Gabriel Pereyra

Gabriel Pereyra

Zikitipiú

La gracia es hacer una caravana para un político bandido

Si tenemos una Justicia confiable no hay de qué temer ni hay que cuestionar al presidente o a quien sea por ir a visitar a alguien a la cárcel
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01 de abril de 2014 a las 00:00

Da la sensación que entre algunos hombres públicos, luego de una sucesión de procesamientos de gobernantes, se ha generado una mezcla de reacciones que forman una ensalada donde hay intencionalidades políticas, solidaridades honestas, solidaridades interesadas, triples discursos y ello ha generado en la opinión pública una serie de reacciones igual de variopinta.

Si uno es un dirigente político, lo más probable es que entre su lista de amigos figuren otros políticos. ¿Qué pasa si a ese amigo político lo meten preso? ¿Uno evita ir a visitarlo a la cárcel porque eso puede ser considerado como una presión?

Eso de la presión no es un problema del que eventualmente presiona, sea este el presidente o el último diputado, sino de los jueces que se dejan o no presionar. Lo mismo pasa con los periodistas: no hay lugar a la queja, si te dejás presionar la responsabilidad es tuya no del que te presionó. Si tenemos una Justicia confiable y firme no hay de qué temer ni hay que cuestionar al presidente o a quien sea por ir a visitar a alguien a la cárcel.

Claro, en una visita al menos no está clara la intención de presionar como si podría estarlo cuando se hacen manifestaciones públicas acerca del fallo judicial. Una cosa es que el presidente visite a un intendente amigo y otra es que, además, cuestione el fallo judicial. Sigue siendo un problema de la Justicia resistir ese embate, pero la actitud del mandatario ya no es tan justificable como lo sería la sola acción de visitar a un amigo que está en la mala.

Algo similar ocurre con las manifestaciones de solidaridad que han surgido a favor de los políticos procesados. Una cosa es que esa solidaridad se exprese personalmente por parte de sus amigos y correligionarios y otra es que la haga el partido, públicamente, con todo el circo que tiende una carpa de dudas acerca de qué busca realmente esa manifestación.

Pero además de todo, hay que detenerse a observar que esa solidaridad se expresa luego de señalar la convicción de parte del partido afectado acerca de que el procesado es inocente.

Acá vuelve a aparecer una vez más un cuestionamiento institucional de los partidos a la Justicia y una vez más es la Justicia la que deberá soportar a pie firme la crítica, pero surge además no un doble sino un triple discurso que hace de esa solidaridad algo no solo de plástico sino que la torna un tanto vergonzante para el sistema político.

Uno no sabe si esa convicción de inocencia surgida a veces de gente que conoce poco de derecho y que está vinculada políticamente con el acusado, es algo surgido realmente del convencimiento o es una justificación para poder expresar, luego y sin costos políticos, la solidaridad. Como Mujica, que dijo que iba a visitar al intendente Zimmer porque en su accionar no hubo dolo. ¿Y si lo hubiera habido? ¿Dejaba tirado a su amigo y no iba a visitarlo?

Los partidos han instaurado un concepto de la solidaridad que es: nos solidarizamos pero si es inocente. No, perdón, ni siquiera si es inocente: nosotros decimos que es inocente entonces, luego, nos solidarizamos.

Los inocentes no necesitan solidaridades. Y si la necesitan, más la necesitan aún los culpables, que están en la mala de verdad. “Este sector político se solidariza con el compañero fulano que se apartó del camino y robó, y por eso él y su familia están pasando un mal momento”. ¿Quién lo hace?

Hay veces que ejercer la solidaridad necesita coraje. Ante la andanada de juicios que le son adversos, algunos políticos ponen en tela de juicio la eficiencia del Poder Judicial y meten en la misma bolsa a quienes necesitan apoyo y a quienes no, a los que fueron honestos y a quienes se apartaron del camino, y confunden la solidaridad con la complicidad solo porque no tienen el coraje de admitir que a todos se les cuelan bandidos y que no hay marchitas ni caravanas que tapen semejante característica de la condición humana.

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