Camilo dos Santos

La competencia política como proceso de aprendizaje

Aunque no lo reconozcan, los políticos se esfuerzan por aprender de sus rivales

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09 de octubre de 2020 a las 21:34

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Todos hemos aprendido a usar el concepto “sistema de partidos”. Pero no siempre asumimos su significado profundo. Lo que distingue a un sistema de otro tipo de conjuntos es que los elementos que lo componen interactúan entre sí. Nuestros partidos son un sistema porque las acciones de unos inciden sobre las de los otros. Compiten y cooperan. En estos renglones no quiero detenerme en las dinámicas de cooperación sino en las de competencia. Como mínimo, es posible distinguir tres niveles: entre bloques, entre partidos, y entre fracciones. En algunos casos, llega a haber competencia también dentro de las fracciones. Y para competir exitosamente entre sí, bloques, partidos y fracciones, suelen prestar atención a las decisiones y prácticas de sus rivales. Aunque no lo reconozcan, aunque incluso intenten ocultarlo para preservar sus respectivas identidades, los actores políticos se esfuerzan por aprender de sus rivales.

El Frente Amplio nació en 1971 construyendo una frontera: “nosotros con el pueblo, ellos con la oligarquía”; “nosotros defendiendo las mejores tradiciones nacionales; ellos entregando la patria al imperialismo”. Nadie se enoje: simplifico el discurso solamente para hacer más sencillo el razonamiento. Pero el Frente Amplio hizo mucho más que construir esa frontera. Al mismo tiempo, aprendió, y cada vez más, la magia centenaria de los partidos fundacionales. Para empezar, se las ingenió para usar a su favor las leyes electorales. Más tarde, aprendió a moderar su discurso, a crecer fuera de la región metropolitana, y a volverse catch-all. Cuando le tocó gobernar, aprendió a manejar recursos escasos y a navegar entre las más diversas presiones. Cuando le llegó el turno, y pese a haberse opuesto a muchas de ellas con uñas y dientes, entendió y aceptó decisiones y políticas públicas adoptadas por sus rivales.

Así como los partidos de izquierda entendieron que tenían que superar décadas de recelos mutuos si querían alcanzar la meta de desplazar a los partidos fundacionales, colorados y nacionalistas fueron aprendiendo a conciliar la propensión a la competencia con la necesidad de la cooperación. Cuando, en 2005, pasaron al llano, la disposición a cooperar entre sí de los antiguos rivales subió un escalón. Aprendieron de la izquierda: comprendieron que tenían que darse la mano si querían recuperar el gobierno. Así fue. Nacionalistas y colorados volvieron a gobernar, aliados a otros partidos porque, mirando al FA, comprendieron mucho más a fondo el valor de la cooperación. Desde luego, este aprendizaje es asimétrico, muy evidente en la escala nacional, mucho menos visible en la escala departamental.

 

***

La semana pasada escribí que el Partido Nacional es el gran ganador de todo el ciclo electoral 2019-2020. Lo es, quisiera agregar ahora, porque aprendió mucho durante los últimos veinte años. Y mucho de lo aprendido tiene que ver con lecciones inspiradas por el Frente Amplio. En 1999 los blancos tocaron fondo. A partir de ahí, el Partido Nacional fue mejorando poco a poco. Aprendió a manejar mejor su vínculo con el Partido Colorado: aprendió a seguir cooperando con su antiguo rival, pero sin perder la ocasión de subrayar diferencias. También aprendió a desenvolver mejor su competencia interna (abandonaron la tentación del fratricidio) por la nominación presidencial, y a articular cada vez mejor su oferta de listas al Senado (ampliando el “rastrillo”).

Hubo también, una evolución programática: comprendieron que, para derrotar al Frente Amplio, debían ser capaces de formular propuestas de políticas públicas alternativa a las de la izquierda, pero sin caer en planteos maximalistas. Es muy visible la continuidad entre el liberalismo económico de hace treinta años y el de ahora. Pero también son notorios los cambios: el de ahora es más moderado y pragmático. El Partido Nacional aprendió a combinar la necesaria modernización de las estructuras partidarias (nueva Carta Orgánica, elecciones juveniles, Centro de Estudios), con el culto sistemático a la tradición. Este último punto es clave. Ningún partido crece sin cultivar la emoción. Todos los años dirigentes y militantes peregrinan hasta los campos de Masoller para evocar la gesta revolucionaria de Aparicio Saravia, y rinden tributo a la memoria de Luis Alberto de Herrera y Wilson Ferreira. El culto a la divisa no se limitó a movilizaciones como las recién mencionadas. Tanto la publicación de la Revista Blanca como la edición de la excelente colección de libros Los Blancos, contribuyeron a rescatar el ideario del partido y el extenso legado de su acción política. Blancos y frenteamplistas son los partidos más fuertes de nuestro sistema porque manejan con maestría el difícil arte de preservar la tradición.

Estoy convencido que colorados y frenteamplistas tienen mucho para aprender de la evolución reciente de los blancos. El Partido Colorado tocó fondo, pero tiene raíces profundas. No está condenado a la extinción, o a la irrelevancia. Eso sí: tiene mucho trabajo por delante. En particular, tiene que ser capaz de defender mucho mejor su tradición, su aporte a la transición política y a la modernización del país. El Frente Amplio también tiene que aprender de los blancos. Los frenteamplistas tienen buenas razones para sentirse orgullosos de su propia tradición y del esfuerzo realizado durante la Era Progresista. Pero la autocrítica que ha empezado a tramitarse no puede ser superficial. La historia enseña que si quieren tener ramas nuevas, tiene que atreverse a podar.

 

Adolfo Garcé es doctor
en Ciencia Política, docente e investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad
de la República

adolfogarce@gmail.com

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