos como los actuales, en que ciencia y tecnología nos advierten de los nuevos productos a disposición que ayudan a prolongar la vida y hacerla saludable hasta edad avanzada.

He dejado de contar, pero estoy seguro de que vine al mundo hace mucho. Las cifras se amontonan, el tiempo se acorta. ¡Se va todo tan rápido! A veces me sorprendo por haber podido llegar a 2022 y estar aquí para contarlo tras haber sobrevivido con ayuda de una vacuna y sus refuerzos una pandemia que mató a millones. A veces me olvido de mi edad y como si nada hago planes para la década de 2030. Uno no es otra cosa que la edad que tiene, aunque sea fácil olvidarlo. La senectud llega por comparación, y no es bueno andar despotricando contra lo inevitable. Al pan, pan, y al tiempo la responsabilidad de lo que al cuerpo le ocurre. Una foto de cuando tenía 5 años (ayer encontré una), con la cara luciendo como recién estrenada, sirve para medir la velocidad que une el ayer con el pasado mañana.

A este precisamente, al futuro, al “Alba de oro”, a la noción de temporalidad más abstracta de todas, al parecer hay quienes quieren que yo llegue; sano, salvo y muy saludable. Y con mucha energía. Realmente no sé cómo se han enterado de la edad que tengo (las combinaciones algorítmicas para detectar gustos y comportamientos son alucinantes), pero de manera regular me envían material informativo referido a los beneficios que para el cuerpo supuestamente tienen algunos productos hechos en los laboratorios con tecnología impensable décadas atrás. A las pruebas me remito. Antes de ayer, tras felicitarme por el nuevo cumpleaños, me ofrecieron un descuento del 50% para comprar vitaminas energizantes. La foto del envase es muy convincente.

Por lo general no abro los “spam” o correos chatarra. Este correo, sin embargo, me resultó interesante antes incluso de leerlo, pues decía: “Ideal para usted que ha cumplido 60 años”. ¿“Usted” soy yo? Me sorprendí porque no sabía que pudiera haber algo “ideal” asociado a esa edad tardía, aunque pensé también y enseguida que el anuncio se lo deben mandar a todo el mundo, y de ese mundo gran porcentaje de los destinatarios tiene la edad mencionada. Lo “ideal” de la oferta de las vitaminas energizantes está relacionado con el hecho de que al poco tiempo quien las usa empieza a sentirse igual que un león, quiero decir, como un león joven, el de la Metro, pues los leones viejos deben necesitar como nosotros vitaminas, aunque estas no sean de la misma marca promocionada por la oferta que voy a terminar aceptando.Las vitaminas que prometen energía y rejuvenecimiento indican una cosa, un poco más que evidente: quien está interesado en comprarlas tiene unos cuantos años encima y cree, por falta de otras alternativas, en los poderes rejuvenecedores de ciertos productos fabricados en laboratorios. Estas vitaminas eran uno de esos casos. 

Aún no he decidido si voy a comprar un paquete para probar y ver si en mi cuerpo algo cambia (sigo creyendo en milagros) para mejor, y hacia atrás, es decir, hacia esa zona del pasado cuando el futuro era un enorme camino por recorrer. Hay algo mental en todo esto, pero la mente no sabe olvidarse de sí misma. De pronto, más pronto de lo previsto, ya somos la próxima generación a punto de perder vigencia. Y lo único que podemos hacer es dejar el tiempo a los que vienen detrás, aunque no venga preparados como deberían.
Como Rubén Darío, nací en un siglo y voy a morir en otro. Cuando el siglo xx terminó, quienes nacimos en él sentimos algo raro: un envejecimiento impremeditado. Se hizo difícil empezar a decir, “nací el siglo pasado”. Con su avalancha de éxitos y fracasos –se descubrieron vacunas, curas para enfermedades diversas, pero millones murieron en guerras brutales–, el siglo pasado impuso la idea de que la modernidad es un estado mental de positiva juventud, sobre todo porque en los últimos 100 años el hombre prolongó su vida y aprendió a viajar con rapidez por el mundo: el siglo pasado trajo el automóvil y el avión. El hombre fue a la Luna y salió a conocer el cosmos. Y a la vida agregó otras esperanzas. 
La prolongó, la mejoró, y supo protegerla de las arrugas: la cirugía estética dio varios pasos adelante. Con la difusión mundial del rock & roll en la década de 1960, todos llegamos a creer que la música ayudaría a conseguir un estado de permanente adolescencia. Con sus estilos, actitudes y diversidad de ofertas existenciales, el rock rejuveneció al siglo, justo cuando este empezaba a acabarse. Todo llegó con la posdata.

Los tiempos han pasado, más nosotros que ellos, y los que eran una cosa ahora son otra, casi la opuesta. Su rostro es nuestro espejo. Aunque todavía cantan, gesticulan como si salieran recién del liceo, y atraen a muchachas de la mitad o tercera parte de su edad, ya no pueden librarse de lo que ya les cayó encima: el principio de la vejez. Podemos entonces decir: no es solo rock and roll, son también los años, uno tras otro. De ellos nadie sobrevive. Pronto los pioneros que todavía trotan los escenarios con energía provista por vitaminas poderosas compradas por internet, los últimos dinosaurios en abandonar el escenario antes de que se apaguen las luces, Paul McCartney y Mick Jagger, los más notorios (ambos ahora mismo en gira y a punto de ser octogenarios), serán los bisabuelos del rock. Así hayan podido sobrevivir escándalos, divorcios, fracasos profesionales y chismes negativos de la prensa, más tarde que temprano fueron alcanzados por el invisible enemigo que lleva los años en su bolsa. Bob Dylan dice en una canción que será para siempre joven, ‘forever young’ y posiblemente sea cierto. Pero solo en canciones y en poemas que la gente memoriza. 

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