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La ebullición política mundial y su impacto económico global

Ha interrumpido el positivo ciclo de crecimiento 2014-2019
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29 de diciembre de 2019 a las 05:00

La economía mundial presentó un ciclo muy favorable de crecimiento durante el quinquenio 2014/2018, durante el cual su PBI se expandió a un promedio anual del 3,6%. Sin embargo, este ciclo “dorado” de actividad global comenzó a deteriorarse hacia fines del 2018. ¿A qué se debió el inicio de este cambio de tendencia?  La respuesta no debe buscarse en los “fundamentals”  (que a esa fecha se mantenían muy sólidos) sino, más bien, en los conflictos geopolíticos que a lo largo de los últimos años se habían ido agravando y que, en consecuencia,  a esa fecha comenzaron a generar cada vez mayores niveles de incertidumbre. Dicho de otro modo, llegó un momento en que la geopolítica negativa empezó a deteriorar en forma creciente los escenarios macroeconómicos.   Entre los conflictos que se dieron en esta primera etapa – y que aún permanecen vigentes – pueden mencionarse: la eventual salida del Reino Unido de la Comunidad Europea (Brexit); la guerra comercial China/ EE UU;  crecientes problemas de migración; surgimiento de partidos populista en Europa; guerra civil en Siria, Yemen, Sudán y disputa Irán vs EE UU.

Sin embargo, no todo terminó aquí. En efecto, a los conflictos mencionados en el párrafo anterior, se  han agregado crecientes y numerosos  procesos de protesta social y política que se han ido extendiendo por los cinco continentes, dañando aún más al escenario macroeconómico global. El inicio de esta “ebullición política” puede ubicarse en la llamada rebelión de los “chalecos amarillos” que comenzó en París en octubre del año pasado. Se trató de una protesta que se inició  por una suba del combustible decretada por el gobierno liberal de Macron; la cual al inicio  fue menor pero que, a medida que se sucedían las semanas- se fue exacerbando azuzada por las redes sociales. Finalmente, el proceso se transformó en  una dinámica semanal de manifestaciones masivas (violentas y fuertemente reprimidas) que reclamaban mejoras políticas, sociales y económicas; las cuales, en parte, fueron atendidas por el gobierno francés.

A partir de los “chalecos amarillos” estas protestas de una “mayoría silenciosa”, que no se siente representada por la clase política, se fueron repitiendo a lo largo de 2019 en más de 20 países, entre ellos: Argelia, España (Cataluña), Ecuador, Egipto, Haití, Honduras, Hong Kong, Irán, Irak, Kazajistán, Malta, Líbano, Pakistán, Siria, Egipto y, más recientemente, en América Latina: Bolivia, Chile, Ecuador y Perú. ¿Cuál ha sido el denominador común de estas revueltas sociales? Siempre se han iniciado  con una manifestación menor y pacífica  como respuesta de las clases medias y bajas a la implementación del gobierno de turno de medidas “antipopulares” de subas de precios de bienes y servicios básicos, hasta ese momento fuertemente subsidiados; tales como, entre otros:  alimentos, combustible, transporte y servicios de internet. La excepción ha sido Bolivia, en donde las protestas se concentraron en el fraude eleccionario llevado a cabo por el gobierno de Evo Morales.

A esta etapa inicial, menor y pacífica, sistemáticamente le han sucedido  protestas adicionales  acompañadas de un fuerte “in crescendo” en la magnitud y violencia de las mismas; seguramente exacerbadas por profesionales de los disturbios. Aquí los denominadores comunes han sido: rechazo a la clase gobernante por no mejorar la calidad de vida de las clases socialmente sumergidas; altos niveles de corrupción; inequidad en la distribución del ingreso; falta de igualdad de oportunidades y elevados niveles de desocupación, pobreza e indigencia. A estas cuestiones comunes se le agregaron en cada país características propias; tales como, entre otras: mejoras en salud pública, transporte, educación y sistema previsional; mayor libertad de expresión y liberación de presos políticos.

Este combo de conflictos pre y post “chalecos” ha dado lugar a una elevada y creciente “ebullición política” que –como ya se ha dicho– ha ido elevando sin pausa los niveles de incertidumbre y el descontento social. En consecuencia, y tal como lo indican la teoría y la experiencia, la consecuencia ha sido muy clara: caída del consumo y la inversión. En efecto, la desaceleración global es un hecho: el FMI ha rebajado su perspectiva de crecimiento mundial para 2019 del 3,8% inicial a un máximo de 3,0%; repitiendo esta tendencia para la totalidad de las regiones.

En síntesis, en nuestra opinión –y a pesar de la todavía fortaleza de los “fundamentals”– la ebullición política ha interrumpido el positivo ciclo de crecimiento 2014-2019, dando lugar a un claro proceso de desaceleración. La reacción de las principales economías no se hizo esperar: rápidamente comenzaron a implementar políticas monetarias de estímulo, tales como baja de intereses e inyección monetaria. ¿Será esto suficiente? Todo dependerá de la marcha de la ebullición política  y de la eventual implementación de las necesarias políticas fiscales de estímulo, complementarias a las monetarias. En la medida que los gobiernos  con superávit comiencen a implementar dichas políticas y que la ebullición tienda a bajar su temperatura, es altamente probable que se pueda retomar un ciclo de crecimiento sustentable. Caso contrario, no habría que descartar una posible recesión; con todas las consecuencias negativas que ello implicaría. 

Luis Palma Cané es licenciado en Economia por la Universidad Católica Argentina.

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