Diego Domínguez

La doble mordaza que impide hablar al director del IAVA

En Uruguay pueden hablar con la prensa los delincuentes, los imputados y los condenados. Pero un profesor sumariado no puede

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22 de abril de 2023 a las 05:04

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Ya no queda nadie por opinar sobre el conflicto del IAVA. Han opinado diputados, senadores, autoridades educativas, funcionarios, estudiantes agremiados, sindicalistas, dirigentes políticos, decenas de periodistas y hasta el presidente de la República.

Hay solo una voz que permanece sin ser escuchada, y es la más importante: la del director interino sumariado, el profesor Leonardo Ruidíaz. ¿Por qué actuó como actuó? ¿Por qué no acató las órdenes de la dirección de Secundaria? ¿Qué se proponía? ¿Cuál era su plan de acción?

No lo sabemos.

¿Por qué no habla Ruidíaz?

No es porque no quiera. “Me encantaría hablar. Hoy lamentablemente no puedo”, dijo al ser consultado.

Ruidíaz padece una doble mordaza. No puede hablar, en primer lugar, por su condición de sumariado.

En Uruguay pueden hablar con la prensa los delincuentes, los imputados y los condenados. Pero un profesor sumariado no puede.

La segunda mordaza que constriñe a Ruidíaz es la misma que silencia a todos los demás directores y docentes.

Todos tienen prohibido hablar con la prensa. Para poder cometer semejante osadía deben pedir un permiso formal de las autoridades, que rara vez es otorgado.

Es una prohibición que a veces se aplica más, a veces menos, pero que siempre está latente, nadie la ha derogado y, en una democracia, es ominosa.

Hace unos meses escribí sobre el liceo 67 de Piedras Blancas, el que entonces tenía los peores resultados académicos en todo Montevideo.

Muchos profesores no pudieron contar su experiencia, sus vivencias, sus ideas para mejorar el desempeño propio y de los estudiantes. Tengo prohibido hablar, repetían. La directora interina pidió permiso a la inspección; se lo negaron expresamente a ella y a todo el cuerpo docente. Otros que a pesar de todo estaban dispuestos a arriesgarse no lo hicieron porque el sindicato los mandó callar: el núcleo de Fenapes en el liceo 67 decidió hacer una declaración conjunta e impedir que sus afiliados hablaran de su experiencia personal y propia. Hubo algunos valientes que pese a todo hablaron, desafiando las prohibiciones y restricciones de uno y otro lado. Contaron cosas muy interesantes y dieron muchas claves y pistas para mejorar la situación del liceo.

¿Alguien se los agradeció? Obviamente no.

Los que desafían estas mordazas históricas –porque existen desde hace décadas en Secundaria- son luego objeto de admoniciones y amenazas por parte de las autoridades. La próxima vez serán castigados sin piedad. Se impone el miedo y el terror.

Y las penas no son pavada. A Ruidíaz no lo sancionaron –dicen las autoridades- y de saque le quitaron medio sueldo. ¡Imaginate si llegan a sancionarlo!

¿Qué tipo de sistema es éste que rige nuestra educación secundaria?

Sin dudas uno muy cerrado, centralista, basado en la desconfianza, en la lucha de bandos y en un silencio impuesto en base a reprimendas e intimidaciones.

Como soy periodista, creo que cuando la información circula y se publica, la gente se entera y eso ayuda a que se conozcan los problemas, que se tome conciencia de ellos y, a veces, se solucionen.

Es cierto que no siempre funciona así. Pero lo que es seguro es que los problemas que no se ventilan y no se asumen, no se solucionan nunca.

Si hubiéramos sabido que el ascensor del IAVA llevaba meses sin funcionar, si se hubiera informado, quizás una empresa lo hubiera arreglado por colaborar con la educación pública, quizás alguien hubiera podido ayudar, quizás el ministro o el presidente hubieran decidido tomar ellos mismos el tema en sus manos.

En el liceo 67 necesitaban que una línea de ómnibus cambiara de recorrido para que los estudiantes y profesores no tuvieran que caminar diez cuadras por una tierra de nadie minada de bocas de pasta base donde eran asaltados en forma recurrente.

Muchos buenos profesores no querían dar clases allí justamente por ese problema. Pero que les pusieran una parada de ómnibus en la cuadra del liceo tardó cuatro años.

Así son los mundos de bocas amordazadas y ventanas cerradas. Los problemas no se exponen: se arrastran durante años, crecen en silencio y se extienden como hiedras venenosas. Nos enteramos del lío del ascensor del IAVA cuando estalló como una bomba incontrolable.

El clima de guerra que vive la educación, con dos bandos enfrentados a muerte, dificulta mucho las cosas. Demasiado. Pero el silencio impuesto nunca soluciona nada. Se habla tanto de aumentar la autonomía de los directores. Lo primero sería que los dejen hablar.

Hoy todo el país opina de un problema sin haber escuchado a la fuente más importante.

La educación necesita otro clima, otro espíritu, otra lógica.

Abran las ventanas. Sería un primer paso.

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