Gabriel Pereyra

Gabriel Pereyra

Zikitipiú

La izquierda y la corrupción

En algún momento el Frente Amplio le ganó a los partidos tradicionales la batalla por la supremacía ética
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14 de octubre de 2013 a las 00:00

En el hospital Maciel una empresa de limpieza estaba sobrefacturando y las autoridades sanitarias le seguían pagando y pagando con dinero de todos los contribuyentes, hasta que la joda saltó y hubo un par de procesamientos. ¿El tema se terminó? No. Vino en el mismísimo lugar otra empresa de limpieza que hizo exactamente lo mismo. ¿Son todos tarados? ¿O es que son todos tan corruptos en la cadena de mando del Ministerio de Salud Pública que es posible que esto pase?

En principio a nadie se le pasó por la cabeza pensar que la ministra, el subsecretario, la directora de ASSE pudieran ser tildados de corruptos por algo que pasó bajo su égida no una sino varias veces (y vaya uno a saber qué otras cosas estarán pasando).

Es difícil siempre hacer el ejercicio contra factual de pensar “que hubiera pasado si…”, pero el país tiene una historia prolífica de casos de corrupción como para comparar. Me animo a decir que si el gobierno hubiera sido blanco o colorado la acusación de que eran todos corruptos hubiera sonado con más ligereza y hubiese hecho carne en buena parte de la ciudadanía con más facilidad.

¿Esta suposición sobre el uso de una distinta vara se agota en el caso del Maciel? Siempre que se presentó un caso confuso, dudoso, oscuro sobre asuntos de interés público, como está pasando ahora con la instalación de la regasificadora que se ubicará frente a las costas de Montevideo, la izquierda nunca quiso votar una comisión investigadora en el Parlamento. Estrategia legislativa y uso de la mayoría, dicen. Si el gobierno era de otro signo, seguro se trataba de tapadera de corrupción.

A propósito, sobre la regasificadora El Observador publicó un documento de una consultora que recomendaba instalarla mar adentro por cuestiones económicas, paisajísticas y de seguridad, pero en momentos que desde el gobierno decían que ese informe no existe (y que el que sí existe no pueden mostrarlo), el director de la DINAMA sale a decir que recibe presiones para que firme el aval para la obra. Sin palabras.

Por años, la izquierda pateó una y otra vez contra los partidos tradicionales porque eran socios malditos de los canales de televisión, representantes del poder obtenido por la vía de la dedocracia y al servicio de determinados intereses. Cuando llegó al gobierno, la izquierda no hizo otra cosa que jugar todo lo que pudo a favor de esos canales. Aún cuando no tuvo más remedio que hacer un llamado para conceder canales de TV digital, en ese llamado les dio beneficios a los privados que no le concedió al resto. Reconocimiento de una realidad instalada, dicen; si hubiera sido otro partido: pago de prebendas en busca de beneficios a futuro.

Todo lo que ahora hacen y que antes cuestionaban, tiene un fundamento que luce lógico. Por eso respeto tanto la crudeza con que plantean las cosas las autoridades del Ministerio del Interior cuando reconocen los errores del pasado y se exponen a que les griten “blanditos” de un lado y “fachos” del otro. Pero salvo allí, buena parte del resto, de los que cuestionaban las privatizaciones, los que aborrecían del capital extranjero, los que coqueteaban con los gremios, ahora viven en un acto de travestismo perpetuo.

Pero la izquierda está vacunada porque en algún momento del camino le ganó a los partidos tradicionales la batalla cultural por la supremacía ética. Viendo las cosas que pasan y siguen pasando (algunas no necesariamente ilegales ni irregulares sino cosas propias de la política pero que la izquierda había condenado por años y que ahora las practica porque no tiene otro camino), el Frente aún tiene crédito. Pero no hay tiento que no se corte ni crédito que no se acabe. Llegará un día en que por la propia fuerza de los hechos nos daremos cuenta de que la condición humana no tiene color político, que no hay partido que tenga la hegemonía de la honestidad y que en política hay que hacer lo que hay que hacer, y que el político que evita hacer lo que debe en procura de preservar su imagen es un pusilánime, un demagogo y un peligro.

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