Este lunes 3 de mayo se conmemora el Día de la Libertad de Prensa, en momentos en que el periodismo –no solo en Uruguay, sino en todo el mundo– se encuentra en una dualidad: por un lado está en su mejor momento en cuanto a la cantidad de audiencia interesada y con capacidad de acceder a sus contenidos, pero, por otro lado, los medios sufren una debilidad económica que limita la capacidad operativa y de investigación.
En Uruguay, a la vez, donde todo se politiza cada vez más, por estas horas empezó a generarse a través de rumores una sensación de que el gobierno está avasallando la libertad de los periodistas. Este lunes, el Centro de Archivos y Acceso a la Información Pública (Cainfo) aseguró en un informe que existe “un escenario de reiteradas presiones de jerarcas del Poder Ejecutivo hacia periodistas y medios de comunicación”.
Cainfo –una organización de la sociedad civil que fue fundada por quien luego fue el relator de libertad de expresión de la OEA y hoy director político en la Intendencia de Canelones, Edison Lanza– destaca en su informe, entre otras cosas, que la desvinculación del coordinador del informativo Subrayado, de canal 10, Eduardo Preve, “se enmarca” en esa “presión ejercida por los gobernantes”.
Más tarde, la Asociación de Periodistas del Uruguay (APU) emitió un comunicado en el que cuestiona el despido de Preve y sugiere que el gobierno estuvo detrás de eso. APU suma como un elemento que autoridades del gobierno han expresado su malestar por determinadas coberturas periodísticas.
De confirmarse la versión que divulgaron APU y Cainfo se trataría de un episodio grave y muy por fuera de la norma de las presiones habituales que reciben los periodistas.
Leonardo Carreño
Apuntan contra el gobierno por supuestas presiones a los medios y los periodistas
Pero las “presiones”, esas que a veces se enfatizan más que otras, son algo habitual en el trabajo periodístico. Es más, son algo inherente a él. Y no solo de los gobiernos y los políticos, también por parte de las empresas y hasta de los lectores, que cada vez tienen un protagonismo mayor.
Por la tarea que debe hacer el periodismo, es lógico que entre en tensión con todos esos actores y que, por tanto, en la defensa de sus intereses, cada uno de ellos intente defender los suyos.
El problema no está solo en las presiones, sino sobre todo en lo que los medios hacen con ellas. Por eso siempre depende de qué tipo de presiones hablemos. Y en ese sentido hay muy diversas valoraciones sobre qué es una presión para un periodista.
Un trabajo excelente al respecto hicieron Fernanda Arcardini y Paola Badiola en su memoria de grado de la Licenciatura en Comunicación, denominada Las voces del presidente (Universidad Católica, julio de 2003). Allí repasaron la comunicación presidencial de los gobiernos de Julio María Sanguinetti, Luis Alberto Lacalle Herrera y Jorge Batlle y destacaron varios episodios de conflictos entre los gobiernos colorados (en el caso de Lacalle no hubo ningún caso denunciado) y los periodistas.
Además, el trabajo reflexionó sobre qué es una presión. “En esta relación conflictiva, donde cada una de las partes defiende intereses que a menudo son opuestos, la existencia de presiones es un asunto cotidiano. Ahora bien, precisar el carácter de esas ‘presiones’ es difícil, ya que mientras para algunos periodistas prácticamente cualquier llamada del entorno presidencial puede calificarse como tal, para otros los intentos más o menos fuertes por hacer oír la información que le interesa al gobierno es parte de la función de una oficina de prensa y la responsabilidad por la decisión debe trasladarse a las direcciones de los medios”, dicen Arcardini y Badiola.
En particular me afilio a esa segunda teoría. Todos los gobiernos (sumo también a los frenteamplistas, que obviamente no fueron incluidos en ese trabajo del 2003) han tenido a funcionarios que llaman a los medios para pasar sus mensajes, sus molestias o sus reclamos. Es lógico y natural. La responsabilidad de que esas llamadas no afecten el trabajo independiente es del medio.
Yo, en particular, prefiero siempre al político que llama directamente al periodista y le transmite sus quejas, por sobre el que llama al director o al departamento comercial del medio. También prefiero que seamos los periodistas los que podamos argumentar directamente con el involucrado (sea el presidente o un ciudadano común) el porqué de un enfoque, una cobertura o una nota. Si lo hacemos con cualquier otra fuente, ¿por qué no con los gobernantes?
Prefiero eso antes que ver cómo el jerarca de turno se enoja y deja de hablarle a determinado periodista. O lo que es peor, hace una lista de medios “opositores”. Prefiero también la llamada directa a la discriminación en la pauta publicitaria oficial.
La línea de la llamada es fina y siempre depende de cómo la procesa el medio, y de si respalda o no a los periodistas, pero la frontalidad, como siempre, debería pagar mucho más que el ir por atrás.
Cómo defender verdaderamente la libertad de prensa
En 2021 más que nunca, el mayor aliado que pueden tener los periodistas para defender la libertad de prensa son los lectores. Nunca antes en la historia los medios dependieron tanto de sus usuarios.
Los nuevos modelos de negocios, basados en la suscripción digital, son una oportunidad única para que los medios ganen en independencia. Pero todo depende de cómo construyen esos medios a sus audiencias.
Si, por ejemplo, todos los suscriptores de un determinado medio piensan igual, tienen los mismos sesgos y los mismos intereses políticos, la supervivencia del medio y su independencia estarán en juego cuando publique cosas que le molesten a esa audiencia.
Durante casi un siglo y medio la prensa uruguaya no conoció otra cosa que diarios de los partidos. De ello quedan huellas hasta hoy en la sociedad uruguaya y los periodistas independientes tenemos que luchar a diario para salir de ese corsé en el que a muchos les encanta ponernos. Tenés que estar de un lado o del otro.
“Buena parte del modo de ejercer el periodismo político en Uruguay está marcado por esa vieja tradición de prensa de partido. Se trata de una tradición fuertemente arraigada en la vida política y periodística del país”, escribió el periodista y docente Tomás Linn en su libro De buena fuente.
La costumbre del periodismo partidario quedó arraigada no solo en los políticos, sino en buena parte de la sociedad. “Acostumbró” a algunos lectores, a quienes les cuesta desprenderse de una visión partidaria de los medios de comunicación. Por suerte no a la mayoría, pero sí a algunos, que no pueden comprender la existencia de diarios con manejo de información independiente y consideran que siempre existe intencionalidad política partidaria detrás de los periódicos.
Pero el camino de la profesionalización de los medios ya tiene su historia. Somos varias las generaciones que solo trabajamos con estas nuevas reglas de juego, que nacieron al final de la última dictadura militar. Es la única forma que concebimos: con rigor, equilibrio e independencia, como dijo un día el periodista Claudio Romanoff.
EMILIANO LASALVIA / AFP
La libertad de los medios depende cada vez más de los lectores
En un mundo en el que cada vez más vivimos en nuestras burbujas de pensamiento (seguimos en las redes a quienes piensan igual, nos molestan las opiniones diferentes, no queremos que se informen cosas que perjudican a determinados partidos o dirigentes), los medios independientes necesitamos lectores de mente abierta: dispuestos a aceptar opiniones o enfoques diferentes al propio.
Hoy más que nunca, la independencia y la libertad de los medios depende de los lectores. Depende de que todos los interesados en la información de calidad, en la investigación, sean los que paguen ese trabajo. Si lo dejan para que lo paguen otros y especialmente los políticos, a través de la publicidad oficial, allí sí una llamada pesará mucho más que cualquier otra cosa.