Diego Battiste

La fiebre electoral les sube la temperatura a los blancos

La típica “danza de candidatos” llegó con antelación al Partido Nacional

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27 de agosto de 2021 a las 14:20

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Ni siquiera los desvelos de la pandemia lograron sacar de la cabeza de los políticos uruguayos esa temprana obsesión por las urnas que les nace cada lustro. Por eso, a poco más de un año y cinco meses de la asunción de la coalición multicolor con los blancos a la cabeza, en el Partido Nacional ya se conjugan las más diversas hipótesis acerca de cómo se debe comparecer en los aparentemente lejanos comicios de 2024. 

Los menos arriesgados postulan la casi segura candidatura presidencial de Álvaro Delgado, secretario de la Presidencia, mano derecha de Lacalle Pou y cara visible del oficialismo cuando se necesitó de alguien que informara con criterio sobre el avance del coronavirus.

Para una parte de la dirigencia nacionalista, la interna del lacallismo ya está laudada. No hay, dicen, quien le haga fuerza a Delgado aunque algunos le juegan pocos boletos a Martín Lema quien ha dicho que esperará su turno hasta el 2029. El problema para Lema es que ese año puede ser el del intento de reelección de Lacalle Pou -si deja buen recuerdo-por lo que la espera sería larguísima.

En el ala wilsonista la orfandad tras la muerte de Jorge Larrañaga es grande. De hecho, el fallecimiento del líder de Alianza Nacional fue una de las razones que apuraron estos apetitos electorales en la interna blanca. Es natural que los liderados sin líder –y aquellos que en vida querían disputarle al líder el liderazgo- se aboquen rápidamente a buscar ocupar ese espacio vacío.

Por eso, una porción de los dirigentes de esa tendencia no descartan que la solución pueda llegar con una candidatura única nacionalista –la de Delgado- con dos o tres listas al Senado. Se ahorran discusiones y plata, dicen. Pero la cosa no es tan sencilla. En el Partido Nacional está presente ese precepto que postula que se deben tener dos alas bien abiertas con candidatos presidenciales que dividan hacia adentro pero sumen desde afuera. 

 Y ahí aparecen, entre otros, los nombres de la vicepresidenta Beatriz Argimón y del senador de Por la Patria Jorge Gandini, ambos de matriz wilsonista pero con perfiles muy diferentes. Uno con el aval de haber votado muy bien en la elección para los integrantes del directorio blanco y con un carácter confrontativo, tal vez no muy adecuado para zurcir fino en la interna del partido. La otra sin que se sepa cuál es su caudal electoral, pero con el perfil dialoguista que quizás sea necesario para juntar las partes desperdigadas del wilsonismo.

Hay mucho dirigente a la intemperie. Allí están los integrantes de lo que fue el denominado “grupo de los intendentes” que nucleó, entre otros, a Enrique Antía (Maldonado) y a Sergio Botana (Cerro Largo). La experiencia electoral en las pasadas internas fue muy magra lo que obligó al sector a realizar un pacto con el Herrerismo para lograr una banca en el Senado para Botana.

Hablando del Herrerismo, en el tradicional sector blanco -que a través de alianzas dio dos presidentes con la sangre de Luis Alberto de Herrera a la historia del Uruguay-, sus dos principales representantes Luis Alberto Heber y Gustavo Penadés cumplen roles importantes en el gobierno –uno como ministro del Interior y el otro como uno de los principales operadores políticos en el Senado- pero en principio ninguno de ellos pretende tener los condimentos necesario para personificar una candidatura presidencial.

¿Y Juan Sartori? Siendo la novedad de la pasada campaña e invirtiendo mucho dinero en la partida logró llegar segundo en la interna nacionalista. En el partido, cuando se pregunta por él, ya se lo ve como agua pasada.

Fuentes nacionalistas me comentaron que al presidente Lacalle Pou no le son ajenos estos movimientos y conversaciones tendientes a presentar el menú electoral más decente. Ya sea porque quiere lograr la reelección de un presidente nacionalista –algo que a su padre Lacalle Herrera le resultó esquivo- o porque pretende dejar al partido en el poder para no tener que tomarse el trabajo de levantarlo del llano si se presenta a la reelección en 2029.

Eso sí: no hay candidato que aguante si al final de la gestión de Lacalle la gente no lo premia con, al menos, un “aceptable”. Todos atados a la suerte del presidente pero, también, todos mirando hacia un futuro que, como siempre, es imprevisible.

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