Leonardo Pereyra

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La verdad detrás del cuento del celular y la burundanga

¿Quiénes son los más perjudicados por estas leyendas urbanas?
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21 de junio de 2016 a las 05:00

La historia es inverosímil pero muy conocida ya que la semana pasada varios medios de comunicación, en una inefable pero no inesperada decisión, fueron minuciosos en divulgarla.

El cuento trata de una muchacha que viaja tranquilamente en un ómnibus de Cutcsa rumbo al centro de Montevideo cuando, de pronto, una señora, acompañada por un secuaz, le pide que la ayude con su celular. La muchacha se asusta porque ya ha leído en las redes sociales que hay malvados dispuestos a drogar gente a plena luz del día –y en el pasillo de un transporte público- con intenciones de prostituirla o de robarle los órganos para su compra-venta.

La joven también está enterada –porque se lo han contado por whatsApp- que alcanza un leve contacto entre su piel y el celular para que una droga, llamada burundanga, la desmaye. Por eso, le dice que no al pedido de la señora pero igual se empieza a marear porque el terror que le han infundido la ayuda a pensar que la sustancia, como si se tratara de un capítulo del agente F-86, puede llegar a drogarla a la distancia.

La muchacha logra escapar de su terrible destino en un prostíbulo clandestino o en una clínica de bisturíes herrumbrados, hace la denuncia en una seccional de Policía y, luego, un desorientado empleado de Cutcsa divulga todo en el Facebook de la empresa de transporte. El comunicado advierte a los usuarios que el episodio está grabado por cámaras de seguridad y que la organización mafiosa se está moviendo en otros ómnibus de Montevideo.

Se trataba de un improbable caso de intoxicación por burundanga pero lo mismo daba si el hecho denunciado suponía la aparición de una nave extraterrestre o de un fantasma arrastrando cadenas. Por qué, contra todo sentido común, varios medios de comunicación contaron la historia, es un misterio más grande que el Yeti, más inefable que el chupacabras. O la explicación es tan sencilla que ni vale la pena.

Pero detrás del hecho imaginado, y de sus consecuencias como esparcidor de un terror inexistente, se esconde una bestia verdadera que parece haber pasado desapercibida.

Nótese las características de los falsos secuestradores y la de los ficticios delincuentes que luego aparecieron en otras tantas leyendas urbanas vinculadas con la famosa burundanga.

Los protagonistas del caso denunciado son pobres, desprolijos, sucios y uno de ellos es, además, negro. Pocas horas después de que la historia corriera por medios y redes sociales provocando sustos y risas, un periodista radial aprovechaba la oportunidad que le daba una revista farandulera local para declarar que a él también le había pasado lo mismo y puso el énfasis en la pobreza de las ropas de los aspirantes a secuestradores. Y en la piel morena de uno de ellos.

La psicosis del celular envenenado continuó dispersándose por whatsApp y, según informó el diario El País, desde las entrañas del colegio Sagrado Corazón, fue lanzado el siguiente alerta: "No sé si están enterados de lo que pasó en la parada de ómnibus frente al colegio. A dos nenas de segundo de liceo, en distintos momentos del día, se les acercó una mujer mayor, canosa, alta, le faltaban algunos dientes y bastante desprolija; en los dos casos les pidió si le ayudaban a conectar el cable del celular a una cámara para pasar fotos porque ella no sabía cómo hacerlo. Insistió mucho pero ninguna nena lo hizo. Luego se fue caminando unos metros y se subió a la camioneta que la esperaba. La mamá de una de estas nenas ya hizo la denuncia y la Policía dijo estar al tanto, pero aún no los han encontrado. En el colegio también saben lo sucedido. Avisen si tienen chicos que se manejan solos".

Puestos a difundir un cuento, nada mejor que pintar las características de una bruja tradicional. Es decir, "una mujer mayor, canosa, alta, le faltaban algunos dientes y bastante desprolija".

Hace ya muchos años una leyenda urbana nos advertía de un falso linyera que pedía plata en las puertas de las iglesias pero que, en realidad, era dueño de una inmensa fortuna.

El mensaje era claro: no le des una mano a ese ni a ningún indigente porque, quién sabe, capaz que terminás ayudando a un canalla.

Como aquellos viejos difusores del miedo, estos que nos anotician de la existencia de la temible banda del celular y la burundanga, cargan su mensaje con el mismo veneno: no ayudes a nadie en la calle -y mucho menos si es medio morocho, desprolijo y le faltan los dientes-, porque capaz que te droga.

La discriminación es la misma pero ya no necesita del boca a boca para propagarse porque cuenta con la inestimable ayuda de miles de pantallas y pantallitas

Los cuentos que la disfrazan siguen siendo increíbles y están, cada vez más, pésimamente narrados.

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